Avatares de la lucha libre femenil en México

El arte del pancracio fue analizado en el Instituto de Investigaciones Históricas; se revisó la prohibición, el veto y la carga que ellas sufrieron

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Han sido mucho más que dos caídas sin límite de tiempo. La Lucha Libre femenil ha tenido que zigzaguear desde sus inicios obstáculos de género, morales, legislativos y arbitrarios, aunque nada de eso impidió que ellas se involucraran en el cuadrilátero, señalaron investigadores, académicos y especialistas en el Coloquio Internacional A Dos de Tres Caídas. Temas y Fuentes para la Historia de la Lucha Libre, organizado por el Instituto de Investigaciones Históricas (IIH).

El 12 de julio de 1935 se suscitó la primera sesión de lucha libre femenil en nuestro país en la Arena México, donde el elenco, precisó Marjolein Van Bavel, del IIH, fue integrado por luchadoras extranjeras de varias nacionalidades y sólo una mexicana de nombre Natalia Vázquez.

“En la década de los 40 continuó la actividad, y el auge en general de la lucha libre fue en los años 50. No obstante, para las mujeres no fue igual, pues fue justo en ese tiempo cuando se les excluyó; aunque la prohibición nunca fue formal, se trató de una especie de veto”, explicó la investigadora.

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La consignación de esta exclusión, continuó Van Bavel, quedó registrada en la edición del 25 de junio de 1954 del periódico El Nacional: se le negó a un empresario organizar una función con cartel femenino en la Arena Coliseo, todo ello con el aval de autoridades de Box y Lucha Libre, y el entonces regente del Distrito Federal, Ernesto Uruchurtu.

“Se argumentó que dicha actividad era movida por el morbo, y por el contrario, la mujer tenía que ser integrada a actividades que exaltaran su femineidad, como la gimnasia, o aquellas que no amenazaran sus facultades reproductivas como ángeles guardianas del hogar y la nación, por lo que exentarlas de la lucha como del boxeo fue como un apartheid deportivo.”

La lucha libre femenil era considerada un peligro moral, dijo la académica, porque no correspondía con la identidad femenina mexicana; las mujeres debían ser frágiles y sumisas, aun cuando años más tarde se consiguieron movilizaciones en favor de dicho deporte y hasta transmisiones por televisión que los niños no debían ver. La lucha irremediablemente se convirtió en social.

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Desde la tercera cuerda

Prohibida la lucha libre femenina por más de 30 años, aproximadamente entre 1952 y 1986, no obstante en 1962 se estrena Las luchadoras contra el Médico Asesino, primera película de mujeres en el cuadrilátero, la cual, según Ricardo Cárdenas Pérez, de la Universidad de la Ciénega del Estado de Michoacán de Ocampo, no fue estelarizada en su totalidad por luchadoras, sino por actrices; en este caso el papel protagónico fue para Lorena Velázquez.

Le siguieron Las lobas del ring en 1965 y La mujer murciélago en 1968, por lo que el cine en este ámbito también luchó contra las concepciones preconcebidas de género, y el estereotipo de la mujer devoradora de hombres.

En la mesa En la Esquina de los Rudos, intervinieron también Gabriela Pulido, del INAH, y Heather Levi, del Departamento de Antropología de la Temple University, quien aseguró que la lucha libre no sólo es un género y un entretenimiento popular, sino populista. “Esa cosmovisión polarizada de rudos contra técnicos, y el papel del árbitro, y del público, que se constituye como el pueblo, avala lo dicho”, indicó.

Agregó que el mismo Donald Trump, quien lleva una relación estrecha con la empresa estadunidense del ámbito WWE, optó en su campaña proselitista hacia la presidencia por “convertir su entorno en un ring de lucha libre, y asumir el papel de rudo, ante una adversaria técnica. Así se explica que en estados como Pensilvania, Wisconsin y Michigan no haya ganado el sufragio, por contar estas entidades con una fuerte presencia obrera”, concluyó.

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