El ocio, puerta para tratar asuntos trascendentales

Para disfrutarlo durante el tiempo libre se requiere altas dosis de coherencia, de pensamiento crítico y de introspección: Vico

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¡Deja de estar de ocioso!”. Suena imperativamente negativo, suena a la frase muy mexicana: deja de “echar la hueva”. Pero si a Platón y a Aristóteles se les hubiera interpelado así, no tendríamos ni sus Diálogos ni su Ética nicomáquea. Tampoco tragedias como el pan y circo romano.

El ocio, entonces: ¿es o no lo mismo que la pereza? ¿Qué dice Vico, no Giovanni Battista sino David Pastor, filósofo, comunicólogo, conferenciante y académico de la Dirección de Deportes de la UNAM, a ésta y otras preguntas chulas?

Ese pecado capital es darse a la indolencia. No hacer absolutamente nada, sostiene Vico, autor de La soledad de los pájaros. El ocio, en cambio, es realizarse uno mismo haciendo lo que a uno le gusta. Para los latinos, sólo gente de buen estatus social podía ser ociosa: dedicarse a uno mismo. Sin embargo, parece que últimamente la ociosidad es mal vista.

Si la pereza es un pecado capital, ¿cuándo el ocio es una virtud?

Para los filósofos clásicos, la actitud virtuosa era aquella que te llevaba a los temas universales y trascendentales: el bien, la verdad, la belleza, la justicia. El ocio es una virtud cuando empleamos el tiempo para acercarnos al conocimiento y al regocijo dentro de estas ideas universales.

¿Hay tipos de ocio? ¿Todos los ocios son iguales?

No. Los ocios deberían ser todos diferentes, porque no todos somos iguales. Sin embargo, la globalización nos ha llevado a una estandarización. La moda es pasar el tiempo viendo series de Netflix. Ahí dedicamos nuestro tiempo de ociosidad. Parece que todo el mundo lo dedica a lo mismo. En redes sociales como Facebook e Instagram se cuelgan fotos de sitios de vacaciones, por ejemplo, que al final son básicamente iguales: hoteles resort, ruinas, platos de comida.

¿Hay una pérdida de identidad?

No es tanto la pérdida de identidad sino la asunción de un rol común para todos, por moda o conveniencia social. Pero como todos somos diferentes, al final esto lleva a frustraciones individuales. Es raro subir una foto a Instagram leyendo en el sofá. Eso lo puede hacer “cualquiera”, pero no ir de viaje a Europa.

Te dicen que hagas cierto tipo de cosas: “no pierdas tu tiempo, aprovecha tus vacaciones”. Pero está mal visto si pasas tu tiempo de ocio durmiendo. Aunque eso no signifique que seas perezoso u holgazán. Es simplemente una forma de disfrutar tu tiempo de ocio.

¿Cuál sería la mejor inversión del ocio como tiempo libre?

Es complicado. Primero hay que ver qué nos hace realmente felices, qué nos gusta, en qué nos reconocemos cómodos. Luego, ceñirnos a aquello que nos motiva. Eso sí sería un camino virtuoso: hacer aquello que nos hace sentir bien.

El bien es un don universal. Así que aquello que me incline al bien es una actitud virtuosa. En cada uno sería diferente. Pero algo que ahora no hay, es tiempo de introspección para conocernos a nosotros mismos. Griegos y latinos lo tenían claro: nosce te ipsum, conócete a ti mismo. Y una vez que te has conocido, ya sabrás como lo vas a invertir.

Muchas veces el mejor de los ocios, el mejor tiempo invertido, es aquel que es gratuito. Y para que sea gratuito, algo sencillo es compartir con los demás. No se requieren grandes inversiones: los ahorros de todo el año, gastarse todo el aguinaldo, para disfrutar nuestro tiempo.

Para saber si lo estamos haciendo bien, lo que necesitamos son altas dosis de coherencia, de pensamiento crítico y de introspección.

Sin embargo, vivimos en una turborealidad, tan atroz, tan acelerada, que en muchas ocasiones no nos damos tiempo para eso y nos vamos, como imbéciles, con “el paquete” para vacacionar que nos aparece en redes sociales, sin darnos cuenta que este tipo de tiempos de ocio, pautado, itinerante (vamos a Europa y visitamos 10 ciudades en cinco días), muchas veces nos genera estrés. Cuando regresamos, deseamos empezar a trabajar para descansar. Es un absurdo absoluto.

La humanidad, si nos asomamos a su historia, ¿qué bueno y malo le debe al ocio?

Le debe mucho. Le debemos la posibilidad de que hace 2 mil 500 años se pudiera dedicar tiempo para pensar, especular. Si Platón y Aristóteles no hubieran tenido tiempo de ocio, no tendríamos ahora el pensamiento aristotélico y platónico que define al pensamiento occidental. Sin ocio, Tales de Mileto no podría haber hecho ningún cálculo.

También le debemos grandes tragedias. En la antigua Roma, una forma de pasar el tiempo era ir al circo, donde había enormes matanzas. La entrada era gratuita porque los espectáculos circenses eran pagados por la nobleza latina.

Hoy en día para disfrutar tiempo de ocio hay que pagar Netflix, la entrada al cine, las vacaciones. Uno se entretiene también con campeonatos de lucha de artes marciales mixtas donde le parten la cabeza al otro. Cuidado, un ocio mal dirigido trae este tipo de desgracias.

¿El tiempo libre dedicado a las redes digitales es ocioso?

Es y no ocioso. Sobre todo para los jóvenes, para los nativos digitales se han convertido en su canal de socialización. Así que no es ocioso, sino necesidad de compartir, de estar y sentirse parte de algo. Somos, como decía Aristóteles, animales políticos y como tales necesitamos darnos a los demás, aprender de los demás. Quizá no sea el canal apropiado, ya que las redes son empresas privadas con intereses económicos.

Dentro de la percha que ofrece esta posibilidad de comunicación, hay muchas opciones de ocio. Sin embargo, un estudio de la Unesco-Motorola indica que los jóvenes mexicanos millennials traen el celular prendido las 24 horas del día y que el tiempo de conexión a Internet es de ocho horas un minuto diario. Dentro de ese lapso de necesidad de comunicación, sin duda, hay momentos de ociosidad.

Muchos adultos, migrantes digitales, utilizan las redes sociales como fuente de información. Pero éstas no son una fuente fiel. Son el eco de nuestro propio gusto, porque sólo nos muestran aquello que responde a nuestro gusto y lo que no nos gusta. En muchos casos la usamos “para matar el tiempo” que no sabemos en qué invertir y de alguna forma lo gastamos en las redes. No para hacer lo que nos gusta. No para esa definición virtuosa del ocio.

¿Cómo administrar mejor el tiempo libre para un ocio más productivo, más creativo?

Productividad, perder el tiempo… son juicios de valor, forman parte de un lenguaje economicista y con tintes neoliberales. Hay que tener cuidado con eso, porque el tiempo de ocio es invertirlo en lo que te dé la gana y te reconforte como individuo.

La frase “perder el tiempo” también es peligrosa. El tiempo no se pierde, transcurre. Puede que no sea nada productivo a nivel económico, pero sí reconfortante en lo humano: tomar un curso, hacer deporte, leer novelas, hablar con los amigos. Y eso es lo importante, encontrar el fiel de la balanza humana, haciendo algo que nos guste y la pasemos bien, para tener esa sensación de plenitud.

¿El ocio debe estar asociado a la felicidad, al hedonismo, al placer?

Verás. Qué temazo. Hoy hedonismo nos remite a esos cuadros de grandes bacanales, con gente bebiendo y haciendo el amor. Pero para Epicuro, el hedonismo no es la búsqueda del placer sino la huida del dolor, porque la vida genera dolor. Así que hedonismo es estar en equilibrio, en un estado de tranquilidad donde el dolor no tenga prevalencia y haya, entonces, momentos a los que llamamos placer.

También hemos confundido felicidad con placer. Yuval Noah Harari, en Homo sapiens. De animales a dioses, dice que el placer detona en el cerebro una bioquímica que nos genera una tendencia a repetir esa búsqueda de placer que entra en una espiral de una sociedad que falsamente la va haciendo coincidir con un concepto de felicidad mercantil. Una felicidad que se puede comprar.

Sin embargo, la felicidad no es más que un intento de vida coherente, de encontrar nuestras propias posibilidades hacia algo que nos haga sentir realizados.

Esa felicidad debe ser una cotidianidad para que el ocio se desprenda de su mercantilización, de esa necesidad constante de ser reforzada por el placer. Sin embargo, cuesta trabajo encontrar ese momento para “verse uno a sí mismo”, porque no somos más que números que responden a intereses de otros, de terceros.

¿Algunos consejos?

Mi consejo para encontrar una práctica ociosa –dijo Vico– es buscar dentro del autoconocimiento, realmente qué quiero hacer, qué me satisface y, sobre todo, si puedo hacerlo con lo que tengo alrededor. Si es así, hay que disfrutarlo y nada más.

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