La inteligencia animal, mal evaluada y subestimada

Hay dos derroteros: o toda conducta inteligente de estos seres se debe a procesos de aprendizaje o es producto del instinto

En su edición dominical del 4 de septiembre de 1904, The New York Times publicó una extensa nota titulada “El caballo maravilloso de Berlín: hace todo menos hablar”, en la que dedicaba medio pliego del diario a explicar cómo Von Osten, un profesor retirado, había enseñado a un semental de nueve años a resolver complicadas operaciones matemáticas, a contar multitudes, a distinguir colores e incluso a tomar letras puestas frente a él y deletrear el nombre de una persona recién llegada, tras haberla reconocido sólo de vista.

El nombre del cuadrúpedo era Hans y, en su momento, su capacidad para golpear 21 veces en el suelo cuando se le preguntaba cuánto era siete por tres o de hacerlo dos veces si se le pedía dividir 10 entre cinco, por ejemplo, suscitó airados debates sobre la inteligencia animal, hasta que, en 1907, el psicólogo Oskar Pfungst demostró que, en realidad, el equino respondía a unas muy discretas señales de su dueño y que, al colocar una pantalla entre ambos, Hans aún piafaba, pero al azar y no acertaba ya en uno solo de los retos.

Diferentes visiones

De visita en la UNAM para impartir la conferencia ¿Tenemos la Suficiente Inteligencia para Comprender la Inteligencia Animal?, el primatólogo holandés Frans de Waal señaló que, aunque ese caso representó un descalabro en el imaginario colectivo de la época e hizo sentir defraudados a muchos, lo indudable es que la fauna es sumamente inteligente; “no obstante, al entrar en estos terrenos con frecuencia la evaluamos de manera incorrecta y la subestimamos”.

Cuando se analiza el tema, la discusión tradicionalmente toma dos derroteros. “O todo comportamiento inteligente realizado por estos seres se debe a procesos de aprendizaje, como argumentan los psicólogos conductistas, o es producto del instinto, como replican los etólogos. Sin embargo, ambas visiones son limitadas y simplistas, y al profundizar vemos que en realidad todo es mucho más complejo”.

Frans de Waal es profesor en la Universidad de Emory, en Atlanta, donde ha hecho diversas investigaciones con simios y monos, y ha atestiguado cómo los chimpancés son capaces de recoger una piedra en el camino y cargarla durante 50 minutos –incluso con una cría al lomo– hasta llegar a un sitio adecuado para partir nueces.

“Su destreza para usar herramientas resulta algo de largo sabido. Lo notable aquí es su capacidad de prever que una roca estorbosa, pese a ser un lastre en el momento, será útil más adelante. A esto se le llama planificar y rompe con un mito que nos han querido hacer pasar por cierto: el de que los animales ignoran qué es el pasado y el futuro, pues viven cautivos en el presente y sólo piensan en lo inmediato.”

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Aunque se trata de un científico que trabajó en un área muy distinta a la suya, a De Waal le gusta una frase del físico Werner Heisenberg y la cita cada vez que puede, tanto a sus alumnos en el aula o, como en esta ocasión, al público reunido en el Auditorio Alfonso Caso: “Lo observado no es la naturaleza en sí misma, sino a la naturaleza sometida a nuestro método de interrogación”.

Por ello, añadió, al investigar la inteligencia animal debemos evitar tres errores que nos han llevado ya a varios tropiezos: aplicar la misma prueba a especies diferentes (lo que funciona con un perro no lo hará con un pulpo); tomar la evidencia negativa como conclusión (nuestra incapacidad de encontrar algo no significa que no esté allí), “y, sobre todo, ser cautos ante casos que, por decir lo menos, clamen proezas extraordinarias, como el del astuto caballo Hans”.

A través del espejo

Durante mucho tiempo se creyó que –fuera de los humanos– sólo los simios eran capaces de reconocerse en un espejo, y su reacción al hacerlo se ha documentado en varias ocasiones: al distinguirse en una superficie bruñida casi siempre se tocan el rostro, se bambolean para observar cómo su reflejo lo hace en sincronía perfecta con ellos, y al final abren la boca para verla de cerca, pues les da mucha curiosidad la apariencia de esa parte de su cuerpo que pueden tantear con la lengua y los dedos, pero jamás explorar con la mirada.

 

De siempre los científicos hemos asumido que la conciencia de los humanos es compleja y la de los animales muy simple, pero esto ha comenzado a cambiar gracias a la investigación”

Frans de Waal
Profesor en la Universidad de Emory, en Atlanta, quien estuvo en la UNAM invitado por el Programa Universitario de Bioética

Al intentar lo mismo con elefantes todo apuntaba a que eran incapaces de algo similar, aunque –apuntó De Waal– esto se debe a esa tendencia a repetir experimentos en condiciones idénticas a los realizados con otras especies. En los primeros intentos se ponía un espejo frente a la jaula de los paquidermos y ellos sólo alcanzaban a ver sus patas y los barrotes, y eso los confundía, hasta que llegó Joshua Plotnik, del Hunter College, con una nueva propuesta.

“Para lograrlo tomó a un elefante asiático de nombre Pepsi y le dibujó dos X en cada lado de la frente, una con pintura clara y la otra con agua, siempre de forma alternada a fin de que la marca visible jamás quedara en el mismo lugar; luego era colocado frente a una superficie reflejante. En cada ocasión que el animal se veía a sí mismo se tocaba con la trompa la cruz blanca hasta que de pronto se acomodó para observarse mejor y comenzó a abrir ampliamente el hocico. Quería verse los dientes y la lengua, lo cual es comprensible pues ni siquiera nosotros, los humanos, podemos hacerlo sin valernos de un espejo.”

Como miembro del Centro Nacional de Investigación de Primates Yerkes, de la Universidad de Emory, Frans de Waal trabaja de cerca con chimpancés y cada vez que lo hace sin quitarse sus gafas oscuras invariablemente uno de ellos se acerca a su rostro, abre las fauces y examina su boca en el reflejo de los cristales negros. “Eso es lo relevante de que Pepsi sea capaz de conectar su imagen con la del espejo: al hacerlo se coloca al mismo nivel de los simios”.

Así como en este caso, cada vez se descubre que la fauna es capaz de mucho más de lo que sospechábamos: cuervos y pulpos son muy hábiles al utilizar herramientas; los chimpancés saben de equidad y justicia y las practican, y los bonobos son empáticos y consuelan a alguien de su manada que se sienta mal. “La ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia. En los últimos cien años se nos ha dicho que los animales son incapaces de esto o aquello, pero los equivocados somos nosotros por hacer las pruebas incorrectas”.

Para Frans de Wall no hay duda: “De siempre los científicos hemos asumido que la conciencia de los humanos es compleja y la de los animales muy simple, pero esto ha comenzado a cambiar gracias a la investigación. El proceso será lento, en especial porque hay personas empeñadas en mantener estas distinciones, pero al final será la ciencia la que modificará nuestras posturas y visión”.

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