La juventud se apodera del Festival de Cannes

Dos jóvenes directores presentaron su trabajo en la Competencia Oficial del certamen, incluyendo a Mati Diop, primera directora de color que participa en la categoría principal

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El tercer día de actividades del Festival Internacional de Cine de Cannes nos dejó una película en Competencia Oficial con una visión ejemplarmente única, una joven promesa que se decanta por la facilidad de la solemnidad y una leyenda que, usando sólo una pequeña cámara digital, ha filmado una de las mejores películas del festival.

Beanpole
de Kantemir Balagov
Sección: Una Cierta Mirada

Bajo la influencia de su maestro Aleksandr Sokúrov, el joven cineasta Kantemir Balagov, con apenas 27 años, da muestras de tener una mano segura para filmar aunque que se apoya demasiado en un academicismo seguro. En Beanpole, su segunda película presentada en Cannes después de la notable Tesnota (2017), presenta la historia de una joven muy alta que sufre ataques catatónicos como resultado de la Segunda Guerra Mundial cuyo vientre busca ser utilizado por otra astuta joven para poder concebir. A pesar de que por momentos no puede evitar caer en el vicio tremendista, Balagov mantiene, aun dentro de la solemnidad y ritmo glacial de su trabajo, elementos que resultan anómalos en este tipo de películas: color y alegría, aunque sean momentáneos, así como una visión de la historia rusa que se antepone al triunfalismo histórico de Putin.

La nueva película de Balagov, sin duda inferior a lo logrado con Tesnota, no parece la de un joven de 27 años, sino la de alguien que pretende emular tendencias que funcionan en el cine ubicado en las postrimerías de cualquier guerra mundial. El talento del joven Balagov es evidente, igual a sus inseguridades para abandonar totalmente los esquemas y las reglas, no para ofrecer una visión “más personal”, sino para poder dar más dignidad a sus personajes e historia de la que una cierta forma de hacer cine les ha impuesto.

Atlantique
de Mati Diop
Sección: Competencia Oficial

Es muy inusual encontrar una película que desoriente como lo hace la ópera prima de la senegalesa Mati Diop. Una sensación muy similar a la producida al ver por primera vez títulos como La mujer sin cabeza (2008), de Lucrecia Martel, o Casa de Lava (1994), de Pedro Costa, no porque el largometraje de Diop las tenga como referencias obvias, su búsqueda formal se mueve en una dirección similar. Más allá de la reducción binaria, si es una “buena” o una “mala” película, Atlantique, como otras participantes de la Competencia Oficial, parte de la injusticia social, no en búsqueda de venganza sino un sentido genuino de justicia, uno que logre rebasar la rabia y la visceralidad para presentar un flujo de estados de percepción, sin dejar de lado una intención narrativa, aunque esta no sea transparente, sino opaca.

La película se ubica en un suburbio de Dakar, donde los albañiles a cargo de un futurista proyecto arquitectónico deciden dejar el país después de pasar meses sin pago alguno. En la búsqueda de mejores condiciones de vida, terminan en un estado socorrido por las películas de esta edición del festival: entre vivos y muertos. Difícilmente podría decirse que Diop quiere revisionar un género cinematográfico, la sensación producida el ver una película como Atlantique es pensar que nuestra realidad se adapta a los códigos de la ficción y encuentra una peculiar forma de funcionar, sumiéndonos en un estado de dispersión y desorientación lírica que Diop logra transmitir en toda su complejidad. Ideas, narrativa, flujos de conciencia y estímulos externos se funden en la peculiar visión de Mati Diop, una cineasta que muestra en su primer trabajo la promesa de una visión que con fiereza y seguridad proclama, frente a la cámara, ser “El Futuro”. Atlantique es, en ese sentido, una vibrante muestra del cine que está por venir.

Etre vivant et le savoir
de Alain Cavalier
Sección: Proyecciones Especiales

Dentro del glamour y el abrumador gentío en las calles garantizado por un festival como Cannes, dentro de sus salas existen espacios que dan cabida a visiones tan sensibles y delicadas como las del enorme cineasta Alain Cavlier (Therese, 1986), quien durante las últimas décadas se ha dedicado a registrar documentales usando su inseparable cámara Sony HDV. En esta edición, presenta el documental Etre vivant et le savoir, una bellísima elegía a la larga amistad sostenida con la escritora francesa Emmanuele Berheim, también esposa del célebre crítico Serge Toubiana, en su proceso contra el cáncer.

Cavalier usa la cámara como Cezanne usa el pincel –haciendo eco de Bresson y Rohmer–, del registro de lo simple y lo circunstancial logra obtener cuadros de profunda belleza, armonía y un sentido de lo trascendente. Ninguna imagen en un documental de Cavalier resulta fortuita, obtiene particularmente en este documental imágenes que muestran el delicado balance entre vida y muerte, usando la naturaleza (animales, plantas, frutas y verduras) como principal herramienta. La sabiduría de Cavalier es tan amplía, que el documental y sus imágenes encuentran la melancolía de la vida y el júbilo de la muerte. Una forma de cine cuya extinción es en sí misma un acto de celebración.

Publicado originalmente en butacaancha.com

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