VOCES ACADÉMICAS

La pintura, la gráfica, la biblioteca…

“…las atmósferas y personajes que sólo le resultan legendarias a los extraños”

Conejo caminando a la ... Archivo Fotográfico del Instituto de Investigaciones Estéticas (imagen de Pedro Cuevas).
Conejo caminando a la … Archivo Fotográfico del Instituto de Investigaciones Estéticas (imagen de Pedro Cuevas).

Carlos Monsiváis, en su famoso ensayo sobre Francisco Toledo para la exposición del Museo Biblioteca Pape de Monclova, que se reeditó en agosto de 1983 en la Revista de la Universidad, y al que pertenece el epígrafe de este texto, se negó de manera rotunda a hablar de antropología y mitología. El título que compuso indicó una línea de interpretación que sigue vigente, pues evocó a Lewis Carroll: “Que le corten la cabeza a Toledo, dijo la iguana rajada”. Aunque ya veremos que el contexto era complicado, seguramente Monsiváis y él habían hablado bastante sobre Carroll. La cultura literaria de Toledo era apabullante. Los títulos de Ediciones Toledo, que incluyen a Ashbery y a Seamus Heaney, a Elsa Cross y a David Huerta, dan cuenta de un universo de las letras que podría pasar por ecléctico, pero sólo porque es ajeno a los chovinismos y a las falsas jerarquías. El artículo de Monsiváis apareció en la Revista de la Universidad dos semanas después de un incidente que se relata al final de este artículo.

Hay una paradoja intrínseca en su pintura. Exploró con frecuencia técnicas que tienden a una enorme luminosidad, como el fresco, el gouache y la acuarela. Pero siendo así, no creo que su reflexión estuviera limitada a los aceites, los pigmentos y las cargas. Tenía un interés sistemático por la gráfica, por la ilustración, incluso por las culturas visuales, siempre impuras, de la modernidad mexicana. Decía que la reflexión posible estaba en la gráfica; que en la pintura todo se había confundido. No por eso renunció a la pintura, lo que quería eran las herramientas de la reflexión. Su interés fue sostenido: el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, que él fundó en aquella ciudad, tiene la mejor colección de estampa moderna que existe en México. Estampa mexicana pero también mundial. Es lógico que se haya convertido, con el paso de los años, en una biblioteca. Toledo veía el taller de impresión como un espacio de estudio y concentración.

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Sus intereses en el terreno de la gráfica pueden encontrarse en la revista El Alcaraván, una de sus muchas empresas culturales. Estaban en la gran ruptura cultural del final del siglo XIX: en Ensor, en Klinger, en Kubin. Pero al pintar, Toledo no se situaba ante la historia del arte –que conocía detalladamente. Tomaba posición ante problemas de mayor importancia, como el vuelo de un murciélago o el paso de Benito Juárez por el inframundo. No rehuyó, sin embargo, elaborar una serie sobre el crimen atroz de los 43 de Iguala. Toledo quería que la pintura fuera, como la gráfica, un arte de argumentos; pero eso no lo llevó a un racionalismo. Al contrario: se regodeaba en el juego, disfrutaba la incontinencia de los símbolos, se reía de sus personajes y los situaba en medio de torturas angustiosas. Su representación del universo mitológico y erótico de Oaxaca no debe ocultar uno de sus principales objetivos: un arte narrativo renovado.

Cualquier recuento de su vida tendrá que detenerse en su prolongada participación cultural y política en Juchitán y Oaxaca. Se opuso con firmeza a los proyectos endógenos de colonización. Sus últimas campañas fueron contra los pasos a desnivel de Oaxaca, contra un monstruoso estacionamiento en uno de los cerros colindantes, y contra el Tren Maya. Hay que estar en Oaxaca para escuchar a la cantidad de gente que encontró en la biblioteca del IAGO el espacio de estudio que faltaba en la ciudad. Fundó cineclubes, dispensarios y museos.

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Dos imágenes contrastantes en el México de la interminable transición política. En 1980 se inaugura la exposición retrospectiva de Toledo en el Museo de Arte Moderno. Es contundente: Toledo se convierte en una figura central de la cultura mexicana. En julio de 1983, el pintor es golpeado en una carretera, junto con Rafael Doniz y Víctor de la Cruz, por su apoyo al Ayuntamiento de Juchitán, que había ganado la Coordinadora Obrero Campesino Estudiantil del Istmo, con el registro del Partido Socialista Unificado de México. Dos semanas después, el artículo de Carlos Monsiváis explora el compromiso de Toledo, lo califica de “cívico”, reivindica el civismo y la cultura de los pequeños poblados campesinos, y además evoca la imaginación victoriana de Lewis Carroll para darle sentido a todo. Que no traten de ocultarlo detrás de alguna mitología colonial, que no intenten parafrasear sus imágenes. Lo de Toledo fue un compromiso ético.

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