La violencia reiterada moldea los pensamientos

Marta Ferreyra. Titular de la Unidad de Género de la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM. Profesora de Análisis de políticas públicas de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.

La violencia de género se expresa en un entramado complejo que teje muchos otros tipos de violencia, que a veces no son reconocidas como tales, pero que naturalizan la desigualdad. Ese “continuo de violencia”, es la suma de violencias que sufren las mujeres por el hecho de serlo, que van desde el lenguaje que las invisibiliza; desde el acceso “natural” a lo doméstico y el vetado en otros órdenes como la ciencia, el liderazgo, las altas esferas de la política y de la cultura (sólo por mencionar algunos); el hostigamiento sexual callejero; el acoso laboral; los obstáculos y las tensiones que implican la resolución cotidiana de las responsabilidades familiares; el poco interés en la educación de las niñas; los matrimonios de adultos con menores de edad; los salarios inferiores en un 30 % para los mismos trabajos y un larguísimo etcétera.

Toda violencia es un obstáculo para la realización humana: se interpone en los proyectos, en los sueños, en los deseos. Toda violencia es una interrupción. Pero si esa violencia es reiterada, constante desde el primer día de vida de una niña, en forma de mensajes sobre su identidad, sobre su valía, sobre sus posibilidades de futuro, sobre su relación con los niños, sobre sus expectativas de realización, entonces esto se convierte en un fenómeno que ya no sólo actúa desde fuera sino que actúa y actuará a lo largo de su vida, desde el interior, moldeando sus propios pensamientos. Esa violencia aprendida se convertirá, muy posiblemente, en parte importante de la manera de mirarse a sí mismas y su relación con el mundo.

Y aunque como decía al principio, la violencia tiene disparadores que podemos considerar específicos, es importante reconocer que es la cosificación (que es el acto de convertir en objeto a un ser vivo) y la atribución cultural de roles y jerarquías que devalúan a las mujeres y las convierten en actores secundarios de sus vidas, las que están detrás de las más variadas formas de agresión.

La violencia es de género porque su raíz se encuentra en el propio hecho de ser mujeres, en cómo se construye la feminidad, en cómo aprendemos a comportarnos y cómo introyectamos los límites de esta construcción. Asímismo la masculinidad tiene sus propios códigos de funcionamiento, sus posibilidades y sus límites. Uno de sus ejes vertebradores es la virilidad con toda su carga imaginaria de potencia, fuerza, violencia, agresividad, etcétera. Si el mandato de género de la masculinidad para cumplirse debe realizarse a través de esta práctica de la virilidad, está claro hacia dónde o hacia quién se dirige toda esa violencia.

Por eso toda intervención en el campo de la violencia hacia las mujeres es compleja y las políticas públicas que se intentan suelen ser de poco alcance. Porque los cambios esperados tienen que ser cambios que cuestionen y transformen, en el mejor sentido de la palabra, los repertorios culturales opresivos en los que los sujetos, hombres y mujeres, hemos sido troquelados.