Origen biológico del beso

En este planeta el sol, la muerte y la reproducción sexual permiten la existencia y la continuidad de la vida. La reproducción sexual de los seres vivos hace posible que, a través de la recombinación de la información que hay en los genes de individuos direrentes, se incremente la variabilidad en sus descendientes; esto, a su vez, aumenta las posibilidades de adaptación de algunos de ellos a un medio cambiante, lo que acrecienta las probabilidades de sobrevivencia de los más aptos. Por ello, el sexo ha sido en parte la causa de la riqueza y la diversidad viviente de la tierra.

En las formas de vida más cercanas a la nuestra, en esencia, la reproducción sexual involucra en cada especie la fusión de células sexuales o gametos de individuos de sexo diferente.

besoanimal

Muchas formas de vida del medio acuático, desde las algas más sencillas hasta los peces, hacen uso del agua como vehículo para el transporte de los gametos masculinos hacia los femeninos. En los peces es frecuente que la hembra deposite sus huevos en algún lugar previamente escogido y el macho se limite a derramar su esperma sobre la superficie de éstos. Entre los anfibios, en los que aún se lleva a cabo en el agua la fase reproductiva del ciclo de vida, la fecundación de los óvulos ocurre por lo general de manera similar, aunque el contacto físico de la pareja es más íntimo. Las parejas de hembras y machos se forman en las cercanías de los estanques y se dirigen al agua para la fecundación.

Aunque en muchos organismos acuáticos existe la fecundación por medio de la cópula, que comprende la penetración de un apéndice masculino en el cuerpo femenino, esta clase de proceso reproductivo alcanza su máximo desarrollo y complejidad en el medio terrestre, así como en aquellos animales que, siendo originalmente terrestres, experimentaron una evolución que los llevó de regreso al medio acuático, como los delfines.

La cópula requiere, necesariamente, de un estrecho contacto de la pareja durante el momento de la penetración. El antecedente de las caricias y los besos durante la cópula en el ser humano puede encontrarse en un lapso del proceso evolutivo en que, como parte de la escala zoológica, aparecieron especies -por ejemplo, los reptiles- que llevan a cabo escarceos y contactos físicos que preceden al acto sexual.

En los vertebrados superiores (las aves y los mamíferos) las conductas precedentes al acto sexual han adquirido un nivel elevado de sofisticación; hay muchos tipos de actos de exhibición, atracción y estimulación entre las parejas. previos a la cópula; también existen diversas formas de integración de grupos de machos y hembras durante la época reproductiva que van desde la monogamia permanente hasta el libre cambio de pareja, pasando por uniones monógamas temporales o la formación de harenes con un macho dominante. Esto último ocurre en muchas especies de ciervos y en los leones marinos. Cada una de estas conductas tiene un origen evolutivo y representan distintas maneras de aumentar la probabilidad de éxito reproductivo y adecuación de la descendencia. Su análisis es tan complejo que excede la extensión de este escrito.

Hay dos puntos de referencia que debemos tomar en cuenta para definir la razón de ser del beso: el beso como parte del juego sexual anterior a o durante la cópula y el beso como un medio de comunicación y estimulación en una especie altamente sociable.

Respecto al primer punto, nos remontaremos al origen de la sexualidad del ser humano. Los tipos de parejas sexuales del grupo zoológico al que pertenecemos, el de los primates o monos, son variados; existe desde la monogamia hasta las parejas ocasionales o transitorias según los periodos de celo o fértiles. En el ser humano se dan todas las variantes de relación de pareja, pero la más frecuente, fomentada por la tradición, las costumbres, normas religiosas y leyes, es la monogamia relativamente permanente.

Nuestros antepasados primitivos, al igual que el resto de los primates -incluso los actuales-, seguramente realizaban el coito estimulados solamente por los aromas femeninos y el enrojecimiento e inflamación de los genitales de las hembras durante el celo. Esto era suficiente para excitar al macho y provocar la cópula posterior o trasera, como sucede en el caso de los demás mamíferos, sin que haya mayor necesidad de un periodo previo de escarceos y juegos amorosos.

En algún momento de la evolución de nuestros antepasados, hace varios millones de años, ocurrieron cambios anatómicos a partir de los cuales, sin lugar a dudas, se desarrolló nuestra actual conducta sexual.

Los primates, inicialmente arborícolas, evolucionaron para dar origen a monos habitantes de las sabanas. La anatomía particular de algunos de estos primates permitió el desarrollo de la posición bípeda, o sea, la marcha sobre los miembros inferiores. Para que esto fuera posible, la pelvis tuvo que modificarse y estrecharse un poco, lo cual dio como consecuencia que se redujera el diámetro del canal del parto de las hembras. Simultáneamente, las manos, liberadas ya de su participación en la marcha, comenzaron a desarrollar facultades de manipulación de objetos cada vez. más sofisticadas que llevaron al uso de las primeras herramientas. Al mismo tiempo, el encéfalo o corteza cerebral aumentó de volumen y adquirió nuevos poderes, entre ellos la capacidad de raciocinio. Otro cambio, ocasionado por el desarrollo del bipedalismo, fue el desplazamiento de los genitales hacia la parte frontal del cuerpo. A consecuencia de esto, el sistema de apareamiento sexual también tuvo que modificarse. En algún momento ocurrió un cambio fundamental en la posición para copular; de ser posterior pasó a ser anterior, es decir, frente a frente, lo cual indudablemente permite una mayor intimidad y comunicación entre la pareja.

El problema que significó el crecimiento de la cabeza del feto, debido al aumento de tamaño del encéfalo, y la reducción del diámetro del canal del parto en la hembra, sólo se resolvió mediante el nacimiento cada vez más prematuro de los pequeños, cuando la cabeza de éstos era aún elástica y dúctil. La vulnerabilidad de los críos, debida a su nacimiento prematuro, obligó a las madres a dedicar mucho más tiempo a su cuidado y vigilancia; consecuentemente, el tiempo de que disponían éstas para la obtención de alimentos y otros bienes se redujo.

Se piensa que una de las compensaciones por la necesidad de que la madre permaneciera al lado de los pequeños fue la evolución del reforzamiento del vínculo de pareja entre el macho y la hembra. Este reforzamiento implicó, entre otras cosas, la transformación de la cópula. De ser un proceso desencadenado por estímulos fisiológicos que culminaba rápidamente, se transformó en una experiencia sensorial mucho más rica y mentalizada.

Sin querer ofender a las feministas, podríamos decir que el acto sexual se convirtió en el premio que el macho encuentra en su hembra, lo hace retornar a ella y de paso procurarle alimentos y protección, al igual que a la descendencia de ambos. En esta época la excitación sexual se volvió una posibilidad permanente, un fenómeno recurrente a corto plazo, no restringido sólo a las épocas reproductivas o de celo. La sexualidad se convirtió en un medio de unión que aumentó las probabilidades de sobrevivir en un mundo peligroso y lleno de vicisitudes. En esta etapa evolutiva de los homínidos, anterior a la aparición del ser humano, muchas partes del cuerpo incrementaron su sensibilidad y se volvieron copartícipes en el desarrollo del placer sexual, por ejemplo, los senos, los pezones, los glúteos, las manos, y, en lugar destacado, la boca. Finalmente, un aspecto importante a considerar en el asunto de la consolidación de la pareja humana es que, como en casi cualquier pareja animal, existe en el padre, apenas un poco menos que en la madre, una fuerza instintiva que le induce a cuidar y preservar su descendencia. Esta fuerza juega un papel fundamental en la supervivencia de muchas especies de la escala zoológica.

Hasta aquí hemos visto fenómenos y situaciones que nos permiten entender cómo la boca llegó a adquirir una sensibilidad y una importancia especial en nuestro cuerpo. Una parte nuestra muy ligada con la mayor intimidad pero que no nos da pena exhibir públicamente.

El otro aspecto de la evolución de los animales superiores, que corre paralelo con el referente al sexo en la explicación de la evolución del beso, está relacionado con la estructura de las sociedades animales, sean éstas manadas de cánidos, tropas de monos, etcétera.

El contacto físico recurrente es un reforzador importante de la vida en grupo de los mamíferos sociales, aun los marinos como los delfines. Un ejemplo de ello, muy cercano a nosotros, lo tenemos en el perro doméstico. Este animal desciende directamente del lobo. Los lobos forman manadas socialmente muy jerarquizadas y estructuradas. El vínculo social estrecho que desarrollan les permite cooperar entre sí, por ejemplo, en lugar de cazar en solitario, utilizando armas poderosas y gran fortaleza como lo hacen los felinos, sustituyen estos poderes con la estrategia de la caza en grupo, que los hace igualmente letales para sus víctimas. Esta herencia del vínculo social es el motivo por el cual el perro doméstico se comporta como un eterno cachorro de lobo, cuando está integrado a su familia o “manada” humana; constantemente busca el contacto físico, demanda caricias y da lamidas y mordiscos suaves. Ésta es una conducta que le asegura continua e invariablemente su pertenencia al grupo y le alivia la ansiedad de la soledad.

Entre nuestros parientes los primates, las caricias. entre ellas el despulgamiento colectivo, las lamidas y los mordiscos durante el juego son importantes reforzadores del vínculo social. Por ello tenemos la certeza de que nuestra especie desciende de animales sociales y es evidentemente gregaria, como lo es la mayoría de las especies de los primates. También en el ser humano el contacto físico es un reforzador emocional en las interacciones con la familia y el grupo social; es importante para sentir y transmitir seguridad y aceptación. en cotrapartida con la agresividad.

Al desarrollarse la sensibilidad de la boca durante la evolución de nuestra sexualidad, este órgano no sólo fue capaz de transmitir nuestra voz sino también nuestros sentimientos más íntimos, al ponerse en contacto con la piel de otra persona. El beso, asimismo, puede transmitir simplemente cariño y amistad, desligados del deseo sexual. Para ello basta darlo en un lugar del cuerpo que no sea una zona erógena principal.

 

Referencias bibliográficas

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Leer publicación original en: Revista Universidad Nacional

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