Terrence Malick busca su segunda Palma de Oro en Cannes

Los actores Robert Pattinson y Willem Defoe presentaron su nuevo trabajo ante la cámara, The Lighthouse, donde interpretan a un par de cuidadores de faros.

Fotograma de 'The Lighthouse', lo nuevo de Robert Eggers. Foto: Financial Times
Fotograma de ‘The Lighthouse’, lo nuevo de Robert Eggers. Foto: Financial Times

La primera conmoción en el Festival Internacional de Cine de Cannes sucedió cuando Robert Pattinson, Willem Defoe y Robert Eggers presentaron The Lighthouse, una película que desató una horda de entusiasmo colectivo y desmesura, usuales en la costa francesa. Ante el temor de que algún vivillo quisiera preguntar sobre el tema caliente –¿tiene buena textura el cuerule de Bruno Díaz?–, Pattinson y compañía despacharon rápido a la prensa presente en la función, sin embargo, en otras latitudes del festival, las proyecciones no se detenían ¿es realmente tan buena la nueva película de Eggers?

The Lighthouse
de Robert Eggers
Sección: Quincena de los Realizadores

Es común que cuando un cineasta alcanza un éxito inesperado con su ópera prima, el apoyo que recibe para su segunda película es equivalente a la presión que tiene encima para cumplir seguir en plano ascendente. En el caso de Robert Eggers, quien dirigió La bruja (2015), existe una ambición que lo lleva a perder la lucidez al igual que sus dos protagonistas: un par de hombres (Pattinson y Dafoe) que a finales del S. XIX deben cuidar un faro en medio de una isla desierta, sufriendo las inclemencias del tiempo, precaria higiene y alimentación, así como la gradual destrucción de sus psiques.

La cinta de Eggers tiene ciertamente un refinado trabajo estético. La tecnología usada remite al cine francés de la Resistencia, particularmente los trabajos de Jean Epstein, Jean Grémillon y Marcel Carné. Esto no significa que sean referentes claros para Eggers, a lo mucho, la similitud es meramente accidental aunque presente.

Los diálogos toman inspiración de textos de Herman Melville y de Sarah Onett J. para darle mayor autenticidad a la recreación del período, lo cual equipara el abigarramiento verbal con lo visual y temático. El mayor problema de la película de Eggers es la necesidad de acaparar la mayor cantidad de información de todo tipo,  hacia el problemático acto final deja que su relato se sostenga únicamente en la estridencia y pirotecnia histriónica de sus actores (ambos estupendos). El resultado deja más dudas que certezas sobre el talento de Eggers.

A Hidden Life
de Terrence Malick
Sección: Competencia Oficial

Después de llevarse la Palma de Oro con El árbol de la vida hace 8 años, la carrera del cineasta estadunidense Terrence Malick ha sido asesinada y resucitada dependiendo del festival, película y crítico en turno. El rumbo tomado por Malick en sus últimas películas continúa de forma clara en A Hidden Life donde presenta la historia de Franz Jägerstätter (un sólido August Diehl), un objetor de conciencia que durante la Segunda Guerra Mundial se negó a pelear con los nazis, terminó en prisión y sufrió incontables vejaciones por parte de los mismos.

Sin sorpresas, Malick no deja de lado la búsqueda de lo trascendental en la imagen –  esto lo ha llevado a ser tildado de superficial, pontificador y llanamente aburrido–, no obstante cierta nobleza se desprende de cada uno de sus cuadros y decisiones para filmar y montar. Aunque quizá no sean lo suficientemente “novedosas” para poder declarar pomposamente su regreso al cine “narrativo”. Al cine de Malick, le sobra todo o le falta algo. Sólo un gran maestro puede darse el lujo de filmar con esta libertad, así como nosotros podemos elegir seguirlo o no.

Portrait de une jeune fille en feu
de Céline Sciamma
Sección: Competencia Oficial

Es muy fácil caer en las trampas del melodrama si no se tiene la fineza suficiente para abordarlo. Afortunadamente la cineasta francesa Céline Sciamma (Girlhood, 2014) cuenta con la inteligencia, gracia, sensibilidad y, sobre todo, paciencia para poder retratar la historia de un fatídico romance perdido en otro tiempo. Marianne (Noemie Merlant) es una joven pintora contratada para retratar a la joven Heloise (Adele Haenel), comprometida contra su voluntad, quien en su gesto adusto y sereno guarda un incontenible enojo que, con la llegada de Marianne, gradualmente se convertirá en pasión pura.

Aunque no cuenta con las virtudes formales y plásticas de relatos similares, como >La edad de la inocencia (Scorsese, 1993) o Carol (Haynes, 2015), Sciamma demuestra en su final, estructurado alrededor de tres despedidas y un encuentro/revelación, que ha adquirido una aguda fineza como narradora, con la que logra construir con seguridad el camino para llegar a un estado de conmoción genuino, de un tiempo de concepción tan breve como el de una chispa de fuego en la cola de un vestido.

Lillian
de Andreas Horvath
Sección: Quincena de los Realizadores

Cada vez resulta más difícil sorprenderse cuando se enfrenta una narrativa tan simple y lineal como la que propone Lillian, la opera prima de Andreas Horvath. El largometraje está inspirado en la historia real de una inmigrante rusa que busca llegar desde Los Angeles hasta Rusia caminando por el estrecho de Bering, llevando consigo lo que tiene puesto y sin saber una palabra de inglés.

Lillian tiene un desarrollo tan pulcro como el de las películas de Raoul Walsh, Edgar G Ulmer o, más reciente, Clint Eastwood, aunque los temas sean distintos. Este estilo incorpora con asombrosa naturalidad el comentario social y político con un preciso sentido del ritmo, a lo que Horvath añade cambios de tono y hasta de género cinematográfico.

Aún sabiendo de antemano la forma en la que terminará todo el asunto, Horvath toma decisiones sorpresivas, se aleja, casi milagrosamente, del tremendismo gratuito y toma una radiografía de los Estados Unidos más pobres, evitando una visión puramente maniquea y convirtiendo la historia de Lillian en una de supervivencia en medio de desérticos parajes. Una línea recta que permite cambiar su curvatura, aumentar su profundidad e incluso cruzarse consigo misma para llegar, con certeza, a su punto final.

Nos interesa la travesía, no el destino.

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