El primer conflicto estudiantil, en 1875
Durante los meses de abril y mayo de 1875, al finalizar el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada, y a un año de distancia de la llegada del general Porfirio Díaz a la presidencia de la República, ocurre en la capital el primer conflicto estudiantil digno de reflexión.
Concebido y planeado por jóvenes estudiantes, surge el primer intento serio en favor de la autonomía universitaria, bajo la denominación de la Universidad Libre.
El problema se origina en un incidente trivial. Los estudiantes de medicina combatieron el método pedagógico del médico Rafael Lavista, catedrático de la Escuela de Medicina, dejando de asistir a sus clases. La dirección del plantel castigó la insubordinación expulsando a dos alumnos, cada uno de los cuales encabezaba la lista de los internos y de los externos. Un convenio posterior logró la revocación de la orden y los rebeldes volvieron a sus clases.
El caso se habría cerrado entonces, de no haber mediado un acto de represalia de los jóvenes contra uno de sus compañeros que se había negado a secundarlos y había asistido a clases durante los días de la insurrección: los muebles y documentos personales del opositor fueron destruidos por los internos. El director del plantel, Francisco Ortega, de acuerdo con el oficial mayor de la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública –en funciones de secretario– José Díaz Covarrubias, ante la imposibilidad de identificar a los culpables ordenó la expulsión de los tres primeros alumnos de la lista de internos, cuyas becas eran costeadas por el Estado.
La medida sublevó a los futuros médicos, quienes mencionaron una huelga en su escuela y lograron la adhesión de los estudiantes de Derecho, de Minería y de todos los planteles de educación profesional, que entonces se denominaban de segunda enseñanza. A la huelga general se sumaron los alumnos de la Escuela Nacional Preparatoria, todavía bajo la dirección de su fundador, Gabino Barreda.
Una Universidad Libre, idea precursora de la autonomía
Los estudiantes se organizaron democráticamente bajo la dirección de un Comité Central, constituido por 10 alumnos de cada plantel en huelga. En las deliberaciones del día 27 de abril de 1875 participaron Ignacio Manuel Altamirano, Vicente Riva Palacio y Juan de Dios Peza, representantes de la generación liberal, quienes aportaron su experiencia y su ponderación y, como expresó un joven estudiante de derecho:
«Señalaron camino y fijaron forma» al movimiento. Se puede considerar ésta como una de las últimas batallas que, como grupo, dio la vieja guardia reformista, antes de ceder el campo a las nuevas generaciones, en el umbral de la etapa porfiriana.
Ese mismo día se organizó una sociedad mutualista de ayuda a los alumnos pobres, especialmente a los internos que quedaban sin amparo, y se acordó pugnar por la gran unidad estudiantil que abarcaría los planteles del interior. Se determinó buscar lazos de unión con las organizaciones obreras, entonces muy activas.
Pero la gran idea que surge entonces de las mentes juveniles es la organización de la Universidad Libre (prefiguración de la Universidad Autónoma), para lo cual los estudiantes acordaron dar y recibir cátedras fuera de los recintos oficiales. En un principio decidieron reunirse en la Alameda Central para escuchar lecciones de los alumnos más aventajados y de los profesores que simpatizaron con la idea juvenil.
El manifiesto estudiantil
Deseosos de conservar nuestra dignidad, deseosos de hacer respetar nuestros derechos.
Considerando: que hasta hoy en nada se ha tenido nuestra libre voluntad, y que en todas las decisiones para el régimen interior de los colegios la autoridad competente sólo ha atendido a las antiguas prácticas, funesto legado de la dominación española, hemos resuelto sacrificar carrera, fortuna, porvenir y vida si es preciso, para lograr el cumplimiento de nuestro noble propósito: por eso nos hemos constituido en huelga.
Deseosos, sin embargo, de manifestar a la sociedad que este movimiento no es el resultado de bastardas aspiraciones, no la obra de muchachos revoltosos e indisciplinados, sino el pensamiento en acción de individuos que en el estudio han aprendido a conocer sus derechos y que en su dignidad encuentran la firmeza necesaria para sostenerlos sin retroceder ante consideración alguna y ceder ante ninguna amenaza.
Con este objeto nos hemos reunido espontáneamente, teniendo por base el respeto al orden, el amor al estudio y la abnegación para con nuestros compañeros desgraciados. Una libre universidad y una asociación de socorros mutuos son el fruto de nuestras deliberaciones. En la una el amigo dará ciencia al amigo; en la otra, el hermano menesteroso encontrará hermanos que, cariñosos, satisfagan sus necesidades y velen por su porvenir.
Por la Asociación: El secretario primero, Francisco Frías y Camacho. (Revista Universal, 29 de abril de 1875, p. 2).
Muchos intelectuales comprendieron que la decisión estudiantil no se limitaba a la organización romántica de cursos temporales al aire libre, sino que encerraba una revolución ideológica tendente a separar la enseñanza superior y en general el ejercicio de la inteligencia de la órbita del poder público.
Juan N. Mirafuentes, viejo liberal, resumió así los propósitos del movimiento estudiantil: «No más reglamentos restrictivos; no más catedráticos de orden suprema; no más monopolio de las profesiones; no más privilegios que sofoquen el genio y pongan el talento y la instrucción bajo el dominio de los dependientes del gobierno, en gran número habilitados de sabios por el favoritismo del poder; no más granjería de la instrucción pública; libertad para la enseñanza, honor y respeto para la inteligencia, soberanía para la razón».
Ramón Valle decía en la Revista Universal: «Se trata de suprimir los fueros de las tinieblas; se trata de desamortizar la luz; se trata de independizar la enseñanza del Estado; se trata, en fin, de una consecuencia rigurosamente lógica de nuestras creencias. Hemos conquistado los grandes principios sociales, conquistemos ahora los principios intelectuales, y consagremos nuestros esfuerzos a hacer práctica esta máxima, tal vez más fecunda que las que hasta hoy formaron nuestro credo: La enseñanza libre, en el Estado libre».
Apoyo liberal, crítica clerical
Otros personajes menores ridiculizaron la idea y los periódicos clericales, capitaneados por La Voz de México, se opusieron a ella tenazmente, culpando a la educación positivista del descarrío moral de la juventud.
La prensa liberal, especialmente la de oposición a Lerdo de Tejada, siguió con simpatía el desarrollo del movimiento. Vicente Riva Palacio y Juan Mirafuentes en El Ahuizote; José María Ramírez en La Orquesta; Enrique Chávarri (Juvenal) en El Monitor Republicano; Juan de Dios Peza, Gerardo M. Silva, Ramón Valle y los refugiados cubanos José Martí y Antenor Lescano en la Revista Universal presionaron al gobierno para dar una solución honrosa al conflicto e influyeron favorablemente en la opinión pública.
Los becarios pobres recibieron ayuda de numerosas familias, algunas de la más antigua sociedad. Ignacio M. Altamirano dio el ejemplo acogiendo en su casa a 10 estudiantes pobres. Porraz, dueño del Tívoli de San Cosme, alimentó a cinco huelguistas. La familia Argumosa cedió temporalmente la llamada casa de Tolsá, del Paseo de Bucareli. La señora Refugio Noegerath de Garrido cedió la casa número 8 del callejón de Santa Inés para albergar las clases libres.
Los profesores universitarios respondieron generosamente. Los doctores José María Reyes, Ricardo Vértiz, Manuel Gutiérrez, José María Bandera, Jesús Valenzuela y Luis Hidalgo Carpio dieron cursos gratuitos en locales improvisados. El doctor Maximiliano Galán impartió un curso libre de clínica médicoquirúrgica en el Hospital Juárez; y el doctor Manuel Carmona y Valle abrió una cátedra libre de patología en su domicilio.
Al ejemplo de los médicos, abogados de prestigio se sumaron al grupo de los docentes: Ignacio Manuel Altamirano, Vicente Riva Palacio, Francisco Gómez del Palacio, Luis G. de la Sierra, José María del Castillo Velasco, Joaquín Alcalde, Blas Gutiérrez, Antonio Ramírez y Prisciliano Díaz González. Entre los ingenieros, José Rivero y Heras, Juan Cardona, Vicente Heredia y Francisco P. Vera.
Los estudiantes, obreros de la razón
José Martí, Revista Universal, 7 de mayo de 1875
El 5 de mayo de este año ha ofrecido una nueva solemnidad. No ha sido entusiasmo impuesto: ha sido el entusiasmo popular. Lo más solemne es lo más espontáneo: ayer se han movido ante la tumba de Zaragoza las fuerzas vivas del país. Obreros y estudiantes llevaron allí nuevas ofrendas. Como a todas las grandezas reales, el tiempo las aumenta, no las apaga; así este año ha sido el entusiasmo más natural, más respetable, más vivo: el pueblo hablaba su lenguaje ante la tumba del hijo del pueblo.
El movimiento que cumple ahora la juventud mexicana ha ido a ofrecer allí el símbolo de su revolución. En el camino de las libertades que el héroe muerto defendía, todavía faltaba una consecuencia natural que con la fuerza de las voluntades nobles surge ahora y se crea.
El Gran Círculo de Obreros –y es hermoso escribir estas palabras– invitó al Comité Central de las Escuelas Nacionales a que tomaran parte en la festividad de mañana. Los estudiantes son obreros: unos trabajan la industria: otros trabajan la razón. El comité por votación unánime envió como representante suyo a Rómulo Becerra Fabre.
Ya era conocido en México el distinguido estudiante tabasqueño, y su entusiasmo y su palabra le han valido ayer generales simpatías. Cumplía un deber y habló bien. Los obreros repetían ayer sus últimas frases:
«Compatriotas: Si la Universidad Libre llega a ser un hecho, dentro de algunos años, los artesanos que componen el Gran Círculo de Obreros, vendrán junto a esta tumba cubiertos con el polvo de sus talleres, teniendo en una mano el compás de la ciencia y el martillo del obrero en la otra.»
Y esto es verdad. El compás y el martillo son de hierro: todos se hacen de la misma materia: en todos los corazones afluye sangre del mismo color.
Becerra Fabre debe estar contento: se ha hecho querer de los hijos honrados del trabajo.
De tal manera necesitan los pueblos del concepto de dignidad, que hasta conviene herida para darles el placer de defenderla.
Esta juventud entusiasta es bella. Tiene razón, pero aunque estuviera equivocada, la amaríamos.
El 11 de mayo apareció el aviso de la conclusión de la huelga y del retorno a la normalidad.
El conflicto terminó por medio de una transacción honrosa para ambas partes: el ministerio se desistió de la orden de expulsión de los alumnos de medicina y reconoció el derecho de éstos de asistir o no a clases, aunque mantuvo la orden de expulsión de los internos. Los estudiantes volvieron a sus aulas dispuestos a seguir luchando por la Universidad Libre. El curso posterior a los acontecimientos políticos lo impidió. La revolución de Tuxtepec y el arribo de Porfirio Díaz a la presidencia cambiaron el curso de la historia.
Entre tanto sólo queda de la pequeña asonada uno que otro rotulón que aún no ha sido arrancado de las esquinas, los recuerdos de las sensaciones de algunos días, tres o cuatro caricaturas en los periódicos jocosos y una dancita que lleva por título “La huelga de los estudiantes”.
El retorno a las cátedras
José Martí, Revista Universal, 11 de mayo de 1875
Los estudiantes han vuelto a cátedras. Se alejaron de ellas porque se negó a sus compañeros el derecho constitucional de recibir instrucción; este derecho se ha reconocido, este error se ha reparado con una declaración –por lo prudente, loable–, y los estudiantes vuelven a las cátedras desiertas, por el camino honroso y natural que el buen tacto del gobierno les abrió.
No ha querido el gobierno herir este movimiento entusiasta y generoso; bien ha hecho en no provocar su debilidad, como ha hecho bien en esperar su templanza para facilitar un avenimiento.
Así como esta generosa rebelión contra un derecho herido ha sido prenda de hombres vigorosos y enérgicos para los días que han de venir. Tristeza hubiera sido para la patria ver decaer y vacilar a estos ánimos juveniles que de manera tan hermosa y tan sencillamente grande se anunciaron.
En vez de combatida imprudentemente, el gobierno ha protegido esta exaltación de la dignidad. La ha dejado obrar y le ha procurado una solución honrosa, que tiene de respetable todo lo que tiene de parca y de tácita.
Aunque no hubiera tenido otra importancia, una ha tenido notable el movimiento de las Escuelas. El habitante de un pueblo libre debe acostumbrarse a la libertad. La juventud debe ejercitar los derechos que ha de realizar y enseñar después.