50 años de la muerte de Julio Torri

Fino, sutil, escueto prosista, fue precursor de escritores de la talla de Jorge Luis Borges, Juan José Arreola y Augusto Monterroso.

Julio Torri elevó la miniatura literaria en lengua española a la categoría de arte. El suyo fue un arte fino, sutil, escueto, corrosivo en su humor; de aquí que se le considere precursor de escritores como el argentino Jorge Luis Borges, el mexicano Juan José Arreola y el guatemalteco Augusto Monterroso. El pasado 11 de mayo se cumplieron 50 años de su fallecimiento en la Ciudad de México.

Nacido el 27 de junio de 1889 en Saltillo, Coahuila, en 1909 se trasladó a la capital del país, donde, con un grupo de intelectuales, escritores, y artistas –entre los que destacaban Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso, José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Enrique González Martínez y Diego Rivera– fundó el Ateneo de la Juventud Mexicana, más adelante conocido simplemente como el Ateneo de la Juventud.

En 1913 se graduó como abogado en la Escuela Nacional de Jurisprudencia y en 1933 se doctoró en letras por la Universidad Nacional Autónoma de México.

Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua desde 1942, se desempeñó también como profesor de literatura española en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Debido a su breve producción literaria, Antonio Caso lo llamó el “Cuentagotas”. Y sí, en vida, Torri sólo publicó cuatro pequeños libros: Ensayos y poemas (1917), De fusilamientos (1940), La literatura española (1952) y Tres libros (1964), que incluye Ensayos y poemas, De fusilamientos y Prosas dispersas.

De manera póstuma se publicaron Diálogos de los libros (1980), El ladrón de ataúdes (1987) y Epistolarios (1995).

En 1914, en un artículo publicado en la Revista de América, Alfonso Reyes ya señalaba que Torri era “un humorista de humorismo funesto, inhumano, un estilista castizo y un raro sujeto en lo personal”.

Años después, en otro escrito, el mismo Reyes diría de Torri: “Caso único de sobriedad en esta vegetación de América.”

En una entrevista que le hizo el crítico literario Emmanuel Carballo y que luego se publicaría en el libro Protagonistas de la literatura mexicana (1965), Torri habló, de una manera nada convencional, de su ars poetica: “El horror por las explicaciones y las amplificaciones me parece la más preciosa de las virtudes literarias. Prefiero el enfatismo de las quintaesencias al aserrín insustancial con que se empaquetan usualmente los delicados vasos y las ánforas.”

Cuando Torri aún vivía, en el mundillo literario de México corría un secreto a voces: que era bastante mujeriego. Como un homenaje a esta faceta de su rica y extravagante personalidad presentamos a continuación su texto “Estampa antigua”, publicado en El ladrón de ataúdes:

“No cantaré tus costados, pálidos y divinos que descubres con elegancia; ni ese seno que en los azares del amor se liberta de los velos tenues; ni los ojos, grises o zarcos, que entornas, púdicos; sino el enlazar tu brazo al mío, por la calle, cuando los astros en el barrio nos miran con picardía, a ti linda ramera, y a mí, viejo libertino.”

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