7 de mayo de 1824: se estrena la Novena de Beethoven

Ese día, en el Theater am Kärntnertor, en Viena, también se interpretaron su obertura La consagración de la casa, y el Kyrie, el Gloria y el Credo de su Missa solemnis

C omo sus últimas composiciones no habían sido bien recibidas en Viena (“Hace mucho que no están de moda y la moda lo hace todo”, decía), Beethoven concibió un plan: estrenar su Sinfonía número 9 en re menor, opus 125, “Coral”, en Prusia.

Pronto, sin embargo, dicho plan se divulgó por toda Viena y llegó a oídos de varios “amantes del arte” que de inmediato se reunieron y redactaron una carta que se publicó en febrero de 1824 en el Theater Zeitung y el Wiener musikalische allgemeine Zeitung, bajo el título “Llamamiento de sus admiradores”.

En ella le decían a Beethoven, entre otras cosas: “Sabemos que la corona de sus grandes sinfonías se ha visto aumentada con una flor inmortal. Desde hace ya años, desde que se aplacó el trueno de la batalla de Vitoria [La Victoria de Wellington], aguardamos y esperamos. Abra de nuevo el tesoro de su inspiración y extiéndalo sobre nosotros como antaño. No defraude durante más tiempo las expectativas públicas. Acreciente el precio de sus obras incomparables dándonoslas a conocer en persona. No querrá que los hijos de su genio sean arrancados de su patria para ser presentados primero ante extraños. ¡Aparezca entre nosotros, muéstrese en su gloria y acuda a alegrar a sus amigos, a sus ardientes y respetuosos admiradores!”

Finalmente, emocionado por aquella excepcional muestra de afecto y admiración, Beethoven accedió a estrenar la Novena en el Theater am Kärntnertor, en Viena, el 7 de mayo de 1824.

Ese día –ese histórico día–, el programa estuvo compuesto por su obertura La consagración de la casa, opus 124, el Kyrie, el Gloria y el Credo de su Missa solemnis en re mayor, opus 123 (se interpretaron también por primera vez, pero como “himnos”, debido a que entonces no se podía tocar música sacra en recintos no religiosos) y, como último número, la Novena.

Los solistas fueron la soprano Henriette Sontag, la contralto Karoline Unger, el tenor Anton Haitzinger y el bajo Joseph Seipelt, con la orquesta y el coro del Theater am Kärntnertor, reforzados por aficionados, todos bajo la batuta de Michael Umlauf, pero con Beethoven también en el escenario, marcando el tiempo.

De acuerdo con Schindler, el primer biógrafo de Beethoven, el teatro estaba lleno. “Un solo palco –añade– permaneció vacío: el del Emperador, a pesar de que el maestro y yo mismo habíamos invitado personalmente a todos los miembros de la familia imperial y de que algunos habían prometido acudir.”

Tras la conclusión del primer movimiento de la nueva sinfonía beethoveniana se oyó una salva de aplausos atronadores; el segundo movimiento también concitó una entusiasta ovación y tuvo que ser interrumpido y retomado por la orquesta desde el principio; el tercero, con su enternecedora belleza, enamoró a la concurrencia; pero el cuarto, que comienza con lo que Wagner llamó una “fanfarria del terror” y más adelante incorpora las voces solistas y el coro a la orquesta, simple y sencillamente la enloqueció.

Se cuenta que, una vez que la Novena llegó a su fin, Beethoven todavía se hallaba absorto en la partitura, por lo que la contralto Karoline Unger debió tomarlo del brazo y hacer que se volviera en dirección al público, que gritaba y aplaudía rabiosamente.

Al respecto: Swafford escribe: “Era como si los asistentes estuvieran rompiéndose la voz para hacerle comprender que aquél era su triunfo a pesar de todo; a pesar de la deficiente ejecución, de la dificilísima música, de los asientos abandonados, de su oído perdido. Sucediese o no de esa manera, pensar en ello produce una infinita tristeza.”

En 1826, año en que la editorial Schott e Hijos hizo la primera impresión de la partitura de la Novena, Beethoven tomó una distancia definitiva de la monarquía austriaca al dedicar esta obra al rey de Prusia Guillermo III.

Recuadro:

El pañuelo de Furtwängler

El 19 de abril de 1942, en la capital del Tercer Reich, la Orquesta Filarmónica de Berlín, dirigida por Wilhelm Furtwängler, interpretó la Novena de Beethoven en un concierto en honor de Adolf Hitler, quien ese día cumplía 53 años.

Aunque el Führer no asistió, numerosos jerarcas nazis, entre ellos Joseph Goebbels, sí fueron a la sala de conciertos y ocuparon buena parte de las butacas.

Cuando la orquesta dejó de tocar, Goebbels se levantó de su asiento y fue a saludar de mano a Furtwängler, quien segundos después, de acuerdo con la filmación que hay del suceso (y que fue incluida en la película Réquiem por un imperio, de Itsván Zsabó), se limpió la mano con su pañuelo para que no quedara en ella rastro alguno del hombrecito encargado del Ministerio para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich.