70 años de Diánoia

En abril de 1955 empezó a circular en librerías una auténtica novedad editorial: Diánoia, la primera revista académica en México especializada exclusivamente en filosofía. El gran número de publicaciones con estas características que hoy tenemos a la mano quizás oscurezca lo que en ese momento significó una iniciativa semejante. De periodicidad anual y con contribuciones de algunos de los filósofos más reconocidos de su tiempo, tanto nacionales como extranjeros, sus casi 400 páginas contrastaban con aquellas otras que hasta entonces habían prestado una tribuna a la reflexión filosófica. Había, claro está, algunos antecedentes, como la Revista Positiva, fundada en 1901 por Agustín Aragón como órgano del positivismo en sus vertientes filosófica, literaria, social y política; Ábside, publicación auspiciada por el Seminario Conciliar con el propósito de difundir el pensamiento cristiano; la Gaceta de los Neokantianos de México, instrumento de combate, casi un panfleto, editado de un modo más bien artesanal; y el Boletín Bibliográfico del Centro de Estudios Filosóficos, ideado sobre todo como un espacio para la discusión y crítica de libros. A esos títulos habría que agregar Cuadernos Americanos, cuya vocación “humanista y militante” abarcaba las ciencias humanas y sociales, incluyendo, desde luego, la filosofía. Sin embargo, entre aquellos que sobrevivieron más allá de los años cuarenta, ninguno pretendía auspiciar un enfoque académico ni mucho menos unidisciplinario.

Como se ha recordado en más de una ocasión, una experiencia en particular se encuentra en el origen de Diánoia: la revista Filosofía y Letras, órgano de la Facultad homónima de la Universidad Nacional Autónoma de México1. Su fundador, Eduardo García Máynez, había buscado poner a disposición de los colegas un foro para difundir investigaciones, actividades y novedades bibliográficas, de tal modo que se favoreciera el diálogo entre pares y la formación académica. Desde su número inaugural, aparecido en 1941, la revista se dividió en tres secciones, en estricta correspondencia con las disciplinas impartidas en la Facultad —filosofía, letras e historia y antropología—. El conjunto se cerraba con un apartado de reseñas y otro de noticias referentes a los encuentros que día con día se daban cita en Mascarones. Pese a su relativo éxito, que los tiempos no eran todavía del todo propicios para una empresa semejante parecen sugerirlo las dificultades para asegurar que Filosofía y Letras apareciera siempre con puntualidad, atrajera colaboraciones suficientes y, sobre todo, contara con un amplio universo de lectores. Y todo ello por no hablar de la ocasional disculpa por su carácter apolítico, ajeno a las mayores luchas del momento2.

A juzgar por las líneas que anunciaron el primer número de Diánoia, en 1955 se consideraba haber alcanzado ya la “madurez filosófica” requerida para sostener una revista internacional elaborada desde los más altos estándares del rigor académico3. A avanzar hacia ese fin había contribuido el fortalecimiento de distintas instituciones educativas, como el propio Centro de Estudios Filosóficos que en 1945, una vez cumplido y ampliado sus objetivos originarios —formalizar un círculo de debate e integrar una biblioteca—, adquirió el rango de instituto, aunque sin verse todavía modificado su nombre4. También los estudios en filosofía en la Facultad se habían consolidado, tal como daban cuenta la puesta en marcha de numerosos seminarios y una matrícula en constante aumento. El establecimiento del profesorado de carrera, puesto en vigor por esos años, había permitido dedicarse en exclusiva a la enseñanza y la investigación, mientras que el traslado en 1954 a la Ciudad Universitaria supuso condiciones de trabajo hasta entonces sólo imaginadas. En virtud de esos logros, manifiestos en el número de publicaciones, conferencias y congresos, los editores de Diánoia confiaban en que 15 años habían bastado para configurar una nueva y más exigente cultura filosófica.

Aunque en nuestros días no toda revista presta expresión a un programa intelectual, Diánoia se fundó en el marco de uno muy específico. Sus grandes líneas pueden conocerse en las páginas de presentación que preparó Eduardo Nicol, artífice y primer director de esta publicación periódica. En ellas celebraba que el cultivo de la filosofía en los países de habla hispana se hubiera elevado a un nivel “suficiente ya para crear las condiciones de posibilidad de un nuevo estilo: el estilo propio de la investigación científica”. En el polo opuesto a la ideología y el ensayo, ese estilo se caracterizaba por el empeño en “hacer accesibles ideas rigurosas, sistemáticamente organizadas”, por su carácter impersonal, ajeno a las coyunturas políticas y al interés individual, y por un método cimentado en “la crítica de textos, los estudios historiográficos, las técnicas especiales [y] las investigaciones de Seminario”. De esa suma de elementos surgirían trabajos susceptibles de conjugar la creación teórica y el rigor científico, ideales a los que podía aspirar la filosofía hispanoamericana, siempre y cuando hiciera de la reflexión un diálogo de ida y vuelta entre el individuo y la colectividad. De ahí el nombre elegido para aquel Anuario de Filosofía, tal como explicó Nicol en su número inaugural:

La diánoia —dice Platón— es un diálogo interior y silencioso del alma consigo misma. La quietud, la intimidad, la soledad, son necesarias para que el pensamiento reflexivo produzca frutos de verdadera ciencia. […] La fase de gestación, en la que el alma dialoga silenciosamente consigo misma en la intimidad, se completa necesariamente con la expresión creadora, el diálogo con las almas ajenas, en el cual se cumple el carácter de auténtica comunidad que tiene el pensamiento cuando busca la ciencia verdadera. La ciencia —la verdad— es un bien común. Diánoia se pone al servicio de este bien (Nicol, 1955, pp. VII-IX).

Pese al tono ecuánime y sosegado que distingue esa presentación, Fernando Salmerón no dudó en calificarla como una “discreta declaración de guerra” (1997, p. 182). Y es que, de modo apenas velado, Nicol arremetía ahí contra quienes habían hecho de la circunstancia el tema de sus meditaciones y cuestionaban la universalidad del pensamiento filosófico. En la mira se encontraban, desde luego, José Ortega y Gasset y sus discípulos en México, en particular José Gaos, cuyo magisterio había ejercido gran influencia sobre las más recientes generaciones de estudiantes5. Al decir del propio Salmerón, contrarrestarla figuraba entre los motivos que informaron la composición formal de la revista, al permitir “marcar la dependencia de Diánoia respecto del Centro [de Estudios Filosóficos] y, probablemente, su reserva frente al núcleo mayor de profesores jóvenes de la Facultad” (1997, p. 181). Tuviera o no razón, lo cierto es que los alumnos de Gaos, con excepción de Leopoldo Zea, tardaron unos cuantos años en abrirse un espacio en alguna de las tres secciones que dividían el novel anuario: mientras la primera estaba reservada a los trabajos realizados por los investigadores del Centro, así como a aquellos otros que se elaboraban en los seminarios impartidos en la Facultad, la segunda acogía investigaciones de toda procedencia. La tercera, por último, incluía noticias y reseñas6.

El relativo éxito de Diánoia se manifestó casi de inmediato, un éxito al cual contribuyó el apoyo del Fondo de Cultura Económica, al hacerse cargo de su edición, distribución y parte de su financiamiento. Todo ello permitió que se remunerara con decoro al conjunto de los colaboradores, que los ejemplares contaran con una pulcra tipografía y que cada número disfrutara de una difusión adecuada. Los primeros resultados se hallaban a la vista, según informó Nicol a Arnaldo Orfila Reynal, entonces director del Fondo:

He de reiterarle ahora mi convicción de que esta empresa que iniciamos el año pasado no sólo es ejemplar en cuanto a la forma de cooperación entre la Universidad y el Fondo de Cultura Económica, sino que podrá ejercer gran influencia cultural en México y en el extranjero. Me satisface poderle decir que, lo mismo en Europa que en América, los colegas más eminentes recibieron el Número 1 con unos comentarios que son tan halagadores para Ustedes como para nosotros. En varios casos de profesores europeos, ha sido el envío de un ejemplar de ese número lo que determinó a su vez el envío inmediato de una colaboración que antes había sido prometida solamente con reservas7.

Sin embargo, Nicol no tuvo tiempo de dar continuidad a un esfuerzo que en alguna ocasión adjetivó como “titánico”. En 1956, al publicarse el segundo número de Diánoia, su nombre había desaparecido de la portada y sólo unas breves líneas insertas hacia el final ofrecían algún indicio de su labor editorial8. Pese a que en público explicó haber dimitido a causa de una fatiga extrema y por problemas de salud, su correspondencia indica que su salida fue el resultado de una ingrata imposición. Al parecer, las intrigas de Luis Recásens Siches y la incomprensión de Eduardo García Máynez determinaron que se le expulsara por actuar, en opinión de sus colegas, en contra de los intereses del Centro9. A partir de entonces el propio García Máynez, en tanto director de esta institución, asumió la responsabilidad de la revista, una práctica que perduró hasta 1999, cuando cesó de ser un cargo ex officio y se decidió que la elección recayera en el Comité Editorial.

Como bien apuntó Pedro Stepanenko, es muy posible que quien recorra en nuestros días los primeros números de Diánoia no deje de sentir cierta extrañeza (2005, p. 2). En contraste con los artículos autocontenidos a los que estamos tan acostumbrados, los textos entonces publicados solían constituir avances de investigaciones más extensas que, se esperaba, aparecerían después entre las portadas de algún libro. No se trataba, empero, de elevar con artificio los índices de productividad, como hoy es muy frecuente, sino que había buenos motivos para proceder de ese modo: en un medio donde el ensayo libre era la norma, los editores asumieron “la misión de fomentar la producción de tales obras que, por su mismo carácter científico, han sido hasta ahora excepcionales y requieren mucha labor y dedicación”.10 Sin las limitantes de las revistas más comunes, en particular en cuanto al ritmo y la amplitud en la publicación, un anuario ofrecía el formato idóneo para acoger investigaciones de mediano y largo aliento. Todo ello permitiría contar, una vez pasado el tiempo, con una bibliografía filosófica a la vez sólida y original, comparable, si no mejor, a la producida en cualquier otro momento y lugar.

Pese al optimismo que embargó a sus fundadores, muy pronto se hizo evidente que se había sobrestimado el potencial recibimiento de la nueva revista. Las cuentas no engañaban: de un tiraje anual de 2 mil ejemplares, en 1957 no se había logrado vender ni la mitad. En nada ayudaba que Diánoia, con sus 700 cuartillas punteadas de fórmulas matemáticas y palabras en griego, supusiera costos en exceso elevados, según Arnaldo Orfila explicó al buscar retractarse de un convenio por desgracia insostenible para la casa editorial11. No quedó más remedio que reducir y simplificar la composición del Anuario, si bien Eduardo García Máynez evitó traicionar, en lo posible, el proyecto original12. De ahí que el grueso de cada volumen se mantuviera a cargo de los investigadores del Centro —en un inicio sólo siete—, y que los mismos temas tendieran a volver con la puntualidad de un péndulo: filosofía del derecho, teoría de la virtud, historia de las ideas en América, filosofía antigua y filosofía de la ciencia.

El primer número. Foto: Instituto de Investigaciones Filosóficas.

Aunque en distinta proporción, el mundo circundante asomaba también en cada número. Un repaso a los índices basta para advertir que por sus páginas se fueron sucediendo las mayores corrientes de la filosofía, desde la fenomenología, el existencialismo y el marxismo, pasando por el positivismo lógico y la filosofía del lenguaje, y hasta llegar a lo que Carlos Pereda (2013) denominó la “irrupción del archipiélago”, esto es, una variedad de temas y problemas que concuerdan con el crecimiento y mayor pluralismo de la comunidad filosófica. Junto con muchos de sus grandes nombres, como Nicola Abbagnano, Jean Wahl, Alfred Verdross y Juan David García Bacca, en su primera época incluyó igualmente informaciones que dan cuenta de los cambios operados en el campo filosófico. A ese fin estaba destinada la sección de “Noticias”, donde pueden leerse detalladas recensiones de congresos y encuentros internacionales, por ese entonces todavía excepcionales y considerados dignos de la mayor atención. A la luz de nuestros días, no dejará de sorprender que a esas reuniones acudieran, no sólo reconocidos representantes del gremio, sino las más altas autoridades políticas, como fue el caso del Segundo Congreso Interamericano de Filosofía, celebrado en Costa Rica en 1961 y presidido, en cada una de sus sesiones, por Abelardo Bonilla, presidente interino del país13. Otro tanto sucedió con motivo del XIII Congreso Internacional de Filosofía, reseñado en las primeras páginas de la prensa y cuya inauguración, en septiembre de 1963, corrió a cargo del presidente Adolfo López Mateos.

Los reflectores se fueron apagando u orientando en otras direcciones conforme la filosofía optó por privilegiar el diálogo entre especialistas, único capaz de articular, según se creía, un pensamiento científico. Tal fue el cometido que se impuso Fernando Salmerón, quien, tras colocarse en 1966 al frente de Diánoia, se propuso convertirla en “la mejor tribuna para las investigaciones filosóficas hispanoamericanas”. Así se lo hizo saber a Mario Bunge, al comentar:

Realmente no me atrevo a pedirle un trabajo más técnico para el Anuario, porque, como usted podrá ver, Diánoia responde muy fielmente a la producción filosófica hispanoamericana y especialmente mexicana […] Mis deseos de transformar lentamente el Anuario lo mismo en los temas y en la orientación que en el rigor de los artículos, es algo que sólo podrá cumplirse a lo largo de varios años14.

A todas luces lo logró, sobre todo si se considera que durante los 12 años que estuvo a la cabeza del anuario en sus páginas se congregaron algunas de las mejores plumas de la región, sin por ello excluir a autores oriundos de otras latitudes. De hecho, a concertar un intercambio más horizontal, abierto y cosmopolita contribuyó la decisión de eliminar la división entre colaboraciones locales y foráneas. También amplió el espectro de temas, problemas y enfoques, consiguiendo que “continentales” y “analíticos” convivieran todavía como integrantes de una misma familia. Asimismo, tras 11 años de mantenerse como una empresa casi por entero masculina —con la salvedad de Elsa Cecilia Frost, quien durante algún tiempo se ocupó de cuidar la edición—, por primera vez se dieron a conocer las investigaciones de un par de autoras: la de Alice Ambrose, filósofa del lenguaje, y la de Judith Schoenberg, especialista en lógica y en filosofía de filósofa mexicana —Margarita Valdés— publicara en la revista un artículo de fondo16.

Rara vez los cambios se asimilan con facilidad y a fortiori cuando éstos pueden suponer un cuestionamiento al trabajo propio. Establecer un sistema de evaluación fue, por esos motivos, un proceso paulatino y no exento de dificultades. Más allá de las rivalidades al interior del Centro de Estudios Filosóficos, durante la primera época de Diánoia las inquietudes se reducían a asegurar un número adecuado de contribuciones, en su mayoría producto de una invitación expresa y obtenidas en función de las buenas relaciones entre autores y editores17. Según sugieren los rastros que aún se conservan, a inicios de los años setenta Fernando Salmerón tomó la iniciativa de introducir criterios más estrictos y, en caso de desconocer el tema, turnar el envío a un par de colegas mejor informados. No obstante, esta práctica, todavía un tanto inusitada, no tardó en valerle la sospecha de fomentar el sectarismo, así como alguna u otra malquerencia.

Comprendo —le escribió en ese sentido Agustín Basave— que halla [sic] usted tratado de acentuar el número de colaboraciones que dan un tratamiento científico a los asuntos filosóficos, en detrimento de aquellas que presentan una impresión personal. Pero supongo que el tratamiento científico a los asuntos filosóficos no podrá reducirse, únicamente, a la peculiar concepción que de la filosofía tiene el empirismo lógico o neo-positivismo18.

De nada servía que Salmerón protestara aduciendo que “las limitaciones de nuestra revista no obedecen a temas ni a orientaciones filosóficas”, cuando la evidencia apuntaba a que los contenidos dependían del buen o mal criterio de una sola persona19. Quizás a ello en parte responda que en 1985, al tomar León Olivé la responsabilidad del anuario, se instituyera un Comité Editorial, integrado por cuatro insignes varones: Alejandro Rossi, Fernando Salmerón, Luis Villoro y Ramón Xirau. A ellos se sumaron, un año después, un grupo de reconocidos filósofos que con su firma avalaban la revista y le imprimían un carácter internacional20. Para 1994, al conmemorarse el cuadragésimo aniversario de Diánoia, Olbeth Hansberg, su directora en aquel momento, podía con orgullo anunciar que “todos los artículos que se publican en ella son dictaminados por especialistas”21. Gracias a esta y otras medidas, en ese mismo año el anuario ingresó al Índice de Revistas Científicas del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología.

Si bien Diánoia se creó con el deseo de mantener su independencia frente a cualquier “decisión o empeño personal y, por tanto, sin mérito particular para nadie”, cada una de las personas que se han sucedido a su cargo ha dejado su marca y se aprecia en el acento en una u otra sección, en la ligera preponderancia de ciertos temas, corrientes o periodos, y en la introducción de distintas novedades22. Algunos de los cambios más notorios ocurrieron en 2001, cuando, bajo la tutela de Guillermo Hurtado, Diánoia abandonó el formato de anuario y adoptó una periodicidad semestral. El diseño tanto de portada como de interiores se modificó por completo, y a partir de entonces sus contenidos se distribuyeron en cuatro secciones: Artículos, Notas y discusiones, Estudios críticos y Reseñas bibliográficas. Muchas han sido las transformaciones subsiguientes, pero baste aquí mencionar un par igualmente notables: el paulatino tránsito hacia un formato por entero digital y, como consecuencia, el haber llegado a su fin el vínculo con el Fondo de Cultura Económica, que en el transcurso de 72 años acompañó la edición de Diánoia.

Al cumplirse una década más de publicación, deseamos festejar este nuevo aniversario, no sólo recordando la larga y provechosa trayectoria de una revista que ha servido a la vez como índice y factor de los cambios más significativos en la arena filosófica; junto a la celebración de los logros alcanzados, resulta igualmente imprescindible enfrentar los desafíos que hoy se nos presentan. Aunque los tiempos son desde luego muy distintos, seguimos empeñados, como lo estaba Salmerón hace más de medio siglo, en “hacer de Diánoia la mejor tribuna para las investigaciones filosóficas hispanoamericanas”. Para lograrlo, el mejor instrumento que tenemos a la mano sin duda consiste en la habilidad de reinventarnos, como ya la revista lo ha hecho en el pasado. Atenta a los criterios que rigen y han regido las publicaciones académicas, pero sin someterse del todo a ellos, a lo largo de su historia ha sabido evitar la uniformidad y el anonimato, conservando su particular perfil. Éste se caracteriza por su orientación pluralista y el deseo de concertar el diálogo filosófico, en particular en los países de habla hispana. De nuestra capacidad para mantener su relevancia y articular las siempre cambiantes comunidades filosóficas dependerá que con el correr de los años sigamos leyendo, comentando y discutiendo los contenidos de Díánoia.


1 Al conmemorarse el vigésimo aniversario de Diánoia, Eduardo Nicol recordó ese estrecho vínculo en los siguientes términos: “La revista Filosofía y Letras tuvo muy buena vida, y bastante prolongada, hasta que el Dr. Eduardo García Máynez y yo, que la habíamos fundado, no pudimos impedir que fuese ejecutada. Nos resarcimos fundando Diánoia […] [N]o está sobrado recordar ahora que sin aquella revista que murió no hubiera podido nacer esta Diánoia que prolongaba su propósito”. Nicol (1974), p. 5. Sobre la historia de Filosofía y Letras me permito remitir a Valero Pie (2014).

2 Véase, por ejemplo, Nicol (1945), p. 142

3Diánoia comienza su diálogo” (1955), p. 1. “Consideramos —afirmaba Eduardo Nicol en el proyecto que elaboró al momento de crear la revista— que, por primera vez, están establecidas las bases —y establecidas precisamente en México— para fundar una publicación al estilo de los Anuarios filosóficos alemanes, que tienen tan ilustre tradición, dedicada exclusivamente a la investigación filosófica, y con carácter internacional”. Nicol, “Memorándum sobre el Anuario de Filosofía”, Archivo del Departamento de Publicaciones, Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM.

4 Véase García Máynez (1966).

5 En carta a Alejandro Rossi, Nicol fue más explícito, al comentarle, con ocasión del lanzamiento de Crítica, que la nueva revista compartía los mismos principios y motivaciones que se encontraban en el origen de Diánoia: “Las características de la filosofía actual en Hispanoamérica, que Uds. señalan en la presentación, forman en realidad un programa. Me recuerda la presentación de Diánoia”. “Como pueden suponer —sostenía más adelante—, suscribo [el programa] entero, desde la crítica de la ‘especulación’ en metafísica, hasta la crítica de la retórica como disfraz de la imprecisión […] Lo que suele olvidarse es que esa manera de filosofar tuve que propugnarla en circunstancias adversas, cuando lo que predominaba en el ambiente era el orteguismo en sus formas delicuescentes, y los aspectos melodramáticos del existencialismo, y el localismo, y el subjetivismo llamado personalista; en fin, las modas que distraían del trabajo serio, y hasta ridiculizaban la vocación de universalidad, de método y sistema”. Carta de Eduardo Nicol a Alejandro Rossi, fechada el 21 de noviembre de 1967, en Archivo Histórico de la UNAM (en lo sucesivo AHUNAM), fondo Eduardo Nicol, caja 23, exp. 169, f. 15747.

6 El proyecto original contemplaba una sección suplementaria, en la que se incluiría “un Symposion [sic] sobre algún tema de importancia y actualidad en la filosofía contemporánea”. “Diánoia comienza su diálogo” (1955), p. 1. Esta sección, sin embargo, no se concretó sino hasta 2001, cuando se incluyó un apartado destinado a “Notas y discusiones”.

7 Carta de Eduardo Nicol a Arnaldo Orfila Reynal, fechada el 11 de noviembre de 1955, en AHUNAM, fondo Eduardo Nicol, caja 23, exp. 152, f. 15059.

8 En la sección de noticias podía leerse: “El Dr. Eduardo Nicol trabajó en la preparación de este número de Diánoia hasta el 10 de septiembre de 1955. A partir de esa fecha prosiguieron dichos trabajos los investigadores del Centro de Estudios Filosóficos de la Universidad Nacional Autónoma de México. Se pone en conocimiento de los colaboradores de Diánoia que en lo sucesivo toda la correspondencia deberá ser enviada a la dirección del propio Centro”. “Aviso editorial” (1956), p. 323. En vista de que había preparado el número 2 en su integridad y adelantado muchos materiales para el número 3, Nicol consideró la brusca desaparición de su nombre como un acto de violencia, por el que se infringieron sus derechos morales y legales. Carta de Eduardo Nicol a Eduardo García Máynez, fechada el 13 de septiembre de 1955, AHUNAM, fondo Eduardo Nicol, caja 23, exp. 162, f. 15094-15095. Nicol se negó a publicar en la revista hasta 1969, cuando dio a la imprenta el artículo “El principio de individuación”.

9 Los pormenores de este incidente se encuentran en la carta de Eduardo Nicol a Memo, s/f, AHUNAM, fondo Eduardo Nicol, caja 23, exp. 162, f. 15099.

10 Nicol, “Memorándum sobre el Anuario de Filosofía”, Archivo del Departamento de Publicaciones, Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM. En paralelo, también se creó una colección anexa al anuario, con el objeto de publicar obras más extensas y en su integridad.

11 Carta de Arnaldo Orfila Reynal a Eduardo García Máynez, fechada el 2 de marzo de 1957, en Archivo del Departamento de Publicaciones, Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM.

12 El convenio de 1957 que sustituía al firmado tres años atrás establecía un tiraje de 1,200 ejemplares, la presentación de un máximo de 600 cuartillas, la sustitución de segmentos de otros libros por estudios escritos especialmente para la revista, una reducción en el número de reseñas y una mayor participación financiera por parte de la UNAM. “Se piensa —explicaba García Máynez— que con estas medidas Diánoia tendrá una mayor aceptación y al mismo tiempo se rebajarán de forma considerable los costos de la edición”. Carta de Eduardo García Máynez a Elí de Gortari, fechada el 27 de junio de 1957, en Archivo Histórico del Instituto de Investigaciones Filosóficas (en lo sucesivo AHIIFs), fondo Eli de Gortari, caja 48, exp. 158, f. 124-125.

13 “Noticias” (1962), p. 259. A partir de 1966, cuando Fernando Salmerón se colocó al frente de Diánoia, la sección de “Noticias” se restringió a las actividades auspiciadas por el Centro de Estudios Filosóficos, rebautizado al año siguiente como Instituto de Investigaciones Filosóficas. Durante la gestión de Enrique Villanueva, de 1979 a 1984, ese espacio se utilizó para reproducir in extenso sus informes anuales como director del Instituto y, finalmente, se suprimió en 1985, tras tomar las riendas de la revista León Olivé.

14 Carta de Fernando Salmerón a Mario Bunge, fechada el 31 de octubre de 1968, en AHIIFs, fondo Fernando Salmerón, caja 4, f. 499.

15 En el periodo comprendido de 1966 a 1977, entre las firmas de autores hispanoamericanos se encuentran las de los argentinos Mario Bunge, Eduardo A. Rabossi, Mario Presas, Risieri Frondizi, Carlos E. Alchourrón, Ricardo Maliandi y Ernesto Garzón Valdés; el brasileño Miguel Reale; el colombiano Luis Enrique Orozco Silva; el cubano Jorge J. E. Gracia; los españoles José Ferrater Mora, Juan David García Bacca, Jorge Enjuto, Enrique Tierno Galván, José Luis Aranguren y José Luis Abellán; los guatemaltecos Héctor-Neri Castañeda y José Luis Balcárcel; los peruanos Augusto Salazar Bondy, Francisco Miró Quesada, Antonio Peña Cabrera y Víctor-Li Carrillo; los uruguayos Federico Riu, Juan Llambías de Azevedo, Mario Otero y Javier Sasso; y los venezolanos Juan Nuño y C. Ulises Moulines.

16 El artículo de Margarita Valdés lleva por título y tema “Sensaciones e incorregibilidad”. Antes de esa fecha, Diánoia sólo había publicado una reseña y un obituario que Rosa Krauze escribió a la muerte de José Romano Muñoz (1961 y 1968); dos reseñas de Elsa Cecilia Frost (1968); un artículo de Vera Yamuni dedicado a José Gaos (1970); una reseña y un artículo más de Judith Schoenberg (1961 y 1972); unas páginas de Graciela Hierro en memoria de Robert S. Hartman (1974); una reseña de Ute Schmidt (1974); y un par de reseñas de la pluma de Corina de Yturbe y Paola Vianello (1976). Únicamente a partir de 1978, durante el brevísimo periodo de Hugo Margáin como director, los artículos firmados por filósofas dejaron de representar una excepción.

17 Los investigadores del Centro, por su parte, tenían la obligación de entregar cada año un artículo a la revista.

18 Carta de Agustín Basave a Fernando Salmerón, fechada el 20 de febrero de 1972, en AHIIFs, fondo Fernando Salmerón, caja 2, f. 255.

19 Carta de Fernando Salmerón a Agustín Basave, fechada el 28 de febrero de 1972, en AHIIFs, fondo Fernando Salmerón, caja 2, f. 257.

20 Se trata de los siguientes: Ernesto Garzón Valdés, Zeljko Loparic, Emilio Lledó, Joao Paulo Monteiro, Javier Muguerza, Juan Nuño, Ezequiel de Olaso, Mario Otero, Rubén Sierra Mejía, David Sobrevilla y Roberto Torretti. La primera filósofa invitada a formar parte del Comité Editorial fue Isabel Cabrera en 1994. A partir del número 45, correspondiente a 1999, la revista empezó a distinguir entre quienes prestaban su nombre para dar lustre a la revista —el Comité Editorial— y quienes con su esfuerzo cotidiano le infundían vida —el Comité de Dirección.

21 Hansberg (1994), p. 1.

22 Nicol (1955), p. VIII. Han dirigido Diánoia Eduardo Nicol (1955), Eduardo García Máynez (1956-1965), Fernando Salmerón (1966-1977), Hugo Margáin (1978), Enrique Villanueva (1979-1984), León Olivé (1985-1993), Olbeth Hansberg (1994-2000), Guillermo Hurtado (2000-2004), Pedro Stepanenko (2004-2006), Ricardo Salles (2007-2010), Faviola Rivera Castro (2011-2014), Efraín Lazos (2015-2018), Teresa González (2018-2020), Fernando Rudy (2020-2024) y Nora Rabotnikof (2024-2025). Quien a lo largo de los años y a través de las sucesivas direcciones ha prestado continuidad a la revista es Carolina Celorio, quien desde 1991 y hasta la fecha ha colaborado en Diánoia a partir de distintos cargos de responsabilidad.

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