A 140 años de la muerte de Gustave Flaubert

Dedicó prácticamente toda su vida como escritor a la búsqueda de lo que él llamaba le mot juste, esto es, la palabra exacta, a la que le otorgaba una importancia capital

En una de las innumerables cartas que Gustave Flaubert le escribió a su amante, la poeta Louise Colet, se lee: “Es preciso narrar con toda sencillez, pero narrar hasta llegar al alma.”

Y, en efecto, la sencillez, que no la simplicidad, es lo que permea el estilo de toda la obra del autor de Madame Bovary, muerto el 8 de mayo de 1880, a los 58 años, en el pequeño pueblo de Croisset, Normandía, a consecuencia de un derrame cerebral.

Flaubert, quien nació a las cuatro de la madrugada del miércoles 12 de diciembre de 1821, en Rouen, ciudad localizada también en Normandía, fue el segundo hijo del cirujano Achille Cléophas Flaubert y de Anne Justine Caroline Fleuriot.

Aunque se le consideraba un estudiante irresponsable, a los 15 años publicó su primer relato, Bibliomanía, en la revista literaria de su ciudad natal (por cierto, hay una traducción de este texto en la Colección Relato Licenciado Vidriera, de la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM).

Posteriormente, sin estar muy convencido de lo que hacía, comenzó a estudiar la carrera de Derecho en París; sin embargo, en junio de 1844 con la idea en mente de que debía reponerse de su primer ataque de epilepsia, abandonó sus estudios y regresó a Croisset, donde viviría hasta el final de sus días, primero con su madre y luego con su sobrina Caroline.

Flaubert publicó en vida cinco libros: las novelas Madame Bovary (1957), Salambó (1862), La educación sentimental (1869) y La tentación de San Antonio (1874), así como Tres cuentos: Un alma de Dios (también conocido como Un corazón sencillo), La leyenda de San Julián el Hospitalario y Herodías (1877).

De manera póstuma se publicaron su novela inconclusa Bouvard y Pécuchet, su también inconcluso y divertidísimo Diccionario de tópicos y sus Cartas a Louise Colet, entre otras obras.

Obsesionado hasta la neurosis por la escritura, se puede afirmar que Flaubert dedicó prácticamente toda su vida como escritor a la búsqueda de lo que él llamaba le mot juste, esto es, la palabra exacta, a la que le otorgaba una importancia capital.

No por nada en otra carta le dice a Colet: “La preocupación de la belleza exterior es un método. Cuando descubro una mala asonancia o una repetición de alguna de mis frases, sé a buen seguro que chapoteo en lo falso. A fuerza de buscar encuentro la palabra justa, la única, y que es al mismo tiempo la armoniosa.”

Tres días después de su fallecimiento, el 11 de mayo, el escritor francés, uno de los novelistas fundamentales de Occidente, fue objeto de una ceremonia religiosa en la iglesia de Cantelau antes de ser sepultado en el Cementerio Monumental de Rouen.

En su lápida se grabó la siguiente inscripción, concebida con un estilo sencillo, sobrio, como a él sin duda le hubiera gustado: “Aquí descansa el cuerpo de Gustave Flaubert. Nacido en Rouen el 12 diciembre 1821. Muerto en Croisset el 8 mayo 1880

Nada más.

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