En compañía de la escritora y activista María Galindo
Analizan en el CIEG formas de comprender y desactivar el insulto
Éste no se puede contrarrestar con la prohibición, ni mucho menos con la corrección o la respuesta insultante
Insultar es palabra y acción, silencio y ruido, defensa y ofensa, una forma del indulto. Los insultos son repentinos, planeados, sorpresivos o intencionados; pueden ser graciosos, creativos, rabiosos y también hirientes; son aquello que la moral intenta silenciar, limpiar, borrar y anular; que la vergüenza trata de olvidar o saldar. El insulto marca el inicio o final de un encuentro, su color y temperatura, el tono de un lenguaje y su territorio; define un lugar de enunciación, lucha, protesta, venganza o vergüenza.
Docentes, estudiantes, activistas, autoridades, directoras, personal académico y administrativo de distintas dependencias universitarias, se reunieron en el Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG) de la UNAM para reflexionar alrededor de la práctica, pedagogía, epistemología, política y estética del insulto desde enfoques teóricos derivados de los estudios críticos, culturales, feministas, visuales y decoloniales.
El conversatorio El Insulto tuvo como invitada especial a María Galindo, escritora, activista, artista e integrante de Mujeres Creando, un movimiento feminista-anarquista autónomo fundado en 1992 en zonas periféricas de La Paz, Bolivia, quien compartió su punto de vista –desde una lengua filosa– sobre la acción y los efectos de insultar.
María Galindo presentó de manera performática la conferencia Que la vergüenza cambie de bando, un análisis histórico-milimétrico de los mecanismos de acción del insulto. “Los insultos califican los cuerpos, los colores de piel, las edades, los gustos, las formas de hablar y moverse, las formas de querer. No queda a salvo del insulto ningún detalle de la vida”, afirmó.
La mujer más insultada de Bolivia, según manifiesta en su libro Feminismo Bastardo (2021), cerró su intervención mencionando que el ciclo del insulto sólo se puede contrarrestar con su politización y su reapropiación lúdica, no con la prohibición, ni mucho menos con la corrección o la respuesta insultante.
A partir de esta provocación, Marisa Belausteguigoitia, directora del CIEG, se preguntó “¿Cómo dar una nueva vuelta al insulto y entender qué produce, qué provoca, qué obstaculiza? ¿Qué imposibilita el insulto en el plano de las alianzas y las transformaciones? ¿Cómo promover los espacios y prácticas de diálogo, de humor, de contacto, de ingenio que analicen y utilicen el insulto y sus derivas, de formas no tan reguladas por lo políticamente correcto?”.
Después del diálogo entre María Galindo y Marisa Belausteguigoitia, las personas asistentes realizaron una serie de ejercicios en donde recordaron –en cuerpo y lengua– las formas en que han sido insultadas a lo largo de su vida en diferentes espacios, principalmente en el universitario. En plenaria enunciaron las formas, los lugares, las señas, los gestos y las palabras que configuraron dichos actos y escenas insultantes dentro de la Universidad (el aula, los baños, los pasillos, los jardines, los auditorios) y fuera de ella (en el transporte, en la calle, en el hogar, en fiestas o espacios de entretenimiento).
Con este ejercicio analítico, académico y catártico, se identificó la interrelación que existe entre los insultos recibidos y los sistemas de opresión: patriarcal, racial, sexual, colonial, de clase, los cuales perpetuán la discriminación, la violencia y la exclusión (por ejemplo naco, indio, puta, zorra). También se calibraron los insultos que son apropiados –intervenidos– por aquellos a quienes se insulta, como han hecho las colectivas feministas y algunos grupos de mujeres y disidencias sexuales (la Marcha de las Putas, por ejemplo).
Al mismo tiempo, en colectivo se confabularon estrategias y maniobras para contrarrestar el malestar que provoca el insulto, para generar desplazamientos del agravio, el ultraje y la ofensa, hacia elaboraciones que los expliquen y que sean capaces de modificar relaciones de desigualdad y de poder vinculadas al acto de insultar.
Fanzinoteca “La voz que corre”
La organización de este evento académico estuvo a cargo de la Fanzinoteca del CIEG “La voz que corre”. Su responsable, Gisel Tovar, recordó durante el encuentro que en dicho espacio académico-activista se trabaja con archivos que son palabra y acción: archivos ruidosos, de defensa y resistencia, archivos precarios, perecederos y efímeros como las pintas, los murales, los fanzines, los afiches, los manifiestos, las imágenes y otros registros de visualidades y oralidades mal vistas, mal dichas, mal habladas –malditas– que provocan incomodidad.
La presencia en el aula de colectivas, artistas, estudiantes, autoridades universitarias y personal académico y trabajador del CIEG contribuyó, por un lado, a calibrar las formas en que la comunidad universitaria puede conectar, entender, generar alianzas y empatía frente a actos insultantes, y por otro a enfocar y analizar el insulto de manera polisémica: como una forma de resistencia, que mapea desigualdades; como un golpe que inhibe las alianzas y los consensos y que hay que desactivar; como una prueba de ingenio, humor y capacidad política para quien lo recibe, entre otras.
“Muerde almohadas”
Al término del conversatorio, un estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras tomó la palabra para leer un breve y contundente relato sobre cómo fue insultado en un espacio universitario por uno de sus compañeros de clase, debido a su orientación sexual. El compañero fue insultado con la expresión: “muerde almohadas”. Esta ofensa homofóbica se usa para denigrar a los hombres homosexuales que toman un rol sexual pasivo en las relaciones sexuales homoeróticas. Sin embargo, el estudiante expresó con orgullo que actualmente ha resignificado dicho insulto con un acto de apropiación. Todas las mañanas al despertar, se mira al espejo y asume con dignidad que cada día amanece con más plumas en la boca, como el ave Fénix que renace de las cenizas. Gabriela Santos, prestadora de servicio social de la Fanzinoteca del CIEG, ilustró una imagen que transforma al insultado en un orador y escritor en ciernes, un hombre con “mucha pluma”. Sonrisas, risas y hasta carcajadas cerraron un evento atravesado por la vergüenza, el silencio y la humillación.