Así evolucionó la informalidad en la Ciudad de México

Un integrante del Instituto de investigaciones Sociales de la UNAM estudia su evolución durante el siglo XX, como parte de un proyecto de investigación que cubre otras ciudades de América Latina, Europa y África

La informalidad se define como un conjunto de actividades que no están regidas por un marco legal y normativo. En pocas palabras, la informalidad es resultado de la ley: al regular sólo ciertas actividades, otras necesariamente quedan fuera de ella.

“Vender alcohol en tiempos de la prohibición en Estados Unidos era ilegal, mientras en el resto del mundo no lo era. Así pues, la informalidad no es una cualidad intrínseca de una actividad determinada, sino algo que se define desde el Estado por medio de la ley”, afirma Antonio Azuela de la Cueva, investigador del Instituto de investigaciones Sociales de la UNAM que, junto con Emilio de Antuñano, estudia la historia de la informalidad en la Ciudad de México como parte del proyecto de investigación “La ciudad informal en el siglo XX”, que cubre ciudades de América Latina, Europa y África, y que es encabezado por las historiadoras Charlotte Worms, de la Universidad de París, y Brodwin Fischer, de la Universidad de Chicago.

Una parte de los procesos sociales de todas las ciudades siempre se da fuera de la ley. Lo interesante, en opinión de Azuela de la Cueva, es ver cómo lo que en un momento dado fue socialmente aceptado y no estuvo jurídicamente sancionado, en otro momento es rechazado y etiquetado como ilegal.

Cuatro tipos

En el caso de México, cuatro tipos de informalidad aparecieron a lo largo del siglo XX: la informalidad sanitaria, la informalidad urbanística, la informalidad de la propiedad y la informalidad ambiental.

Informalidad sanitaria. A partir de lo que se conoce como revolución sanitaria, la cual permitió pasar de la ciudad preindustrial a la ciudad moderna, las viviendas debían cumplir varias normas sanitarias, como tener agua entubada, drenaje, una buena ventilación, etcétera.

“De esta manera, todas las viviendas de los sectores populares y no pocas de los sectores medios quedaron fuera de la ley y sus habitantes empezaron a ser vistos como individuos sucios y peligrosos. Es decir, se instauró una falsa asociación entre los que vivían en condiciones sanitarias que hoy en día consideramos inaceptables y la delincuencia”, dice Azuela de la Cueva.

Informalidad urbanística. Desde la década de los años 30, la Ciudad de México no paró de expandirse horizontalmente mediante el surgimiento de innumerables fraccionamientos (muy pocos fueron autorizados con todas las de la ley) y colonias populares que carecían de servicios tales como agua entubada, drenaje, calles pavimentadas…

“El problema es que muchas veces no se respetan las reglas urbanísticas para conformar un espacio urbano adecuado. Y si esa legalidad no se cumple, aparecen lo que ahora llamamos colonias irregulares”, comenta el investigador universitario.

Informalidad de la propiedad. Este tipo de informalidad se dio sobre todo en terrenos ejidales y los colonos enfrentaban múltiples dificultades para recibir su título de propiedad, debido a que la propiedad ejidal era inalienable y las compras de lotes eran consideradas “inexistentes”.

“Por eso en 1973 se creó la Comisión para la Regularización de la Tenencia de la Tierra (CORETT), cuyo objetivo era impedir, regularizar y prevenir los asentamientos humanos irregulares por la vía expropiatoria en terrenos de origen tanto ejidal y comunal como privado.”

Informalidad ambiental. Este tipo de informalidad apareció en los años 80, principalmente al sur de la Ciudad de México: Milpa Alta, Tlalpan… Áreas catalogadas como suelos de conservación ecológica fueron invadidas y urbanizadas, y, por consiguiente, quedaron fuera de la ley porque se estimó que atentaban contra el ecosistema.

“Cuando un asentamiento está en una zona de preservación ecológica muy frágil parecería que no tiene ningún futuro… A pesar de eso, la gente se las arreglaba para regularizarlo de algún modo y seguir viviendo en él”, señala Azuela de la Cueva.

Cabe añadir que estos diferentes tipos de informalidad se fueron sumando y, al final de cuentas, formaron un panorama social más complejo que el que había a principios del siglo pasado.

Consecuencias

No pocas personas piensan que la informalidad es mala per se y que se debe combatir por definición. Sin embargo, de acuerdo con el investigador, con una mirada histórica se puede reconocer que algunos tipos de informalidad no han sido tan malos como parece.

“Por ejemplo, la informalidad urbanística permitió que alrededor de 65% de la población de la Ciudad de México tuviera acceso al lugar donde vive. Y en cuanto al comercio informal, hay mucha gente que dice: ‘Yo, gracias a que vendía tacos de canasta en la calle, pude sacar adelante a mis hijos y darles una carrera universitaria”, apunta.

Con todo, admite que la informalidad sí tiene algunos impactos negativos, como los que se relacionan con determinadas afectaciones ambientales y situaciones de riesgo.

“Es malo que un asentamiento se establezca cerca de un manantial, pero no porque sea informal, sino porque atenta contra el ecosistema. También es malo que un asentamiento se establezca en una ladera, ya que puede haber un deslizamiento; o en el lecho de un río, ya que éste puede crecer y arrasarlo. En estos dos últimos casos, el problema tampoco es que los asentamientos sean informales, sino que hay un mercado inmobiliario excluyente. La gente que vive en una ladera o en un lecho de río no lo hace porque le guste violar la ley, sino porque no puede acceder a los terrenos buenos, los terrenos no inundables, los cuales evidentemente son para la gente de mayor poder adquisitivo. Lo que debemos pensar no es cómo combatir la informalidad, sino cómo combatir la desigualdad.”

Dos economías

Según Azuela de la Cueva, no es verdad que haya dos economías separadas: la formal y la informal, sino que la economía formal se alimenta de la economía informal, por lo que se debe desmontar la idea de que la informalidad per se es mala.

“La economía formal no sería posible sin la economía informal. Todos los días, por ejemplo, varios coches de gente que vende comida se estacionan en una calle que está a un lado de Perisur, y ahí van los empleados de los bancos, de Liverpool y de otras tiendas, porque no les alcanza para ir al Vips cercano o a otro restaurante, y de pie esperan que una señora les sirva un poco de arroz y un guiso en un plato desechable. Es la única manera de que esos empleados permanezcan en el sector formal con el salario que ganan. Ahora bien, el hecho de que 60% de la economía nacional esté en la informalidad indudablemente no es una buena noticia.”

Llamada de atención

Durante la pandemia, el sector informal es el que ha seguido funcionando. Una gran parte del sector formal tuvo que parar precisamente por sus condiciones de visibilidad y porque resulta más fácil controlarlo.

“El descalabro lo ha sufrido el sector formal y, sin duda, el sector informal es el que está salvando la economía. Con esto no quiero decir tampoco que la informalidad sea buena per se. No es buena ni mala. Es una forma de operar que tiene que ver con una definición legal. Y sí, pareciera que en este momento el sector informal goza de una franca tolerancia, pues se cree que está asociado al consumo popular. Pero no estoy tan seguro de que todo el consumo popular sea informal ni de que todo el consumo suntuario sea formal. Yo creo que la pandemia es una llamada de atención para reflexionar más en serio sobre la relación entre la economía formal y la economía informal, y no verlas como mundos separados”, concluye el investigador.

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