Avándaro, 50 años y una semana después

Un texto del antropólogo Roger Bartra que desmenuza las portadas de aquellos días

El festival de Avándaro de hace 50 años fue un acontecimiento que afectó y disturbó profundamente a varios sectores de la sociedad mexicana. Las capas más conservadoras de la clase media se alarmaron porque vieron en ese festival los síntomas de una juventud enferma y desorientada, entregada al sexo y a las drogas. Los grupos conservadores consideraron que Avándaro era la señal de la desintegración de los principios religiosos, una disolución inspirada en una música extranjera que les parecía abominable (el rock) y por una juventud viciosa, adicta a la mariguana. Los titulares de la prensa amarillista reflejaron y estimularon esa alarma ante la avalancha de hábitos contraculturales que atentaban contra los valores tradicionales. Se creía que había ocurrido una bacanal de hippies, una tumultuosa fiesta donde dominaron el encueramiento, la mariguaniza y la degeneración sexual. Hace 50 años las capas sociales conservadoras eran muy amplias e influyentes. Habían quedado espantadas por los movimientos estudiantiles que habían sido reprimidos sangrientamente en octubre de 1968 por el ejército y en junio de 1971 por los llamados halcones.

Por otro lado, la intelectualidad y las corrientes de izquierda también se atemorizaron por el hecho de que unos empresarios y el poderoso Telesistema Mexicano (hoy Televisa) hubiesen logrado convocar a una masa tan grande de jóvenes a escuchar música anglosajona. Creyeron ver las influencias de la cultura imperialista intentando avasallar los valores nacionales. Muchos estaban convencidos de que la CIA estaba detrás de la organización del festival. La famosa encuerada de Avándaro se volvió un signo de decadencia y de corrupción. Les parecía una vulgar imitación del festival de rock de Woodstock de 1969. Fue sintomática la reacción de Carlos Monsiváis contra el festival: creyó que era una manifestación del deseo de los jóvenes de ser gringos y que con ello despreciaban la actitud crítica que habían manifestado en 1968. Era una señal de colonialismo mental. Monsiváis después atenuó sus críticas, pero, como puede verse en su libro Amor perdido, mantuvo una posición ambigua hacia lo que llamó la “nación Avándaro”. En contraste, el escritor José Agustín elogió el evento calurosamente.

Lo que ocurrió en Avándaro fue el signo de que una parte de la juventud se rebelaba a la sociedad conservadora, el gobierno y el nacionalismo revolucionario, pero sin manifestarse políticamente. Miles de jóvenes escogieron el rock en inglés, las poses contraculturales, la mariguana y los símbolos sexuales para manifestar su descontento. Para ello aprovecharon un festival que debía incluir una carrera de carros, pero ante la masiva afluencia de jóvenes se tuvo que suspender. Nuevas ondas culturales fluían anunciando cambios.

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