Beethoven termina dos cumbres de la música

Una es para piano; la otra, que el compositor consideraba su mejor obra, para orquesta, soprano, contralto, tenor, bajo y coro mixto

En abril de 1823, Beethoven terminó al fin una de las obras para piano más excelsas de todos los tiempos: las Variaciones Diabelli, opus 120, elaboradas sobre la melodía de un vals más bien insignificante del músico y editor Anton Diabelli.

Una vez tuvo la partitura de esta obra en sus manos, el mismo Diabelli comprendió de inmediato que lo que había hecho Beethoven a partir de su rudimentario tema musical era algo que tocaba lo sublime y lo eterno.

Por eso, cuando la publicó bajo el sello de su editorial, incluyó la siguiente nota: “Presentamos al mundo unas Variaciones que no pertenecen al tipo común, sino que constituyen una gran e importante obra maestra que se situará entre las creaciones inmortales de los Clásicos del pasado […] más interesantes por el hecho de haber sido concebidas a partir de un tema que nadie podría suponer susceptible de una elaboración semejante […] Todas estas variaciones […] se aseguran un lugar de privilegio junto a la obra maestra de Sebastian Bach [las Variaciones Goldberg].”

Cada una de las 33 variaciones que conforman esta singularísima obra encierra en sí misma un universo que deja traslucir diferentes estados de ánimo: jocoso, melancólico, ensoñador, alocado, risueño, nostálgico, triste…

Por lo que se refiere a la Missa solemnis en re mayor, opus 123, otra de las cumbres de la música, Beethoven la concluyó también por aquella época. En un primer momento fue pensada para ser interpretada en la ceremonia de investidura del archiduque Rodolfo de Austria como arzobispo de Olomouc, pero el compositor no la acabó a tiempo.

Beethoven creía que era su mejor obra. Con todo, debido a sus dimensiones (dura casi una hora y media) y a las dificultades técnicas que conlleva, aún hoy en día es poco interpretada.

Consta de cinco partes: Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus y Agnus Dei, y en ella intervienen, además de los músicos de la orquesta, una soprano, una contralto, un tenor, un bajo y un coro mixto.

Acerca de esta obra, Jan Swafford escribe: “La Missa solemnis es una obra desde el corazón de Beethoven al corazón de los oyentes, a través del tiempo. Puesto que el propio Beethoven quería tratar con Dios de hombre a hombre, no hay en ella ninguna devota plegaria a Dios para que la acepte, ningún ‘… terminado con la ayuda de Dios’. Se trata de la declaración de fe de un hombre en la forma del texto litúrgico central de la Iglesia católica, y está dirigida no a los fieles, sino a toda la humanidad.”

Se cuenta que, cuando se convenció a sí mismo de que no era capaz de obtener un resultado que hiciera justicia a la esencia espiritual y la magnificencia de esta obra que, junto con la Misa en si menor, de Bach, y la Gran Misa en do mayor y el Requiem, de Mozart, es una de las joyas de la música sacra, el director de orquesta alemán Wilhelm Furtwängler la retiró de su repertorio.