Capacidad intelectual y fortaleza de la mujer: discurso de Leticia Flores Farfán

"Esta distinción es el producto más apreciable y apreciado del persistente compromiso de la Universidad de no bajar la guardia ante la misoginia”

190311-Voces2-Des-f1-leticia-flores-farfan
190311-com4-etiquetaQuisiera iniciar agradeciendo a los integrantes del Consejo de Difusión Cultural, al coordinador Jorge Volpi, y en especial a la doctora Rosa Beltrán, por haberme postulado para recibir esta honrosa distinción. Sinceramente les digo que es altamente gratificante para una filósofa de la cultura, especializada en filosofía política griega y su diálogo con la actualidad, ser reconocida por el trabajo de investigación, docencia y difusión de la cultura que, desde hace más de una década y conjuntamente con un grupo de cineastas, críticos de cine y filósofos, ha permitido el encuentro entre el cine y la filosofía, entre la creación y la reflexión, entre el narrar y el pensar. Al otorgarme este galardón se reconoce también la relevancia y actualidad de las aportaciones que este grupo interdisciplinario ha logrado consolidar en los ámbitos académico y cultural tanto nacional como internacional. Por ello, y en nombre de todos ellos, muchas gracias.

Cuando acepté la invitación institucional del doctor Leonardo Lomelí, secretario general de nuestra Universidad, para pronunciar el discurso en nombre de todas las galardonadas en esta ceremonia, no pude evitar pensar si podría realmente estar a la altura de esa responsabilidad y encontrar las palabras adecuadas para dar voz a todas las académicas que hoy reciben este reconocimiento. Reflexioné bastante sobre ello, le di vueltas a lo que podría decir hasta que finalmente me rendí. Hablar por todas es un honor pero también un compromiso difícil de cumplir porque estoy convencida que todas tenemos ideas, experiencias y sentimientos propios con respecto al quehacer universitario, al rol que desempeñamos dentro del ámbito académico de investigación, docencia o difusión de la cultura, al papel que las mujeres jugamos o debemos jugar en la sociedad actual y, finalmente, al valor y la relevancia de la distinción que hoy recibimos y que lleva el nombre de una mujer cuya biografía, indudablemente ejemplar pero polémica, no debiera dejarnos indiferentes. Hablaré entonces a nombre propio, pero esperando que mis palabras sean recibidas por todas mis compañeras galardonadas, y por todos ustedes, con empatía; pero sobre todo, como una invitación a pensar en común el motivo que nos reúne hoy aquí.

El premio Sor Juana, con el que nos distingue hoy la Universidad Nacional Autónoma de México, tiene apenas 16 años de historia. Fue creado en 2003 durante el rectorado del doctor Juan Ramón de la Fuente con el propósito de promover la equidad de género al reconocer el trabajo académico destacado de profesoras e investigadoras en los distintos campos de conocimiento humanístico, científico y cultural que se desarrollan en nuestra Universidad. En el acuerdo de creación se decidió dar el nombre de Juana Ramírez de Asbaje a la presea por considerarla “una figura paradigmática adelantada a su tiempo, [que] representa un referente obligado de la capacidad intelectual femenina y de la defensa de los derechos de su género”. Esta distinción está tan incorporada en la ritualidad institucional de la UNAM y en nuestra experiencia universitaria cotidiana que olvidamos que es una conquista reciente y dejamos de apreciar la importancia de su otorgamiento. He escuchado decir a varios y varias colegas, hombres y mujeres por igual, porque el orden patriarcal nos engloba a todos con mayor o menor resistencia, que este premio no es de los más importantes que otorga la institución porque te lo dan nada más por ser mujer. Quisiera dejar en claro, en primer lugar, que, aunque fuera así, y no digo que así sea, resulta de la mayor relevancia y un combate frontal contra la violencia simbólica patriarcal el premiar a una mujer que siendo mujer y sin necesidad de masculinizarse puede abrirse camino y destacar en un mundo académico ferozmente competitivo y regulado hasta hoy por una lógica masculina de producción intelectual tanto teórica como cultural. En un contexto sociocultural discriminatorio y excluyente que todavía se resiste a desaparecer es altamente meritorio y digno de reconocimiento que una mujer cuente, como dice el acuerdo, tanto con capacidad intelectual como con fortaleza y arrojo para defender su ser mujer y su ser mujer académica, y que haya un espacio institucional como la UNAM que lo reconozca y lo promueva.

En segundo lugar, deberíamos tener claro que una lectura atenta y no prejuiciada por esos micromachismos tan difíciles de desarraigar de nuestros marcos de comprensión y acción, nos permitiría darnos cuenta que el otorgamiento anual del premio Sor Juana no es un reconocimiento académico más, sino el producto más apreciable y apreciado del arraigado y persistente compromiso de la UNAM de no bajar la guardia ante una misoginia que asedia. Nuestra Universidad no puede dar por sentado que la equidad de género es una práctica alcanzada, que la violencia hacia las mujeres ha desaparecido de nuestra institución, que ya no es necesaria la lucha decidida y cotidiana para lograr una participación equilibrada y justa entre hombres y mujeres en la toma de decisiones de gobierno y en el ejercicio activo del trabajo educativo y cultural que da sentido a la Universidad. Este reconocimiento tiene el valor de recordarnos y hacer visible que si bien se han dado pasos importantísimos, aún falta mucho por hacer para consolidar a la UNAM como un espacio de certeza institucional que garantice y proteja el principio de confianza y respeto sobre el que se funda una verdadera comunidad libre, autónoma e incluyente. Celebro entonces, y creo que conmigo la mayoría de los universitarios, que la institución reconozca a las académicas que cada día contribuimos al desarrollo pleno de las funciones sustantivas de nuestra Universidad y que lo haga con una presea que lleva el nombre de una destacada mujer.

Y hablando de nombres femeninos, hay una propuesta estudiantil que, aprovechando el uso de la palabra que me ha sido otorgado, me gustaría hacer de su conocimiento y someter a su consideración: que la medalla al mérito académico para estudiantes de doctorado lleve el nombre de la extraordinaria pensadora y escritora Rosario Castellanos. Todos los actuales premios que les son otorgados a nuestros estudiantes llevan el nombre de algún destacado universitario, pero de ninguna reconocida universitaria. Su aprobación sería un gesto simbólico relevante que subrayaría el valor que damos al papel de las mujeres en el desarrollo y generación del conocimiento.

Hay, afortunadamente, muchas propuestas para alcanzar una Universidad totalmente incluyente y basada en principios de equidad. Una que ya está en curso bajo la decidida coordinación de la doctora Ana Buquet, quien ha convocado a un grupo académico plural y diverso para articularla, es la creación del Programa de Maestría y Doctorado en Estudios de Género. La implementación de este programa orientado a la formación de académicos y académicas capaces de producir conocimiento e implementar políticas públicas con perspectiva de género habilitará, no me cabe duda, las condiciones para consolidar un cambio en los imaginarios sociales y en las prácticas que de ellos derivan, y será un observatorio privilegiado del compromiso y los avances que los universitarios hagamos cotidianamente en relación con estos temas. Esperemos que pronto podamos estar celebrando su puesta en marcha.

Antes de concluir me permito hacer una propuesta más: la creación de una Cátedra, como la muy relevante Cátedra Nelson Mandela, que lleve el nombre de Graciela Hierro y que esté dedicada a la promoción de los estudios de género y de feminismo. La filósofa Graciela Hierro, además de contar con un extraordinario sentido del humor, ácido y demoledor, fue una promotora incansable del estudio y difusión de la filosofía feminista. Fue fundadora y directora del Programa Universitario de Estudios de Género, y una luchadora apasionada que dejó huella en todas aquellas que tuvimos el honor y el placer de haberla escuchado en las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras. Creo que no hay mejor forma para la UNAM de reconocer y estimular la capacidad intelectual femenina y la defensa de los derechos de la mujer que habilitar todos los espacios institucionales de reflexión y diálogo posibles para que las académicas y los académicos podamos seguir construyendo comunidades políticas de investigación, docencia, y difusión de la cultura bajo un principio de confianza y equidad. Hay todavía muchos retos que vencer y muchas tareas que cumplir para poder alcanzar este objetivo. Tengo la convicción que cada día es mayor el número de universitarios y universitarias que abrazan ese ideal. No debemos olvidar, sin embargo, que mientras nosotros estamos aquí reunidos celebrando las destacadas trayectorias de nuestras académicas, afuera están nuestras jóvenes universitarias preparándose para tomar las calles y exigirle a las autoridades y a la sociedad entera la protección y el cumplimiento de su derecho a vivir una vida libre de violencia. Los universitarios no podemos renunciar a la obligación ética y política de acompañar y cobijar esta justa indignación. La Universidad de la Nación tiene el deber de no fallarles.

Muchas gracias.

Discurso pronunciado durante la entrega del Reconocimiento Sor Juana Inés de la Cruz

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