¿Cómo alcanzar la Ciudad de Dios?

El Antiguo Colegio de San Ildefonso resguarda un tesoro sorprendente que el autor Carlos Martínez Assad desmenuza: los hitos de la historia sagrada que, basándose en La Ciudad de Dios, de san Agustín, fue tallada en la sillería del coro que se ha preservado en los espacios del Salón El Generalito

agustin

LAS INFLUENCIAS 

Lo más sorprendente de la sillería del coro del que fuera Convento Real de San Agustín de la Congregación Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús ubicada en el Salón El Generalito de San Ildefonso, en la Ciudad de México, es que se trata de la representación del libro La Ciudad de Dios, considerada pieza fundamental de la gran obra escrita por el obispo de Hipona. Es lo que se expresa en las 135 tallas con los pasajes bíblicos expuestos en ese lugar. Hay 18 más dispersas en otros sitios, pero todas forman parte del conjunto con esa narración.1 La de los agustinos, la tercera orden mendicante en llegar a la Nueva España, erigió su primer templo y convento en la Ciudad de México en 1541. Tuvo cuando menos otras dos fábricas hasta que se le despojó de su carácter religioso para convertirse en la Biblioteca Nacional, inaugurada el 2 de abril de 1894. Su obra artística ya se había dispersado desde que el edificio fue expropiado durante la Reforma en la segunda mitad del siglo XIX y vendido a un particular.1

Se salvó el gran altorrelieve en piedra del portón del ingreso, en el cual aparece el padre de la Iglesia católica, san Agustín, pisoteando las propuestas que él calificó de heréticas: los maniqueos, arrianos, donatistas y pelagianos, a quienes combatió en su tiempo. Versículos del Eclesiastés grabados en piedra lo definen: “He aquí el gran sacerdote, que en su vida fortificó el Templo”.2 La misma representación es central en el retablo del conjunto que señala la autoría del relato contenido en la sillería. 

El Convento Grande de San Agustín de México fue uno de los edificios más suntuosos de la ciudad y, luego de enfrentar varias dificultades, recobrará su antiguo esplendor por el arduo proceso de restauración que la Universidad Nacional Autónoma de México realiza. Por fortuna, de lo que se perdió se salvaron algunas pinturas que están en poder de algunos museos y se cuenta casi íntegramente con la sillería del coro. 

Aunque el contrato especificaba que debían hacerse cinco tablas por cada unidad, las lujosas sillas de caoba fueron confeccionadas sólo con tres. Y las sillas menores solamente con dos; todas con esculturas de medio relieve inspiradas en pasajes de las Sagradas Escrituras con la condición de que la historia contenida en la obra quedaría a la elección del reverendo padre provincial, fray Ramón Gaspar. Él tomó la decisión de lo que se representó, recurrió principalmente a pasajes del Antiguo Testamento, dio gran importancia al Génesis, mencionando también otros libros, y al Apocalipsis de san Juan, el único del Nuevo Testamento, para seguir con esa selección la interpretación de la lectura de la teología de san Agustín expresada en su obra culminante: La Ciudad de Dios. 

Dos talentos coincidieron, el de fray Gaspar y el del maestro ensamblador y tallador Salvador Ocampo, el supuesto hijo adoptivo de Thomás Xuárez, ambos personajes conocidos por los agustinos del México novohispano por los maravillosos altares barrocos que realizaron, de los cuales sobrevive (en peligro de extinción) el del convento de Metztitlán en el actual estado de Hidalgo.

En la talla que inició hacia 1697 fueron incluidos otros artesanos como Andrés de Roa y Francisco Rodríguez, fiadores, para acabar la obra, según el compromiso de Ocampo. La participación de diferentes artesanos en la confección explica las evidentes diferencias estilísticas, y es muy posible que formaran parte de las escuelas de artesanos que crearon los agustinos. 

Los tableros mayores de la parte alta del respaldo fueron elaborados con mayor cuidado y maestría que los cuadrados y ovalados de la espalda media, así como los de las sillas menores, aunque ninguno desmerece en su factura. Su originalidad y lo que la diferencia de otros conjuntos de coro estriba en haber colocado los pasajes bíblicos que dieron fundamento a la narrativa agustiniana. Es decir, se trata de un relato preciso para realizar lo que el historiador del arte español Diego Angulo e Íñiguez consideró de la mayor importancia, porque en los relieves mexicanos reunidos en esa sillería se tiene “uno de los repertorios de escenas del Antiguo Testamento más numerosos que ha producido nuestra cultura, pues, como es sabido, el arte español, sobre todo en los tiempos modernos, manifestó escaso interés por esas historias bíblicas”.3 El historiador olvidó mencionar el Apocalipsis, que le da otro rasgo de singularidad, con todos los pasajes que lo invocan en las sillas. Por su parte, Manuel Toussaint, centrando su mirada en nuestro país, la calificó en su libro Arte colonial en México como “la más famosa, que puede considerarse como una de las obras escultóricas más notables que existen en México”.4

LA DOCTRINA TEOLÓGICA DE SAN AGUSTÍN 

En la sillería destacan de manera relevante el Génesis y el Apocalipsis. Con el primer libro del Pentateuco se mostraba la creación del mundo por el Dios único del monoteísmo, en el que el Ser Supremo aparece consumado sin principio ni fin, con un valor universal capaz de unificar y homogeneizar al mundo: “En el principio Dios creó el cielo y la tierra”. Quienes idearon la sillería recurrieron a dos grandes temas: el de la creación del mundo como se expresa en el Génesis y el del fin según el Apocalipsis para completar el relato. La elección tuvo razones profundas, pues se relaciono su fundamentación con el pensamiento que Aurelio Agustín de Tagaste, el obispo de Hipona, creó para el cristianismo. Según el libro del Génesis, el pecado surgió cuando Eva tentó a Adán para hacerle probar el fruto prohibido. Acción que provocó que Dios expulsará a la pareja del Edén y, además, condenará a los hombres a trabajar y a las mujeres a parir a sus hijos con dolor. Adán por pecar perdió la inmortalidad que, según san Agustín en La Ciudad de Dios, “consistirá en no poder morir; así el primer libre albedrío consistió en poder no pecar, y el segundo en no poder pecar”.5

 La exposición de la caída de Adán y Eva como “materia de excelente meditación para los indios” hizo “traer a la memoria las lamentables consecuencias del pecado y los castigos a que se expone el hombre porque se rebela contra la divina voluntad” (p. 315). El árbol de la vida es el de la ciencia, pero también del bien y del mal. La ontología del ser y del deber irrumpe en el mundo cerrado del paraíso. Allí se inicia la carrera de la conciencia y la aventura de la libertad. Dios respetó la libertad y se la dio al hombre, quien no podía ser perfecto, ya que la perfección sólo está en Dios. 

La historia del pecado original muestra al hombre como un ser que tiene ante sí la elección de ser libre. El hombre tenía que elegir y realizó una falsa elección; desde entonces tiene que aprender a convivir con el mal. La ley induce a la transgresión; si no se prohíbe la concupiscencia, a lo mejor nadie se habría preguntado: ¿qué es eso? El conocimiento del bien y del mal es prohibido y la serpiente promete a Adán y Eva que al abrir los ojos “seréis como Dios”. 

En ese primer libro se relata el asesinato de Abel por Caín, pasaje en el que se muestra la inflexibilidad del Señor frente a quien ha pecado. “El primer hijo nacido de los dos primeros padres del género humano fue Caín que pertenece a la ciudad de los hombres, y el segundo Abel, de la ciudad de Dios”. Así en cada hombre es primero lo animal, luego lo espiritual. Por eso cada uno, por nacer de estirpe condenada, pertenece primero como malo y carnal a Adán, pasando luego por ser espiritual si continúa su perfección en el renacer hacia Cristo. “Así nació primero el ciudadano de este mundo y después el peregrino en el mundo, perteneciente a la ciudad de Dios, predestinado por la gracia y por la gracia elegido, peregrino con la gracia aquí abajo, y ciudadano por la gracia allá arriba” (p. 377).

Según Agustín en su libro XV, “Las dos ciudades están mezcladas en la historia. Tal mezcla se advierte ya en los hijos de Adán…”: Caín, el primero que fundó una ciudad terrena, y Abel, que vivió como peregrino en el tiempo. La ciudad terrena busca y consigue una cierta paz y unos ciertos bienes, aunque no sean definitivos y, en otro sentido, lleva en sí misma el germen de la guerra, como lo expresan muchos de los pasajes elegidos de los libros de Reyes y Jueces presentes en la sillería.

Para Agustín existen dos ciudades: “la de Dios y la del mundo, siempre en lucha”. En un recordatorio de su influencia maniquea: “El mundo no está (ni ha estado nunca) formado sólo por los buenos. En él conviven justos e injustos que se enfrentan de continuo, aunque no, como pensaban los maniqueos, en igualdad de fuerzas, ya que según Agustín el mal no tiene la eternidad ni el poder del Bien”.6

El Señor mostró ser implacable con el castigo y san Agustín irá más allá haciendo que todo el género humano cargue con la culpa del pecado de los primeros padres. En su polémica con Pelagio, afirmó que los no bautizados van al infierno como resultado del pecado cometido por la primera pareja y todos los padres lo han transmitido a sus hijos desde el principio de los tiempos. La condena se expresaba en el Génesis porque, de acuerdo con él, el pecado se transmitía de una generación a otra y seguiría transmitiéndose hasta el fin de los tiempos y la absolución del pecado, “precondición de todas las construcciones sociales”.7 

Varios pensadores coetáneos se opusieron a la doctrina agustiniana del pecado original, pero esta terminó oficializándose en los concilios de Cartago (418 EC), Orange (529 EC) y Trento (1543-1563), y tal como se aprobó en Nicea (325 EC), con el bautismo se remitía el pecado original. Pero el pecado había entrado al mundo por el hombre, y se extendió a todos los hombres; decía Pablo en su Epístola a los Romanos (V, 12): “Por tanto, como por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, ya que todos pecaron. […] con todo reinó la muerte desde Adán hasta Moisés”.

Esa era la escritura del apóstol que más influyó en Agustín; por eso la idea de que todo estaba contenido en el Génesis y por extensión en el Antiguo Testamento, de donde se desprende que todos los hombres son pecadores. Aunque, por otra parte, reconocía a los hombres justos como Abraham y Noé hasta que viniera El que redimiría a todos los hombres. Eso es lo que anudaba la comunidad, la reunión de gentes de razón unidas con objetivos comunes; para ello debía evitarse el deseo que puede no ser deseable y acoger, en cambio, lo justo y virtuoso. Así manifestaba Agustín su rechazo a los paganos que no han hecho justicia a Dios, quien más la merece. 

Es tan fuerte el legado agustiniano como lo demuestra la idea de que “El sexto día Dios había creado el hombre, y lo había hecho a su propia imagen. Lo vio junto al resto de la creación y encontró que ‘todo era muy bueno’. Pero encontró de pronto que el hombre inflige una perturbación al orden total. Con el pecado original se abre una grieta en la creación, un desgarro tan profundo que Dios, según la historia de Noé, está a punto de revocar esa creación”. Es tan fuerte la idea de la culpa que conlleva al castigo, que se le ha llegado a atribuir que a la pregunta de “qué hacía Dios antes de crear el mundo, Agustín respondió que preparaba el infierno…”.8 

San Agustín refuerza la idea de la culpa cuando encuentra que con el diluvio Dios pretendió revocar la creación, pero Noé “según las Escrituras fue un hombre justo, perfecto en su generación, de los hombres que pueden ser considerados de la Ciudad de Dios, pueden acceder a la inmortalidad que los igualará a los ángeles”. Dios le mandó construir un arca con las dimensiones de longitud, anchura y altura semejantes a las del cuerpo humano, es decir, “seis veces las de su anchura de un costado a otro, y diez veces el espesor desde el dorso al vientre […] Por eso el arca fue hecha de trescientos codos de longitud y cincuenta de anchura y treinta de altura. Y la puerta que quedó abierta en el costado es, ciertamente, el costado del Crucificado traspasado por la lanza; por ella verdaderamente entran los que acuden a Él…” (p. 380).

EL ANTIGUO TESTAMENTO, BASE DEL CRISTIANISMO

 Las referencias constantes de san Agustín infieren que no hay nada en el Antiguo Testamento ajeno a lo que culminará con el cristianismo, con la pasión de Jesús y el advenimiento de un nuevo mundo después del fin. Así, usa el recorrido histórico por el Antiguo Testamento para interpretar los pasajes desde la perspectiva del misterio de Cristo y de la Iglesia. 

Toda la historia anterior estaba escrita con ese único objetivo. Siguiendo con el relato de san Agustín, como se expresa en la sillería, continúan las épocas del desarrollo de la humanidad. La historia de Babel permitirá entender la diversificación de los pueblos y de las lenguas que provocan la ruptura de la unidad inicial para asumir un nuevo derrotero que rompe la uniformidad del mundo que se vuelve heterogéneo, en el que unos no se reconocen en los otros. “Después de la ciudad, de la urbe, viene el orbe de la tierra, el llamado tercer grado de la sociedad humana: el hogar, la urbe y el orbe, en una progresión ascendente. Aquí ocurre como con las aguas: cuanto más abundantes, tanto más peligrosas” (p. 407). Por cierto, dicho motivo está representado en una de las tablas de la sillería menor, sin relación con la narración bíblica.

Con la diversidad de la lengua, se da la causa de distanciamiento de un hombre con otro hombre. Pide Agustín que imaginemos:

a dos hombres, ignorantes cada uno de la lengua del otro, que se encuentran y no pasan de largo, sino que deben permanecer juntos por alguna razón: con más facilidad convivirían dos animales, mudos como son, de especies diferentes, que estos dos hombres. Al no poderse comunicar sus sentimientos, debido a la sola diversidad de idioma, de nada les sirve a estos hombres ser tan semejantes por naturaleza. Hasta tal punto esto es así, que más a gusto está un hombre con su perro que con otro hombre extranjero (p. 408).

El Génesis debía estar, como sucedió, en la parte central de la sillería del coro del convento de san Agustín, porque la creación y el pecado original eran fundamento de la concepción teológica del santo. “La Iglesia occidental le debe prácticamente a él solo la doctrina del pecado original que tan gran impacto ha tenido tanto en la teología protestante como católica. La repercusión en la ortodoxia oriental, sin embargo, ha sido mucho menor”. Pero lo más significativo es que “Agustín creía en la verdad literal e histórica de los primeros capítulos del Génesis, desarrollando a partir de ella una teoría sobre los seres humanos, su relación con Dios y con el mundo, la sexualidad y la muerte”. Aunque, hay que decirlo, en la actualidad “es imposible seguir usando los primeros capítulos del Génesis literalmente para fundamentar una teología del pecado, de la muerte y del juicio, como lo hizo Agustín”.9 Sin embargo, se impone considerarlo para la comprensión del relato que inspiró la sillería.

También el santo siguió a Pablo en Corintios I (15, 22), cuando afirma: “Por Adán todos mueren, así también por el Mesías todos recibirán la vida”. Esta frase expresaba un paso definitivo para unir la creación con el Apocalipsis. El hombre debe buscar la redención y asumir que ha pecado por lo que vendrá el final esperado por el pasaje a otra vida, incluidos los miedos y los castigos que caerán sobre él y sus descendientes. Pero viene la selección de los justos y el perdón para los pecadores porque Dios quiere su salvación. Así, no todo estaba perdido, la remisión de los pecados se daría cuando el ser alcanzara la perfección a través de la resurrección.

Para que se entendieran las Escrituras, según Lucas (24, 46-47): “Así estaba escrito que el Mesías padeciera, resucitara al tercer día y en su nombre se predicara el arrepentimiento y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalem”. 

El Apocalipsis como culminación de la Biblia cristiana recurrió a los “principales textos mesiánico-escatológicos del Antiguo Testamento, tal como eran actualizados en la sinagoga y los presenta cumplidos en Cristo”. Además, “utiliza toda la imaginería bíblica para expresar el castigo divino”, por ejemplo, las plagas de Egipto, también presentes en la sillería. Así, “El cumplimiento mesiánico-escatológico implica la derrota de las fuerzas hostiles y la victoria de los elegidos en la Jerusalén celestial”.10

En el Libro XX, el dedicado al Juicio Final, san Agustín dice que cuando “Cristo ha de venir desde el cielo a juzgar a vivos y muertos; a esto le llamamos el día último del juicio divino, es decir, el tiempo final” (p. 436). Con fundamento en el Apocalipsis de san Juan, a quien cita ampliamente, recurre también a las profecías del Antiguo Testamento, como la de Isaías, presente en la sillería, y ve con claridad las dos resurrecciones: “Vi entonces un ángel que bajaba del cielo llevando la llave del abismo y una cadena grande en la mano. Agarró al dragón, la serpiente primordial, el diablo o Satanás y lo encadenó para mil años. La arrojó al abismo, echó la llave y puso un sello encima para que no pueda extraviar a las naciones antes que se cumplan los mil años” (p. 440). Allí ve el reinado de Cristo con todos los santos y el que vendrá después: la Parusía.

Y en lo que llama la glorificación sin fin de la Iglesia después del fin, alude a la Ciudad de Dios, citando a san Juan (Apocalipsis 21, 2-5):

Y vi bajar del cielo, de junto a Dios a la ciudad santa la nueva Jerusalem, ataviada como una novia que se adorna para su esposo. Y oí una voz potente que decía desde el trono: ésta es la morada de Dios con los hombres; Él habitará con ellos y ellos serán su pueblo; Dios en persona estará con ellos y será su Dios. Él enjugará las lágrimas de sus ojos, ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor alguno, pues lo anterior ha pasado. Y el que estaba sentado en el trono dijo: voy a hacer nuevas todas las cosas.

Se puede afirmar que el obispo de Hipona fue “el primer autor de la Antigüedad que emprendió una historia de la creación del mundo, de su existencia y de su final (aún por llegar) mediante la práctica teológica de la comunidad”. Fue así “el primer autor en exponer una historia de la humanidad basada directamente en una filosofía de la historia”.11

Queda la duda de si los agustinos en México pensaban en la crítica al Imperio reconociendo la injusticia del español como san Agustín lo hiciera con el de Roma. No obstante, resulta de gran interés saber que algunos de los frailes agustinos en la Nueva España conocían a fondo las ideas de san Agustín, y además contaban con la habilidad para la representación conceptual de su doctrina teológica a través del arte, en este caso del tallado barroco que floreció en la Nueva España.

En la visión del conjunto pareció de mayor significación dedicar más pasajes a lo que mejor se adscribía al ideario de san Agustín; por eso abundan los relatos de los libros de los Reyes, incluidos los del profeta Samuel, que juntos suman 31 retablos, seguido por Jueces con 16 representaciones, donde guerras y traiciones tuvieron relevancia. 

En Jueces, que narra la historia de hombres que han sido elegidos por Dios y cuyo carisma los ha convertido en héroes libertadores, se encuentra la ideología de que el pueblo de Dios ha pecado por lo que será castigado, entonces llegará el arrepentimiento y el clamor a Dios que así enviará al redentor: el Mesías. El castigo es la amenaza de la guerra (constantes contra los filisteos, pero también moabitas, madianitas y otros pueblos vecinos) o la conquista, como se alude con el pasaje de Sansón, pero el castigo por el pecado cometido será redimido para alcanzar la salvación. Lo que en el judaísmo podría verse como un círculo infinito que no concluye, para los cristianos el fin llegará como puede expresarlo el Apocalipsis. 

Agustín encontraba en esos libros los contenidos mesiánicos con fuerte fundamento en la profecía de Natán, en la que afirma que expresó la revelación de Dios en la que David será el iniciador de una dinastía creada y bendecida por Dios (Samuel 2, 7, 27-29), idea que retomarán más adelante los Evangelios. Así es notable la excepcional atención en los libros de Reyes, porque se busca entender el linaje de Jesús, nativo de la casa del rey David, donde en esos libros está la simiente de quien será el Mesías. Se trata entonces de indagar en el origen del mesianismo que liberará y redimirá al mundo. Los otros retablos retoman relatos que desembocan en las mismas ideas, además de los que la Biblia hebrea llama los profetas anteriores en contraposición con los posteriores como Isaías, Jeremías, Ezequiel y los doce profetas menores. 

Así la profecía del primero es un antecedente notable del Apocalipsis: “Y acontecerá que en aquel día tornará el Señor la segunda vez a extender Su mano para recobrar los restos de Su pueblo que aún quedaren” (Isaías 11, 11). “Y castigaré al mundo por su maldad, y a los impíos por su iniquidad, y acabaré con la arrogancia de los presumidos, y humillaré la altivez de los tiranos” (Isaías 12, 11). 

Se unen en el amplio relato contenido en la sillería los elementos que los cristianos encontrarán como fundamento de su religión. En la lectura agustiniana en el Génesis queda establecida la trascendencia de Dios respecto al mundo y en el Apocalipsis se plasmó el fin escatológico que se resuelve con la salvación. Agustín dividió el tiempo en La Ciudad de Dios en las seis épocas de los mismos acontecimientos: “La primera va de la creación al diluvio. La segunda se extiende desde Noé a Abraham, la tercera de este a David; la cuarta de David a la cautividad babilónica y la quinta de esta a Cristo. Finalmente la sexta corresponde a la era cristiana que terminará con la Parusía”.12 Allí está contenido todo el recorrido por la historia.

Y según san Agustín vivimos la sexta de las edades sin poder determinar el número de generaciones que restan para llegar a la séptima, la del descanso de Dios, o del descanso de la Humanidad en Dios cuando ya nada nos preocupará porque como está escrito: “No os toca a vosotros conocer los tiempos que el padre ha reservado a su autoridad” (Hechos 1, 7).

Qué mejor conclusión que como afirma el obispo de Hipona al final de La Ciudad de Dios: “descansaremos y contemplaremos, contemplaremos y amaremos, amaremos y alabaremos. He aquí lo que habrá al fin. Pues, ¿qué otro puede ser nuestro fin sino llegar al reino que no tiene fin?” (p. 470). 12

POSDATA

El historiador Rafael García Granados realizó un avance sustancial en la identificación de los pasajes apoyándose en la Biblia, a partir de Vita et Miracula Christi ex novo Testamento / La Vie et les miracles de Iesus Christ / Tirez du nouveau testament / Gérard Jollain excudit Rue St. Iacques a l’Enfant Iesus, de 1650. Pude localizar y consultar la primera parte que no se había encontrado: La Sainte Bible Contenant le Vieil et le Nouveau Testament Enrichie de Plusieurs belles figures Sacra Biblia Novo et Vetere Testamento contantie eximis que sculpturies et imaginibus illustrata. De L’Imprimerie de Gérard Jollanda Rue S. Iaque a L’Enseigne de la Villa de Collonge, 1650. Fue así que pude interpretar y encontrar el objetivo del relato contenido en la sillería.

Alcanzar a Dios

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  1. Las conclusiones de esta investigación se deben mucho al trabajo de Rafael García Granados, Sillería del coro de la antigua iglesia de San Agustín, Imprenta Universitaria, México, 1941.
  2. Hay una narración más amplia en Carlos Martínez Assad, Legado mesiánico, la sillería del coro de san Agustín en el Salón El Generalito de San Ildefonso, UNAM, México, 2015.
  3. Manuel Romero de Terreros, La iglesia y convento de San Agustín, Imprenta Universitaria/UNAM, México, 1950, p. 21
  4.  Manuel Toussaint, Arte colonial en México, Instituto de Investigaciones estéticas/ UNAM, México, 1983, p. 111. 
  5. San Agustín, La Ciudad de Dios, edición, estudio preliminar, se- lección de textos, notas y síntesis de Salvador Antuñano Alea, Tecnos, Madrid, 2013, p. 468. A partir de aquí las páginas entre paréntesis corresponden a esta obra.
  6. Boris Gunjevi´c, “Virtudes babilónicas. El informe de la minoría” en Slavoj Žižek y Boris Gunjevi´c (coordinadores), El dolor de Dios. Inversiones del Apocalipsis, Akal, Madrid, 2014, p. 67.
  7. Boris Gunjevi´c, op. cit., p. 84. 
  8.  Rüdiger Safranski, El mal o el drama de la libertad, Tusquets, Barcelona, 1999, p. 21.
  9. Gabriel Daly, “San Agustín y la teología moderna” en Espiritualidad y carisma agustino, Publicazioni Agostiniane, Roma, pp. 18 y 13. 
  10. Biblia de Jerusalén IV,Nuevo Testamento, Barcelona, 2006, p. 1817.
  11. Boris Gunjevi´c, op. cit., p. 64.
  12. Elsa Cecilia Frost, La historia de Dios en las Indias. Visión franciscana del nuevo mundo, Tusquets, México, 2002, p. 73.