Concierto en CU: explosión de sonidos, ventana de mezclas y convivio de tiempos

Pluralidad, diversidad y fusiones en el escenario. Abajo, en los jardines, un espejo: una comunidad repuesta y revitalizada

Volvió el agasajo. Después de un par de años de aislamiento y sana distancia, llegó la anhelada fecha del estar juntos. Como antes y como siempre. En Las Islas del Campus Central de la UNAM, que este año cumple 70 de su Dedicación, el concierto Trasfrontera CU fue campo de ésta y otras celebraciones: bienvenida a las nuevas generaciones de alumnos de todas las facultades, escuelas y colegios, 15 años de que la Unesco nombrara este imponente conjunto arquitectónico como Patrimonio Cultural de la Humanidad y, por sobre todas las cosas, el acto más revolucionario: volver a reír, a bailar y a cantar.

Fotos: Barry Domínguez ý Juan Antonio López.

Homenaje por la vida

Concierto es concertar. Y Trasfrontera CU fue el derrumbe de la línea divisoria entre culturas y tradiciones; ninguna pura. Explosión de sonidos, ventana de mezclas y convivio de tiempos. De pluralidad, diversidad y fusiones musicales en el escenario. Abajo, en los jardines, un espejo: una comunidad repuesta y revitalizada.

Los sonidos experimentales saludaron en punto del medio día. La explanada comenzó a llenarse y recibió una ola de música urbana: las cuerdas bajas de Carina López reverberaron en atmósferas profundas con un beat potente, a dúo con Andrés Kahan en la batería, para dar paso a otro viaje junto a una experta de las cuerdas vocales, también a dúo –con el baterista Gustavo Nandayapa–, Leika Mochán entregó una versión personalísima de José Alfredo, un Deja que caiga la luna con arreglos de voice looping, armonía creada a partir de la superposición de capas de sonido que se graban y tocan en el momento. Recurso con el que la cantante interpretó una samba alucinante, creando con el pincel de la voz paisajes selváticos, de ramajes atravesados por el viento y habitados por aves exóticas… Sumersión en una pintura sonora a la que siguió otra muestra de potencia en las notas graves: 25 años de rock en los dedos de Gabriel “Queso” Bronfman terminan de calentar el foro abierto.

Una muestra de hip hop hilvanó la aparición de los seis proyectos musicales que conformaron el cartel de esta tarde de sol y pies descalzos, de carriolas y pelotas caninas, mantas de picnic y sombrillas. Ximbo, venerada rapera de alma puma, y Danger AK, oriundo de Tijuana, conducen el festín y sus entremeses que, acompasados por el beatbox de Station Beats, fueron del break dance a duelos de estilo libre. Así el público conoció el rostro más joven de este arte, con estrellas de Junior Freestyle: Wizard y Mick Old; el talento amazónico en el rudo encuentro de Lessem vs. Litzi, dos campeonas en el terreno de las batallas; y los Top Freestylers, Yoiker y Potencia, campeones internacionales quienes sorprenden con sus avezadas rimas.

El espíritu

En un país polarizado, Trasfontera fue respiro, vínculo y fraternidad. Toda frontera separa simbólicamente; toda música contiene sus propias apropiaciones geográficas. La música es geografía invisible. Eso fue Trasfontera: el relato concentrado de la especie. La cultura no paga pasaporte ni derecho de visa.

El ritmo es guiño que encontró a otros en su camino, y los asistentes lo sintieron: el jazz se confunde con las nubes; el son se esconde en el oído y el acordeón puede perderse entre la hierba de Ciudad Universitaria o Nuevo León. No hay, pues, frontera entre la creación y la sensibilidad. Sólo un invisible puente entre acción y reacción. Seis mil espectadores, en pareja, en familias, a solas, con sus perros… Todos respondieron a la entrega total de un elenco en el que, de alguna manera, se expresaba el mundo, porque el sonido es un recolector de tierras.

La conexión

Lo que mira hacia oriente se une en una misma nota con lo que mira a occidente, como lo despliega el mural de la Biblioteca Central: lo que va, viene; lo que viene ya fue. Entre músicos y público transcurrió entera la historia de la música. Las Islas se convirtieron en un aleph musical.

El Este de Europa se fundió con el trópico en las bodas felices de Klezmerson; 20 años de poner a bailar las almas desde Ciudad de México y hacia el mundo quedaron de manifiesto en los jardines universitarios. Los vientos del noreste se cruzaron con el verdor de los Tuxtlas veracruzanos en el acordeón de Jair Alcalá y las arpas magistrales de Celso Duarte. Dos grandes de su instrumento. Desde los primeros arpegios, Celso elevó el vuelo y lo condujo por las termales más elevadas. Columnas al cielo. Con sus hermanos Juan José y Rodrigo, Luis Huerta en batería y la voz de Violeta Ortega, se armó el fandango: sonaron las jaranas y las quijadas, y abajo chicos y ancianos le dieron al zapateado, antes de dar paso al contoneo de las cumbias y polcas con que el regio Jair Alcalá y su grupo El Plan despidieron la fiesta organizada por Cultura UNAM y la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, en la que Música UNAM fue anfitriona. Y volvió el goya a los jardines: ¡Universidad!

 

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