Queda sólo 10% de las selvas originales en México

El ecosistema se encuentra desde hace décadas bajo presión agrícola y ganadera, asegura Juan Núñez farfán, del Instituto de Ecología de la UNAM.

Escenas del paisaje selvático mexicano donde la tala de especies vegetales es evidente, han concitado la atención de la comunidad científica por la pérdida de ese inapreciable ecosistema. Cálculos recientes indican que queda menos del 10% del área original.

De las amplias regiones selváticas del trópico nacional, sólo subsiste la Lacandona, el territorio más extenso, ubicado en la región sureste, aunque bajo presión social intensa. Así también, la selva húmeda de Los Tuxtlas, una especie de isla en la planicie costera del Golfo de México perturbada desde hace décadas por la ganadería y la agricultura.

El fenómeno afecta procesos ecológicos y también la diversidad genética, indicó Juan Núñez Farfán, investigador del Instituto de Ecología de la UNAM, coordinador de un estudio de largo aliento sobre la fragmentación de las selvas y su importancia en los ecosistemas.

La fragmentación de los ecosistemas es un hecho que ocurre de forma natural, por ejemplo, a causa de huracanes, pero el rompimiento de la continuidad del hábitat es provocado por las actividades antropogénicas de gran impacto, añadió el investigador.

Tanto en México como en cualquier punto del planeta, una de las principales causas de la pérdida de especies es la disminución y la fragmentación del hábitat, aclaró Núñez Farfán. “No se requiere afectar todo un ecosistema para perturbarlo. Si se eliminan pedazos de un gran continuo éste se va a afectar por pérdida de especies o de diversidad genética”.

Según el investigador, uno de los problemas que enfrenta el planeta desde el punto de vista ecológico es la fragmentación por lo que se debe entender el fenómeno para aprender cómo manejar la diversidad en paisajes fragmentarios. “De manera que es pertinente estudiar y aplicar la genética de los paisajes fragmentados.

Lo que tenemos enfrente es que cuando hay muchas poblaciones pequeñas de un ecosistema grande y continuo, es que cada subpoblación pequeña va a contar con menos diversidad genética del total; de manera que si se compara la población 1 con la población 10 habrá diferencias genéticas notables, y más si están espacialmente separadas, explicó el ecólogo.

Con el tiempo, enfatizó, “cada subpoblación irá perdiendo diversidad genética y se van haciendo más distinta entre sí. Esta condición de la selva mexicana ha despertado el interés científico debido a que la diversidad genética es el seguro de vida de las especies, por decirlo así”.

Las poblaciones sin diversidad genética, tarde o temprano, están condenadas a la extinción. Por supuesto que algunas especies perviven porque el género humano las mantiene, como los cultivos de variedades mejoradas que son homogéneas genéticamente.

Una de las conclusiones del estudio de los universitarios refiere que la selva puede preservarse en la medida en que haya contacto entre esas pequeñas islas que contabilicen especies que de alguna forma mantengan su estructura.

Tras un estudio de genética de la fragmentación llevado a cabo en 10 especies diversas de árboles, arbustos, hierbas, con diferente longevidad e historia de vida, es decir analizando sus características de reproducción, crecimiento y muerte a diferentes intervalos obtuvieron el estado de conservación genético de esas especies.

“Unas de ellas viven más de 200 años en tanto que otras entre 20 y cinco años como el caso de las papayas silvestres (Carica Papaya). Encontramos resultados variados, una característica de las especies. Ya se sabe que en biología la regla es la variación, pero encontramos especies de manual: las predicciones de los efectos nocivos de la fragmentación aparecen, como en Carica Papaya, la papaya silvestre. También especies longevas como una palma (Astrocariun mexicanum), conocida como ‘chocho’ que no ha sido afectada pese a que depende del dosel del bosque para sobrevivir.

En la perspectiva de Núñez Farfán, la palma representa una muestra de las posibilidades para recuperar la selva. “Se ve que el contacto genético entre las poblaciones de los pequeños fragmentos de selva es provocado por una especie de escarabajos polinizadores”.

Además, pese a que los fragmentos pequeños de selva, todavía se está moviendo el polen a grandes distancias. “Estos islotes están conectados. No ocurre lo mismo con todas las especies, pero una de ellas es una hierba muy bella que vive en la sombra, tiene una estructura intacta frente a la fragmentación, pero el impacto antropogénico no la ha afectado.

La parte ecológica es un tanto dramática porque en estos lugares aislados, el número de individuos de cada especie se reduce y encadena los cambios citados. También hay extinción debido a los llamados “efectos de borde”. En los sitios donde la selva era continua, si se tala, inciden factores físicos como mayor radiación, vientos fuertes, cambios en la humedad relativa, mayor incidencia de luz que afectan la selva pues es umbría, oscura.

En los bordes hay cambios en la composición si se mide la abundancia de especies desde el borde hacia adentro, “dependiendo del trozo, del tamaño y orientación son afectados varias decenas de metros. Mientras más pequeño sea el claro se puede advertir que esos 20 o 30 metros es casi toda la parcela. Si es un fragmento grande, obviamente quedarán zonas protegidas, pero si hay exposición por todos lados habrá una perturbación grande”.

Aparte de los fenómenos físicos, también impactan cambios en las interacciones bióticas. Es decir, los polinizadores pueden no llegar en el caso de las plantas y la dispersión de semillas podría detenerse.

Todo lo que caiga en medio de dos fragmentos está condenado a la extinción porque no puede sobrevivir en pastizales o donde no hay humedad. Los pastizales son hoyos negros para muchas especies; es destino totalmente cero.

Importa la forma, el tamaño del fragmento talado para la agricultura o la ganadería, y también la distancia entre ellos. Mientras más lejanos estén, concluyó el estudio de los universitarios, los efectos van a ser más drásticos porque no va a haber contacto biológico entre las poblaciones. “Y si no hay contacto biológico la comunidad reproductiva se restringe a esos pequeños fragmentos. En cambio, si están cercanos va a haber contacto y la vida seguirá.

Núñez Farfán consideró que el estudio arrojó datos suficientes para fortalecer una línea de optimismo en la recuperación de algunos ecosistemas mexicanos; “sin embargo, obviamente se no trata sólo de conocer los problemas, como hemos hecho en el Departamento de Ecología Evolutiva del Instituto de Ecología de la UNAM, sino también que participen otros colegas a la restauración de esos ecosistemas basados en el conocimiento básico de la genética y la ecología de esos ecosistemas.

Otros colegas del Instituto de Biología de la UNAM también han estudiado algunas especies del género Anolis (lagartijos o camaleones americanos) y tampoco encontraron efectos de la fragmentación en la genética de ese reptil. Otros colegas estudian insectos y otros más las comunidades ecológicas.

En cuanto a la selva húmeda Los Tuxtlas, el investigador la consideró un lugar modelo, un laboratorio de investigación en cuestiones de selvas tropicales. Ahora se estudia la Selva Lacandona pero no tiene la tradición y el conocimiento que se ha generado en Los Tuxtlas.
Sin duda la gente de Los Tuxtlas ayuda a generar conocimiento científico original de los ecosistemas. No todos los habitantes de las Áreas Naturales Protegidas aceptan participar en proyectos como los emprendidos por los científicos universitarios. “A veces meten vacas y tumban la selva, pero nos han prestado sus fragmentos para estudiarlos y con el tiempo se han involucrado de manera que nos informan ‘llegaron monos’, cuando el fragmento se está llenando otra vez de vida”, concluyó Núñez Farfán.

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