Consumir alimentos de origen vegetal sí ayuda a combatir el cambio climático

El estudio señala que disminuir 50 % la ingesta de productos provenientes de animales (puerco, pollo, res y leche) reduciría 31 % los gases de efecto invernadero; también impactaría positivamente la salud de las personas: Mariana Valdés


Un estudio publicado en la revista Nature Communications titulado Feeding climate and biodiversity goals with novel plant-based meat and milk alternatives –Cumplir los objetivos climáticos y de biodiversidad con novedosas alternativas vegetales a la carne y la leche (https://www.nature.com/articles/s41467-023-40899-2)– propone que si de aquí al año 2050 modificamos nuestra alimentación disminuyendo el 50 % el consumo de productos de origen animal (puerco, pollo, res y leche) y los sustituimos por los que son de origen vegetal, se reduciría un 31 % de los gases de efecto invernadero que emite el sector agrícola –en comparación con datos del 2020–. Además, la superficie agrícola-ganadera mundial también disminuiría un 12 % y el consumo de agua bajaría un 10 %.

“En México hay 35 millones de vacas y hoy en día sólo un millón y medio son lecheras. La mayoría está destinada para carne”, menciona al respecto del tema Guillermo Murray Tortarolo, investigador del Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad, y añade: “es terrible decirlo, pero la realidad es que cualquier alimento es mejor para el medioambiente que comer vaca. Si tú sustituyes la mitad de tu consumo de res por pollo, se reduce tu huella de carbono de manera espectacular”.

Por su parte, Mariana Valdés Moreno, académica y jefa de la Carrera de Nutriología de la Facultad de Estudios Superiores (FES) Zaragoza, refiere que la reducción del consumo de cárnicos –además de realizar otras prácticas–, debe ser gradual, no radical.

“El estudio señala que se tiene que reducir a la mitad el consumo de alimentos como la carne de pollo y res, así como de leche. Me parece que es una acción relevante que se trate de todos los tipos, pues además de ser útil para el ambiente, también impacta positivamente en la salud de las personas”, subraya la investigadora y agrega que el valor del documento es el análisis integral que hace sobre la modificación de lo que comemos, así como la importancia de trabajar en estrategias para facilitar la transición en los cambios alimenticios.

“La propuesta es en sí muy valiosa, pero no hay que perder de vista que son proyecciones que nos hablan de un escenario óptimo. Se tiene que trabajar en estrategias multisectoriales para lograr transformaciones, por ejemplo, en cuanto a la baja del consumo de cárnicos qué pasaría con las personas que están inmersas en esa industria. Sin embargo, cualquier acción que nos oriente hacia los objetivos es de gran valor.”

Es un punto con el que coincide Murray Tortarolo: “A veces cuando uno piensa en esto, parece muy simple el problema: dejemos de comer carne y ya está, pero hay otras cosas involucradas. Por ejemplo, hasta 2018 México era autosuficiente en carne de res; sin embargo, los últimos cinco años hemos tenido que importarla porque ya no tenemos área para producir más. Necesitamos una modificación sistémica y profunda de nuestro sistema de producción y consumo de alimentos”.

¿Cuáles son las consecuencias?

En palabras del especialista universitario hay tres grandes impactos ambientales en la ganadería bovina actual:

  • Cambio de uso de suelo: “Las vacas necesitan unas cantidades extraordinarias de terreno para poder vivir, así que, para hacerles un lugar, en todo el planeta hemos quitado bosques y selvas, para colocar pastizales. Es muchísimo más barato tener vacas que pastan. Cuando las pasturas son naturales, como sucede en La Pampa, Argentina, o en África, el impacto ambiental no es tan grande, porque ése es un sistema natural, contrario a lo que ocurre cuando introduces el pasto y quitas vegetación nativa; en este caso es gigantesco”.
  • Alteración de los ciclos biogeoquímicos: “Las vacas necesitan un montón de proteína, que es sobre todo nitrógeno, así que muchos de los campos de pastura necesitan de una entrada de fertilizantes constante para mantenerse. Esto lleva a una alteración del ciclo de nitrógeno que después genera toda una cascada de impactos en el agua y aire, además de gases de invernadero en su forma de óxido nitroso. Pasa lo mismo con los fertilizantes a base de fósforo, que también impactan al medio ambiente y generan la eutrofización de cuerpos de agua”.
  • Emisión de gases de efecto invernadero: “el pasto, en términos de su estructura química, tiene muchísimo más carbono que nitrógeno. Los pastos tienen 40 moléculas de carbono por cada nitrógeno y la vaca tiene 8 moléculas de carbono por cada nitrógeno. Necesitas un mecanismo para tener balance químico y, en el caso de las vacas y los rumiantes en general, por eso tienen varios estómagos. Consumen este alimento de baja calidad y lo tienen que digerir durante muchísimo tiempo para absorber el nitrógeno y transformarlo en proteína. Como resultado, mucho de ese carbono va a sobrar, no puede ser digerido ni metabolizado por las vacas, así que se mezcla con agua y se emite en forma de metano. Entre más pobre es el alimento, menos rico en nitrógeno y, por lo tanto, mayores las emisiones. En México, las vacas son la principal fuente de emisión de dicho gas a la atmósfera, muy por encima de otras fuentes como la basura, los automóviles o la quema de combustibles fósiles”.

Guillermo Murray Tortarolo añade que, aunque otras fuentes de proteína (como cerdo o pollo) también contaminan, sus contribuciones son bastante menores y, en muchos casos, las granjas dedicadas a su procesamiento son “circulares”; es el caso de muchas de las grandes empresas de pollo en México: sacan la pollinaza, la echan al campo de maíz, que utilizan para darle de comer a esos animales y se les prepara para dar huevo o carne. El impacto ambiental es menor, no están rumiando y emitiendo gases de efecto invernadero, no se necesitan grandes áreas. Es 70 veces más chico el impacto de los pollos”.

Los puercos, señala “tampoco son rumiantes y, al ser un animal pepenador, pueden comer prácticamente cualquier cosa. A la gran mayoría de los cerdos en nuestro país se les da de comer restos orgánicos, como el pan que no se vendió en los expendios, se mezcla con leche caducada y así se les da de comer. Son diabéticos, claro, pero engordan así, no necesitas un alimento especial”.

¿Cambiar o no?

El estudio de Nature propone reducir significativamente el consumo de carne y lácteos y sustituirlos por vegetales, pero, ¿es viable? Para Mariana Valdés Moreno es posible hacer una transición en nuestra alimentación, pues lo que se plantea es que la misma cantidad de proteínas que la carne contiene sea consumida a través de vegetales, lo que significa dietas más sostenibles. Este cambio considera todo el valor nutrimental, porque también mide las grasas y los hidratos de carbono. Y lo más importante es que sugiere que sea gradual:

“Todas las estrategias y las iniciativas ayudan y suman, pero entre más días de la semana pudiéramos seguir un patrón de alimentación en el que no se consumen cárnicos, más ayudaríamos a este propósito de cuidar el planeta.”

Para Valdés Moreno, la propuesta es viable porque sus elementos configuran una “dieta completa, adecuada, equilibrada, variada y que promueva la salud”. Sin embargo, asegura, no se debe perder la importancia de la personalización de la dieta, pues “es sumamente importante que las personas tengan la información oportuna, correcta y confiable al respecto para hacer este tipo de modificaciones en la alimentación; nutrimentalmente se puede lograr, sí, pero hay que tener todo el contexto de la persona, de su estado de salud y nutricional previo”.

Se estima que sustituir en un 50 % la cantidad de res usualmente consumida reduce la huella de carbono individual

Beneficios

Desde el punto de vista nutrimental, disminuir el consumo de carnes ayudaría a la prevención de enfermedades cardiovasculares, ejemplifica la especialista de la FES Zaragoza, debido a que el exceso está asociado también al riesgo de padecer diabetes, algunos tipos de cáncer y mayor probabilidad de infartos, es decir, padecimientos crónicos no transmisibles.

De esta manera, no sólo se favorece la salud de la población, sino que también se garantiza la sustentabilidad.

El estudio también plantea un crecimiento en las economías locales, debido a que favorecen la alimentación a base de vegetales, lo cual impulsaría el trabajo de los productores nacionales, aunado a que se requiere menos combustible para transportarlos.

Los beneficios, agrega, se verían reflejados en un impacto sobre el ambiente, en especial sobre la contaminación, así como sistemas alimentarios más justos también, que eso incluya a toda la cadena de producción.

También, favorecería a la identidad en términos de consumir lo propio. Por ejemplo, en México hay un modelo saludable de alimentación que es conocido como la Dieta de la Milpa, que incluye alimentos vegetales en su gran mayoría, y promueve la identidad nacional a través del consumo de productos propios del país.

Sobre este tema, Murray Tortarolo suma que se conseguiría una mayor reducción del impacto ambiental “si cambias proteína animal por proteína vegetal; las leguminosas, por ejemplo. Uno de los grandes problemas actuales de la nutrición en México es el abandono de las proteínas vegetales. Los mexicanos han dejado de consumir la lenteja, garbanzos y frijoles, porque la carne es barata y está disponible en todos lados”.

El especialista recalca que la UNAM y el Posgrado en Ciencias de la Sostenibilidad están preparando “una nueva terminación en manejo sostenible ganadero, cuya idea es empezar a tratar de poner sistemas silvopastoriles en Yucatán. Es muy sencillo: no quites todo para poner solamente pasto, deja algunos árboles que den refugio a las especies nativas y que le darán sombra al ganado, lo protegerán de los extremos climáticos y permitirán mantener la regulación hídrica. Todavía hay un impacto ambiental, pero se reduce de manera notable si hay árboles y otras especies animales”.

Y argumenta: “el área que necesitas para cultivar un kilo de frijoles es mucho menor que para uno de carne; de hecho, si como mexicanos decimos ‘ya no voy a comer carne de res’ y toda esa proteína la consumimos en frijoles, se podría reforestar hasta en un 30 % el área del país impactada por el ganado bovino”.

A decir de Leticia Merino Pérez, del Instituto de Investigaciones Sociales y titular de la Coordinación Universitaria para la Sustentabilidad, las cifras relacionadas con una dieta rica en carne de res son alarmantes.

La especialista menciona que, de acuerdo con el informe Evaluación global del metano: beneficios y costos de mitigar las emisiones de metano –difundido por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente– “alrededor de una tercera parte de las emisiones mundiales de este gas se relaciona con la ganadería (32 %); contribuye más al calentamiento mundial que al conjunto del transporte de todo el orbe”.

Hay 1,500 millones de vacas en el planeta, “en términos cercanos a nosotros: el producir una hamburguesa, por ejemplo, utiliza los suficientes combustibles fósiles como para que un automóvil pequeño ande unos 36 kilómetros. Las reses consumen una cantidad de calorías semejantes al de 8.7 billones de personas, más que la población de la Tierra”.

“Las vacas son las que más contribuyen, cerca del 85 % de los gases de efecto invernadero que emite el ganado viene de ellas”, argumenta, y, por ello, “para mantener los objetivos del Acuerdo de París –no llegar a un aumento de dos grados de temperatura–, la población humana no debería comer más de 170 gramos de carne roja y 5 huevos a la semana, se tiene que transitar a una dieta vegetariana.”

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