Cráter arquitectonizado

“Boca volcánica”: así llamó Diego Rivera a la obra de Augusto Pérez, Jorge Bravo y Raúl Salinas

Tesoro cultural y uno de los principales símbolos de la UNAM, el Estadio Olímpico Universitario, que cumple 70 años de activa existencia, es, desde el punto de vista arquitectónico, un proyecto magnífico y singular por el que no parece pasar el tiempo.

En su costado oriental destaca el mural de Diego Rivera La Universidad, la familia y el deporte en México, una construcción de relieve en piedras de colores que muestra el escudo universitario, tres figuras de familia (hombre, mujer e hijo) y dos atletas que encienden la antorcha olímpica sobre una serpiente emplumada.

Rivera tenía planeado cubrir con su obra toda la parte exterior del Estadio con diseños de inspiración prehispánica semejantes, pero al parecer la salud del artista no lo permitió.

“A mediados del siglo XX, cuando se construyó el Estadio Olímpico Universitario, imperaba el llamado movimiento moderno, con cero ornamentación, racionalidad cuando se proyectaba, ahorro de espacios, transparencias, uso de concreto y acero, características que prevalecen en Ciudad Universitaria, dijo María de Lourdes Cruz González Franco, académica de la Facultad de Arquitectura (FA) de la UNAM, fundadora del Archivo de Arquitectos Mexicanos de la FA y coautora de un libro sobre el recinto.

Aclaró que el Estadio no pertenece completamente a ese tipo de arquitectura, pero sí de su momento histórico por los sistemas constructivos y los materiales empleados. Se utilizó toda la tecnología de la época y fue de los recintos más actuales.

Obra de los arquitectos Augusto Pérez Palacios (autor principal), Jorge Bravo Jiménez y Raúl Salinas Moro, quienes trabajaron con un increíble grupo de ingenieros y de aquellos que sabían las necesidades del futbol americano, que sería uno de sus usos más importantes, además de las competencias de atletismo, explicó la especialista.

El Estadio Olímpico nace de una atención al sitio, a los materiales del lugar y las condiciones de la superficie, donde existía una depresión natural para la cancha. La lava volcánica del terreno se rompió, se escarbó, y todo eso se utilizó de manera perimetral al campo de juego, y se fueron formando las graderías inferior y superior.

Así que el material está hecho de la misma tierra del lugar, parte de roca volcánica y arcillas que se fueron compactando alrededor del Estadio, en un sistema similar al de las presas, explicó.

“Esta concepción del recinto como una boca volcánica, en palabras de Diego Rivera, es un “cráter arquitectonizado”. Su forma es de terraplén; es decir, respeta el acomodo natural del material, con estos taludes que rodean a la cancha, añadió.

El diseño, para comodidad del público, es de forma simétrica y descendente en las graderías, desde la parte larga de la cancha, agregó la especialista.

La disposición de las graderías tuvo como fin dar mayor comodidad y amplitud visual para los espectadores, por ello el recinto consta de dos grandes niveles de gradas con uno intermedio, así como un menor nivel en las cabeceras.

Ubicado en una hondonada en el Pedregal de San Ángel, se colocó la primera piedra el 7 de agosto de 1950. En la obra civil participaron más de 10 mil obreros, que trabajaron hasta 24 horas al día para construirlo.

Cruz González Franco aclaró que no hay ningún documento en el archivo de Pérez Palacios, bajo resguardo de la Facultad de Arquitectura, que avale que se inspiraron en redes de pesca de Pátzcuaro, en mariposas o en el sombrero de charro para el diseño del Estadio, como popularmente se ha interpretado. “El archivo de Pérez Palacio está lleno de documentos científicos, de mediciones muy complicadas, de trazos geométricos precisos y cálculos estructurales”, señaló.

Identidad

Además de sus valores arquitectónico y deportivo, el Estadio Olímpico Universitario es un símbolo de identidad entre la comunidad universitaria, que ayuda a generar arraigo y orgullo por la institución y toda su riqueza cultural.

“El entorno en que vivimos todos los universitarios está enmarcado por el esplendor de Ciudad Universitaria, y eso nos genera identidad colectiva, fundamental para nuestra relación con la institución”, consideró Angélica Larios Delgado, profesora de la Facultad de Psicología.

Al referirse al Estadio, dijo que éste genera más arraigo porque se trata de un recinto deportivo que exalta importantes valores humanos como disciplina, constancia, emoción y una capacidad de identificación única.

“Fue sede de los Juegos Olímpicos de México 1968 y de competencias anteriores, por lo que tiene un sentido simbólico muy fuerte, además de que es un espacio único y especial que conserva su vitalidad y su arraigo”, consideró.

Es un sitio que desde hace siete décadas exalta las emociones, la euforia, la alegría, el sentido de colectividad y de pertenencia entre aficionados, porras y deportistas, finalizó.

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