Resignificar el horror

Crecer entre ausencias

Conocer, reconocer y comprender los entornos de desarrollo permeados por la pérdida ambigua, causada por la desaparición, es una deuda académica, política y social

Foto: Reuters.

Mi trabajo de investigación durante los últimos años se ha centrado en la indagación sobre procesos de resiliencia en personas mayores de 18 años que tienen algún ser querido desaparecido, la mayoría de ellas son mujeres. Este trabajo se convirtió en una parte muy importante de mi vida; mi identidad no puede definirse sin usar las palabras desapariciones y resiliencia. ¿Cómo hacerlo? Por más rigurosidad que exija la construcción del conocimiento, no debemos olvidar que somos humanos, que la indolencia no tiene cabida en nuestros pasos. En este sentido, siempre será necesario reconocer nuestra propia subjetividad y nuestra propia necesidad resiliente. En este camino, fue ineludible tener encuentros con la niñez y la adolescencia víctima de la desaparición, quienes no han sido mirados ni escuchados lo suficiente, quienes necesitan de más espacios para resignificar las ausencias y formar su identidad, quienes requieren de formas de vida resilientes; entendiendo la resiliencia como un proceso complejo, pero posible, un proceso alejado de simplismos o de un concepto neoliberal empeñado en culpar al individuo de la adversidad que vive y responsabilizarlo casi en su totalidad por la procuración de su bienestar. Más bien, parto de una concepción crítica de la resiliencia, que permita evaluar los factores personales y sociales que al interactuar entre sí faciliten sobrellevar la adversidad hasta lograr transformaciones que incidan en sobreponerse.

Bajo estos escenarios, surge la inquietud de conocer, reconocer y comprender la situación de la niñez y adolescencia ante la pérdida ambigua que ocasiona la desaparición de un familiar. En especial, el interés se enfoca en las siguientes preguntas: ¿qué significa crecer entre ausencias y búsquedas? ¿Cómo visibilizar las situaciones que viven niñas y niños en torno a la desaparición de seres queridos? Para quienes crecimos en un escenario distinto, y somos personas adultas, ¿cómo comprender a la niñez en escenarios de desaparición? Conocer, reconocer y comprender los entornos de desarrollo permeados por la pérdida ambigua, causada por la desaparición, es una deuda académica, política y social.

En este sentido, quiero compartir mi encuentro con Carlos (es un seudónimo), el cual fue un poderoso detonante para realizar mi colaboración con Séverine. Durante la V Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas, desarrollada durante febrero de 2020 en el norte de Veracruz, visité el predio denominado La Gallera, el cual se encuentra en medio de una zona selvática del municipio de Tihuatlán y fue ocupado por un grupo criminal relacionado con el narcotráfico para ejecutar diversos delitos, entre los que sobresale el homicidio. Este predio fue nombrado por la prensa internacional como un “campo de exterminio”, donde se presume calcinaron a cientos de personas. Cuando lo visité, se encontraba rodeado por diversos montículos de ceniza. Las impresiones fueron muchas. Las escenas, los rostros, los llantos de las mujeres que buscan a sus seres queridos desaparecidos, los gritos, los rezos; una de ellas se hincaba sobre las cenizas, tomándolas y besándolas, como si éstas fuesen sus hijos desaparecidos.

Ahí estaba Carlos, quien al día siguiente cumpliría nueve años y lo experimentaría entre cenizas, asomaba su cara entre la gente, su mirada tenía un aire de tristeza y curiosidad. Sostenía la mano de su abuela, una mujer de 65 años quien busca a su hija (la madre del niño) y fue desaparecida cuando su nieto tenía tres meses de nacido. Se le veía acongojado, pues la mujer lloraba, pidiendo justicia. En concordancia con sus comentarios, a ella le aterraba que entre las cenizas se pudiese encontrar su hija y que esto fuese imposible de verificar. Carlos soltó la mano de su abuela y se dirigió a observar las manchas sobre las paredes, las cuales se presume pueden ser residuos sanguíneos. Me acerqué, charlamos sobre fútbol, la escuela y su próximo cumpleaños al día siguiente. Un par de horas después, nos unimos a un círculo conformado por quienes buscan a sus desaparecidos; nos tomamos de la mano mientras se hacían peticiones y rezos, se lloraba y se abrazaba en colectivo, él me sujetaba de la mano, lo hacía con fuerza. Pronto nos despedimos, cada uno tomaría otros rumbos, pero mi corazón ya no sería el mismo.

Para mí no sería posible insistir en generar conocimiento sobre el dolor, la violencia y las desapariciones si no asomara gran parte de mi esfuerzo para saber cómo incidir sobre procesos de resiliencia. Por ello, aprovecho para invitar a mis colegas a no olvidar jamás los aspectos éticos de la investigación, en todo caso, a priorizarlos y de esta manera no contribuir a la revictimización. Hagamos construcciones que favorezcan la resiliencia. En este trabajo fue importante dar una mirada a las experiencias latinoamericanas, tratar de comprender los procesos sin olvidar las grandes diferencias temporales, de dimensiones y de contextos.

Crecer entre ausencias y resignificar el horror, requiere de espacios que permitan la narrativa no sólo de los hechos y las vivencias en torno, sino también de la narrativa resiliente que permita encontrar nuevos sentidos, rescatar los recuerdos, formar identidad e impedir que eso también sea arrebatado. En esta dirección, los relatos familiares adquieren gran importancia, y por ello hay que procurarlos con cuidado. Si bien el relato familiar puede detonar caminos resilientes no está exento de ocasionar todo lo contrario y facilitar la permanencia del dolor hasta que el sufrimiento se haga costumbre aun cuando ello sea totalmente inconsciente. Por eso, insisto en reconocer la necesidad resiliente. Recordemos que ante una desaparición se corre el riesgo de la desaparición de otras figuras importantes.

Este trabajo generó que reflexionara sobre el adultocentrismo con el cual miramos y tratamos a la niñez, me hizo realizar un necesario ejercicio de introspección que me llevó a analizar de manera cognitiva y emocional mi propio adultocentrismo, que incidía sobre las formas de comprender las distintas realidades, lo cual podría impedir hasta cierto punto mi principal intención: encauzar la mirada y la escucha de la niñez y adolescencia frente a la desaparición. Únicamente analizando nuestras formas de concebir a la niñez y a la adolescencia y deconstruyendo nuestras miradas adultocéntricas podremos reconocer la importancia de su empoderamiento y su capacidad de agencia. Esconderlos o tratar de rescatarlos de una realidad que les inunda quiebra su camino resiliente y las posibilidades de una construcción de la memoria que sí les permita crecer entre ausencias, pero con un corazón lleno de identidad.


*Ex posdoctorante del CRIM UNAM, donde desarrolló dos investigaciones sobre desapariciones y resiliencia. Actualmente está adscrita a la Universidad Autónoma de Tamaulipas, donde se desarrolla como profesora-investigadora.

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