Joyas bibliográficas de la Biblioteca Nacional

De fide et legibus, el incunable más antiguo

Data de 1469; la obra fue adquirida por José María Vigil, director en 1883

 Imagen de video: Rafael Paz.
Imagen de video: Rafael Paz.

etiqueta-tesorosEn el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional se resguardan 173 incunables. Son libros impresos en el siglo XV, época en que el maguntino Johannes Gutenberg desarrolló una nueva tecnología que combinaba antiguas invenciones, como la prensa de madera. El ingenio de Gutenberg, consumado orfebre, consistió en fundir tipos metálicos con los que se pudiera componer y descomponer un texto cuantas veces fuera necesario. Los incunables reciben ese nombre debido a que fueron manufacturados en la cuna del arte tipográfico.

El incunable más antiguo que preserva la Biblioteca Nacional es De fide et legibus, escrito por el obispo de París, Guillermo de Auvernia e impreso en Augsburgo por Günther Zainer de Reutlingen en 1469. Es un tratado que forma parte de un proyecto mayor, integrado por siete partes, titulado Magisterium divinale et sapientiale. Guillermo fue el primer teólogo que intentó conciliar el pensamiento de Aristóteles con la doctrina cristiana mediante los textos de san Agustín.

Una de las características esenciales de los incunables radica en que fueron elaborados de manera artesanal, incluso el papel. Los elementos tipográficos que hoy resultan tan familiares como guía en el contenido: número de página, división de párrafos, titulillos y disposición de notas y comentarios, son segmentos que se fueron desarrollando paulatinamente a lo largo del tiempo.

Al igual que los antiguos manuscritos medievales, los incunables carecen de portada. Este elemento fundamental para identificar y diferenciar los libros se irá incorporando con posterioridad por diversas razones, entre otras, una de orden mercantil, ya que el impresor necesita dejar testimonio de la calidad de su impresión.

Una no menos decisiva es de orden jurídico, puesto que las autoridades civiles y eclesiásticas se mostraron cada vez más preocupadas por el contenido de los libros y su trabajo.

Este ejemplar no tiene la encuadernación característica de los de aquella época, lo que revela que para ponerlo a la venta en el siglo XIX su encuadernación fue modernizada (400 años después de su impresión).

Estos antiguos impresos adquirieron reconocimiento a su singularidad y belleza en el siglo XIX. Antes, su mérito tipográfico sólo era apreciado en círculos muy reducidos de conocedores, llamados bibliófilos (amigos de los libros). Entre sus usuarios y poseedores en bibliotecas antiguas se ha encontrado que los llamaban libros góticos (por el tipo de letra empleada en su impresión). El término incunable, aunque se acuñó desde el siglo XVII, propiamente empieza a aplicarse de manera sistemática hasta la segunda mitad del siglo XIX.

De fide et legibus muestra claros rasgos que revelan la transición entre el manuscrito medieval y el impreso con tipos móviles. Se puede ver por las viñetas y dibujos que aparecen en el margen del texto, así como también las letras capitulares iluminadas, elaboradas con tintas metálicas.

El impresor solía dejar espacios en blanco en las páginas para que el propietario lo llevara con posterioridad con el iluminador para decorar las capitulares y así lograr el efecto de emular al manuscrito medieval. Sin duda, los amplios márgenes permitían al lector hacer anotaciones y elaborar glosas.

Para su conservación y cuidado, los especialistas de la Biblioteca Nacional los mantienen en condiciones ambientales adecuadas de temperatura y humedad relativa, con lo que se protegen también de los llamados insectos bibliófagos.

El deterioro que presenta el papel es comprensible, debido a que fue fabricado artesanalmente, con materias orgánicas (trapos, lino, cáñamo) cuyos almidones son sumamente atractivos para los insectos. El interés de los conservadores es mantener la integridad de la estructura del libro.

La obra, adquirida por José María Vigil en 1883, a la sazón director de la Biblioteca Nacional, procede de un lote de venta formado por 32 ejemplares, ofrecido por el librero italiano Angelo Bertola, uno de los principales proveedores de la B de impresos europeos en aquella época.

Fuente: Alberto Partida Gómez, académico del Instituto de Investigaciones Bibliográficas. 

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