Decretan naturaleza muerta-instalación viviente al Bordo de Xochiaca

Elia Espinosa López fundamentó su propósito en las naturalezas muertas de Paul Cezzane. Era una instalación viviente siempre en movimiento por el trabajo y la vida cotidiana de los pepenadores.

Mito de la urbe, desastre ecológico, hito de la vida urbana, el Bordo de Xochiaca, fue convertido en naturaleza muerta-instalación viviente por Elia Espinosa López mediante el compromiso, como estudiosa del arte, “de generar mundos conceptuales y metafóricos, para invitar a ver de otra manera la vida urbana y todo lo que vive y palpita en ella con libertad y consciencia”.

Todo partió de un proyecto de investigación que integraba trabajo de campo, análisis de películas de cineastas experimentales, así como el pulso a la fisonomía taótica del paisaje y a la vida de los pepenadores, relató Espinosa López, académica del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.

Ante esa riqueza visual y conceptual desbordante y para revitalizar los géneros tradicionales (naturaleza muerta, paisaje, retrato) la investigadora evaluó la posibilidad de zarandear el panorama artístico doméstico mediante el potencial del Bordo. El resultado fue introducir una nueva imagen de Xochiaca tomando de la historia del arte el género naturaleza muerta.

“Me di cuenta de que era la más grande naturaleza muerta e instalación viviente que jamás se haya hecho en la Ciudad de México, sin la participación de un artista o de un grupo de ellos. Una gran naturaleza muerta sin proponérnoslo, pero todos contribuyendo a su formación con nuestra basura cotidiana”.

Para apoyar su objetivo, la investigadora tomó como fundamento las naturalezas muertas de Paul Cezzane: “de colores vivísimos, las audacias cromáticas, la yuxtaposición de los colores casi puros sobre la tela, mezclando en el ojo las vibraciones y los tonos, a la manera los de los impresionistas aunque no era muy proclive a esa escuela.

“Una naturaleza muerta de Cezzane tiene los mismos tonos del Bordo donde había basura orgánica fresca y seca. Así lo advertí durante las caminatas con la fotógrafa Karla Hernández Lara, mochila al hombro, platicando con los pepenadores, conociendo las secciones (cartonería, colchones, telas) hasta que fuimos a dar a la composta, enormes montones de desechos. ¡Iguales los tonos a las naturalezas muertas de Cezzane! Ahí encontré la identificación inmediata por la sensación cromática, para justificar con el maestro francés, el concepto naturaleza muerta.

Además Espinosa López agregó el concepto ‘arte expandido’ de Rosalind Krauss, “y lo que se ve en museos y plazas, así como el desbordamiento del museo, que ya no es el sitio predilecto para la exposición de los productos de las artes nobles, que adquiere otro estatus, más bien experimental, que los públicos han recibido con diversión, disfrute y placer”.

En cuanto al término “instalación”, la investigadora señaló que derivó del constante movimiento. “El Bordo es una instalación viviente y una naturaleza muerta viva, aunque suene a contraposición. Siempre estaba moviéndose y formando espacios asquerosos y pestilentes, aunque también amables en las áreas donde vivía los pepenadores. Ahí nacían y crecían. Ahí cumplían los 15 años y tenían los primeros amores, las bodas”.

“Era una ciudad dentro de la ciudad y una industria artesanal. Los pepenadores operaban ahí bulldozers, palas mecánicas y otro tipo de maquinaria para trasladar las toneladas de basura de un lado a otro, unido al trabajo artesanal de separar manualmente la basura. Eso imprime una dimensión humana a ese trabajo”.

Tras la investigación de campo, la investigadora elaboró sus reflexiones con sentido crítico; no obstante, postergó conclusiones. “Me encantaría retomar el tema para ver de lejos mi propio trabajo, volver al lugar y narrar cómo está ahora, y quizá aprovechar para hablar de los miasmas y ligarlos con la visión histórica desde el medioevo, por ejemplo, y así dar otra dimensión al Bordo”.

Por otro lado, mostrar los hallazgos es un asunto del historiador del arte, continuó Espinosa López, “Ese es su oficio y tiene el deber social de compartirlos, así como ‘puentear’ los saberes entre el arte y la percepción general, además de dar cuenta de las imágenes especializadas de los artistas”.

La difusión de este novedoso concepto artístico motivó resistencias en los ámbitos más conservadores (“en un congreso dos señoras abandonaron la sesión enojadísimas, y también entre colegas me veían con reservas al ocuparme de la basura”).

Sin embargo, la primera ponencia se publicó en una Memoria de coloquio, después un ensayo para la revista virtual Artelogie de la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de Francia, cuyos editores estaban complacidos por la alusión a Cezzane.

Finalmente, la investigadora se asume como “trabajadora de la palabra. El historiador del arte es un obrero del estudio de las imágenes y de las palabras especializadas del arte. Le compete hablar de la estructura y de la vida de un mercado, por ejemplo, tanto desde el punto de vista mercantil como humano, lo mismo desbordante de cromatismo y de sentido estético. Se puede hablar de la estética y de la ética en la imagen.

“En fin, un historiador del arte es un pensador/pensadora plural; no se limita a cuadros, esculturas y edificios arquitectónicos antiguos; se ocupa también de las imágenes no visibles, como las de la música o visibles e invisibles, como las de la danza, las que propicia el arte como sensaciones que no se ven pero desbordan al espectador”, concluyó.

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