Desconocimientos, ausencias y violencias cotidianas…

Para la inmensa mayoría de mexicanos –y esto también es cierto para el grueso de los universitarios– el 31 de marzo no tiene significado alguno. Desconocen que en este día se conmemora el Día Internacional de la Visibilidad Trans. Esta ignorancia, sin embargo, es muy reveladora pues evidencia lo poco que la mayoría de la población sabe de la realidad cotidiana de nuestra comunidad. Se desconoce, por ejemplo, que México es el segundo país en el ámbito mundial en lo que respecta a los transfeminicidios. Se ignora, de igual modo, el hecho de que las personas trans suelen sufrir violencias cotidianas que se traducen en problemas de autoestima o deserción escolar. Asimismo, pocos saben que la discriminación e invalidación que experimentamos cotidianamente genera cuadros sintomáticos que han sido calificados como un tipo de estrés postraumático.

Tristemente esto no es una sorpresa, pues las personas trans hemos estado ausentes de la mayoría de los espacios dedicados a las artes, las ciencias o la toma de decisiones; de igual modo, las representaciones que se han hecho de nosotros suelen presentarnos como si fuésemos criaturas grotescas que suscitan ya sea el miedo o la risa. En ese sentido, le pregunto a quienes leen esta columna si serían capaces de nombrar a cinco personas trans a las que admiran o respetan; si la respuesta es no, entonces entenderán a qué me refiero cuando sostengo que en el imaginario de la mayoría de la gente o bien no existimos o somos entidades abyectas –entidades mas no personas–.

Lo anterior es muy grave porque acarrea una serie de consecuencias que repercuten en el trato que recibimos tanto por parte del Estado como de nuestros conciudadanos. Esto ocurre precisamente porque la falta de representaciones positivas acerca de nuestra comunidad suele traducirse en que el único referente culturalmente disponible es el de la figura trágica o sórdida. Esto nos deshumaniza y reduce a una serie de estereotipos que racionalizan y legitiman nuestra exclusión y marginalidad.

Hay que decir que este fenómeno sucede en prácticamente todos los sectores de la sociedad y que ni la academia ni la universidad son la excepción, pues también en estos espacios es común encontrarnos con violencias de todo tipo que son simplemente pasadas por alto, ya que para el grueso de las personas resulta perfectamente “normal” el incomodarse ante nuestra presencia. Peor aún, la deshumanización acarrea el que seamos mirados como un tópico a discutir, un objeto a explicar, una polémica por abordar, etcétera, pero no como personas con dignidad y a las que se les debe respeto.

Cuando se nos ocurre, por ejemplo, señalar que poseemos derechos que incluyen el derecho a la identidad, al libre desarrollo de la personalidad y el derecho a vivir una libre de violencia –o el derecho a la educación–, la respuesta suele ser de sorpresa o de franca consternación. Ese es finalmente el problema de la deshumanización, a saber, que se naturaliza el trato violento y excluyente al punto de que la gente se siente “violentada” cuando se le señala su propia indiferencia ante nuestros derechos, ante nuestra dignidad y ante nuestra humanidad.

De allí que sea importante reivindicar un día como el que hoy conmemoramos. La visibilidad es indispensable, aunque no suficiente, si lo que buscamos es construir una sociedad más igualitaria. Lo que esta posibilita es justamente el desmontar esos viejos estereotipos de que las mujeres trans somos personas enfermas, depredadoras o con toda suerte de trastornos sexuales. Lo mismo pasa cuando hablamos de hombres trans, pues esto nos permite, en primer lugar, visibilizar su existencia y dejar de reducirlos al mito de que desean “escapar hacia el privilegio masculino”. Finalmente, nos permite ponerle rostro a las personas no binarias y mostrar justamente que no pueden ser entendidas como una moda del momento.

Hay que tener muy en claro, eso sí, que la visibilidad no desmonta en solitario a la discriminación. Hay formas de visibilidad que se traducen en una hipervisibilidad incómoda y peligrosa. El suicidio hace pocos días del influencer y activista trans Paulo Vaz nos recuerda que la mirada pública puede convertirse en una carga pesada si no se desmontan las dinámicas estructurales propias de la transfobia y el cis-sexismo. Esto las personas trans lo tenemos muy claro pues la visibilidad puede costarnos todo, incluida la vida, pero la invisibilidad sin duda nos condena a la exclusión. Como colectivo, enfrentamos hoy el reto de avanzar en la conquista de derechos, pero también en lo que esto implica cuando la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos sigue pensando que somos entidades monstruosas con las que no desean compartir un aula, un trabajo y mucho menos un sanitario.

Sin embargo, los valores universitarios demandan de nosotros, nosotras y nosotrxs el hacer posible un México y una universidad mucho más incluyente.

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