Discurso de Alicia Bárcena en la ceremonia de investidura de doctorados honoris causa

Este 26 de septiembre se entregaron 10 doctorados honoris causa a Alicia Bárcena Ibarra, Julia Carabias Lillo, Rolando Cordera Campos, José Antonio de la Peña Mena, Donald Bruce Dingwell, Vincenzo Ferrari, Alejandro González Iñárritu, María Elena Medina-Mora Icaza, Roberto Meli Piralla, y Sandra Moore Faber

Hoy nos dinstigue la más grande de las universidades de América Latina; la mayor, por su excelencia, por el número de estudiantes, de toda Hispanoamérica; además es el alma mater de cada mexicano que ha recibido el Premio Nobel, el Premio Cervantes, el Premio Príncipe de Asturias y los Oscares, ahora.

Es la casa de Justo Sierra y de José Vasconcelos.

El domicilio centenario de la voluntad de nuestro pueblo por construir desde el conocimiento, el debate, la cultura y el compromiso una sociedad mejor, más justa, más digna e igualitaria.

Estas son las dimensiones imponentes de esta Universidad Nacional Autónoma de México que en esta jornada nos brinda a este puñado de compatriotas su reconocimiento mayor, el Doctorado Honoris Causa.

Querido Rector, Enrique Graue; apreciado Secretario General, Leonardo Lomelí; distinguidos miembros del Honorable Consejo Universitario; autoridades, docentes, investigadores, trabajadores y sobre todo estudiantes. A todas y todos ustedes, rostros concretos de esta institución indispensable de la patria, pública, laica y gratuita, con el corazón apretado, con humildad, con la alegría desbordada: muchas gracias.

Reciban el testimonio de gratitud de una mujer que aprendió los rudimentos de su oficio, la semilla de la conciencia crítica entre las aulas, pasillos y naturaleza de esta majestuosa Ciudad Universitaria. Soy, a mucho orgullo, hija de esta casa. Aquí están las memorias vivas de mis años de formación, el recuerdo generoso de compañeros y profesores que me abrieron al mundo de la ciencia, de la política y de la inquietud rebelde por la justicia social y la protección ambiental.

Agradezco en este día no solo en mi nombre. Lo hago también en representación de un grupo excepcional de hombres y mujeres que han aportado por muchos años lo mejor de sus talentos, en una amplia diversidad de disciplinas, para abrir caminos nuevos al quehacer de la ciencia, el medio ambiente, la economía, la astronomía, la psicología, las artes y la medicina.

Agradezco en nombre de una entrañable y admirada amiga, colega de pasiones comunes. Bióloga también, discipula de estas aulas. Con su contribución indeleble en la política ecológica de México donde fungió como Secretaria de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Pesca, época en la que se sentaron las bases de una política ambiental moderna. Una militante incansable de la defensa de nuestra biodiversidad y de la protección de la selva tropical, en particular de la Selva Lacandona; me refiero a nuestra querida Julia Carabias Lillo.

Al formador de generaciones de economistas que entienden su profesión como una herramienta de análisis, pero también de cambios, como un instrumento de justicia y no de privilegios. Referente necesario y constante de todos los que nos hemos rebelado ante la economía neoliberal y ante el sino de la desigualdad; me refiero al amigo y maestro Rolando Cordera Campos.

A un enorme divulgador de las álgebras, un hombre de excepción, que ha fraguado esos puentes entre el saber matemático y las audiencias enormes, vinculando además estas enfermedades de mal plegamiento que él explica tan bien a su vasta producción intelectual. Su huella atraviesa con igual solvencia, la investigación compleja, la pedagogía y el liderazgo institucional en las más vastas responsabilidades: José Antonio Stephan de la Peña Mena.

Qué decir de ese ferviente viajero, locutor, compositor, director, guionista y productor cinematográfico. Artesano de la luz, los sonidos, la fotografía y, sobre todo, de las emociones. Un constructor de relatos que nos interroga siempre sobre las fibras esenciales de nuestra humanidad. Un narrador virtuoso, de sensibilidad transparentemente mexicana, y de lectura inevitablemente universal, Alejandro González Iñárritu.

Agradezco en nombre de una investigadora incansable, psiquiatra, epidemióloga, que iluminó esos vínculos importantes hoy día entre la psicología clínica y la social para mostrar que el tema de las adicciones es una ventana para estudiar y entender a la persona y la sociedad, y que ha hecho de su voz un referencia internacional obligada, María Elena Teresa Medina-Mora Icaza.

Me refiero también a este pionero de la ingeniería sísmica, quien ha puesto sus conocimientos, su vocación y su compromiso al servicio de las personas y su inalienable derecho a una vivienda digna, con estándares de calidad y seguridad. Apasionado también por la conservación de los bienes patrimoniales y culturales de México, incluyendo el propio patrimonio de la UNAM, el doctor Roberto Meli.

Todos, hablo aquí, en nombre de este enorme conjunto de talento mexicano que todos ellos han sido una fuente inagotable de inspiración para los jóvenes estudiantes, investigadores, comunidades, con un compromiso permanente con la apropiación social del conocimiento, retroalimentando a las comunidades científicas.

Todos estamos activos y atentos a los complejos desafíos que el mundo y nuestro país nos exigen. La UNAM es lo mejor de México, nos está reconociendo como una parte importante de sí misma. Por ello, este reconocimiento es también un comienzo que nos interpela y exhorta a dar lo mejor de cada uno para inspirar a otros a hacerlo, como representantes de esta Universidad.

Muchas gracias por este honor emocionante, que han impuesto también a titanes como Justo Sierra, Alfonso Caso, Alfonso Reyes, Carlos Monsiváis, Margo Glantz, y una larga lista.

Porque al sumarnos a esta imponente lista reafirmamos de la mano del Rector Graue y de su Secretario General, que nos compromete, creo que todos nosotros nos sentimos además de emocionados con un enorme reto de motivar, de inspirar, a las nuevas generaciones a nuestros compatriotas, a decirles cual es la pasión por la ciencia, a luchar por la ciencia, por las artes, por las humanidades que hoy están un poco a mal traer en nuestro país.

Amigas y amigos, yo me formé en la Facultad de Ciencias, en la biología, a la sombra del emblemático Prometeo, me enamoré de la ecología, trabajé en la región maya y ahí viví las enormes contradicciones de nuestro tiempo. Una sociedad fracturada por la desigualdad y la pobreza en medio de un modelo neoliberal sin destino. Pueblos indígenas a los cuales se les arrebataron sus recursos naturales, sus saberes, su cultura.

Mi rumbo cambió de nuevo cuando entre a Naciones Unidas y ahí exploré esos vínculos entre el medio ambiente, la ecología y la economía ante los enormes desafíos de la globalización. Esta mezcla me ha colocado en un cuestionamiento permanente respecto al trilema: crecer, igualar, proteger la ecología y qué modelo de desarrollo podemos tener para lograrlo y creo que hemos podido avanzar en alguna luchas como por ejemplo la lucha de la igualdad desde la CEPAL, en donde su historia institucional se cruza con los vaivenes de la historia económica que en nuestro continente han sido tan bien relatados por mi padrino hoy, el doctor Leonardo Lomelí.

Creo que la permanente lucha de nuestros países frente al predominio de la balanza de pagos, los dilemas de la política, de la periferia, la persistente desigualdad, la baja productividad, la cultura del privilegio que cruza nuestras sociedades. Por eso creo que hemos luchado tanto por la igualdad común, valor fundamental de desarrollo y más recientemente hemos dado un paso más audaz con propuestas de políticas centradas en que la desigualdad no sólo es injusta, sino que es ineficiente e insostenible, genera instituciones que no promueven la productividad ni la innovación.

Esta casa, como siempre, nos abrió las puertas para debatir estas ideas heterodoxas de desarrollo, construir caminos alternativos, proyectos de sociedad en los que el ciudadano sea sujeto y no solo objeto de las transformaciones que mejoran su condición, hacer de la política una herramienta de desarrollo colectivo y de igualdad es un propósito compartido, ese es el sueño que anhelamos y que encuentra aquí en la UNAM a una de sus canteras más fecundas.

Es una tarea urgente, yo vengo llegando de las Naciones Unidas y me doy cuenta que estamos ante un mundo fragmentado, donde predomina y se contrapone el patriotismo con el globalismo, donde el multilateralismo está pasando por su peor momento. Donde se está cuestionando la evidencia de la ciencia frente a la urgencia de actuar ante el cambio climático y ante la perdida de la biodiversidad, cuando las expectativas de mayor igualdad entre países se frustran, cuando la promesa de más y mejores vienes públicos cocha con las posiciones individualistas, cuando se hace evidente que el mundo en que vivimos, las instituciones democráticas no son las que están definiendo las políticas económicas, ni la concentración de la riqueza en pocas manos.

Y en este contexto tan poco auspicioso, el ambiente se vuelve propicio para viejas y nuevas amenazas. Vemos emerger nacionalismos ofensivos, irrumpe la xenofobia que hace del migrante una amenaza -despojándolo de la dignidad que le es intrínseca-, se entroniza la violencia y la marginación arroja a nuestros jóvenes a nuestras nuevas generaciones, en lugar de atraerlos al estudio, a la universidad, lo que está pasando es que están en la desazón, el desencanto, la desconfianza y el enojo o, en el peor de los casos, al delito y la ilegalidad.

Enfrentar estos desafíos demanda entendimiento profundo, voluntad e ideas. Demanda instituciones como esta, poner lo mejor de sí para alumbrar rutas distintas, para poder poner a la Universidad, como lo dijo Vasconcelos hace a 99 años: “… yo no vengo a trabajar por la Universidad, sino a pedir a la Universidad que trabaje por el pueblo”.

Un pueblo, por cierto, que no se agota en las fronteras de México. Quien observe el emblema de la Universidad Nacional Autónoma de México, reconocerá como hermanos y hermanas a todos los que habitan a la sombra del vuelo de nuestra águila y nuestro condor andino, señal bicéfala de nuestro escudo.

Hoy, quiero queridas amigas y amigos, decirles a nombre de todos, creo que le dedicamos también esto a nuestra familia, a la gente que nos ha acompañado en estos años de lucha y yo en particular a mi compañero Anibal, a mi hermano Gabriel a mis hijos Eduardo, Tomás y María, a mis nietos Matías y Sara, todos vinculados a la UNAM.

Quiero cerrar estas palabras de gratitud con otro grande, que en 1996 recibió el doctorado Honoris Causa: Carlos Fuentes.
Fuentes hizo un libro que se llama “En esto Creo”, y dijo:

“Creo en la universidad. La universidad une, no separa. Conoce y reconoce, no ignora ni olvida. En ella se dan cita no sólo lo que ha sobrevivido, sino lo que está vivo o por nacer en la cultura. Pero para que la cultura viva, se requiere un espacio crítico donde se trate de entender al otro, no de derrotarlo —y mucho menos, de exterminarlo—: Universidad y totalitarismo son incompatibles. Para que la cultura viva, son indispensables espacios universitarios en los que prive la reflexión, la investigación y la crítica.

En la universidad todos tenemos razón, pero nadie tiene razón a la fuerza y nadie tiene la fuerza de una razón única.

Y en la universidad, aprendemos, al cabo, que nuestro pensamiento y nuestra acción pueden fraternizar. Ciencias y Humanidades. Lógica y poética. No caben, no se complementan, no florecen juntas estas plantas en el terreno, como se muestra hoy, todos representamos artes, ciencias y sobretodo compromiso.

Como él, creo en la universidad, creo en esta universidad y su gesto de hoy nos alcanza como el honor más grande que nos ha tocado vivir. Frente a ustedes, nuestro compromiso redoblado, en la vida que nos quede por delante, a ser promotores y embajadores fieles de los valores, convicciones y aspiraciones de esta, nuestra propia casa.

Y lo digo con honor: Por mi Raza Hablará el Espíritu.

También podría gustarte