Dos crónicas de Amado Nervo

Recordamos al poeta y prosista mexicano a 100 años de su muerte, con una selección de dos artículos del autor nacido en Nayarit

A finales del siglo XIX y comienzos del XX, las colaboraciones literarias que aparecían en los diarios eran nombradas como “crónicas”, aunque se tratara casi siempre de artículos; es decir, opiniones más que narraciones. Por consecuencia, a los literatos metidos en los periódicos se les llamaba cronistas. Los textos de Amado Nervo (1870-1919) tienen esa característica. A diferencia de su poesía, acaso solemne y declamatoria, la prosa de Nervo es moderna y parece haber sido escrita ayer (y publicada hoy). Por ello dice Manuel Durán, en el prólogo al volumen 95 de la Biblioteca del Estudiante Universitario (BEU), titulado Cuentos y crónicas de Amado Nervo, que para el gusto actual el Nervo prosista puede parecernos superior al poeta. O más cercano. Como practicante del ejercicio periodístico puede decirse de Nervo lo que éste dijo de Manuel Gutiérrez Nájera: “¿Por qué artificio maravilloso pudo este hombre escribir tantas cosas? ¿Merced a qué conjuro fue a la vez sociólogo y poeta, economista y literato, humorista y tierno, riente y triste, clown y pontífice, juglar y orfebre?”

En el centenario de su muerte, ocurrida en Montevideo, Uruguay, el 24 de mayo de 1919, se ofrecen aquí un par de artículos de Amado Nervo publicados en aquella antología de Manuel Durán para la BEU, ya con varias reediciones. (AT)

Hacer un artículo

Para escribir un artículo no se necesita más que un asunto: lo demás… es lo de menos. Hay en esto del periodismo mucho de maquinal. Lo más importante es saber bordar el vacío, esto es, llenar las cuartillas de reglamento con cualquier cosa.

El periodista que es hábil en su métier, de nada, como Dios, hace un mundo de artículos economizando con maestría laudable su substancia gris para las grandes ocasiones, no de otra suerte que el tenor que sabe la Biblia economiza el caudal de su voz, reservándolo para el do de pecho que el público aguarda con impaciencia.

Decía Santa Teresa:

“Prometedme un cuarto de hora diario de oración mental, y en nombre de Jesucristo os prometo el dialo”.

Y —perdóneme la Santa esta parodia— yo digo:

Prometedme un asunto diario, y en nombre de mi conocimiento del “oficio” os prometo un artículo diario: advirtiendo que no se necesita un gran asunto. Dénmelo ustedes mediano, grande o pequeño, que el artículo saldrá, aunque su importancia, es claro, estará en proporción del tópico.

Si ustedes se achican, me achico; y si se acrecen, me acrezco.

Desplúmese, por curiosidad, un ave del paraíso, y véase lo que queda. Así exactamente, son muchos artículos de esos que agradan al público, de esos opulentos por su fraseología, de esos que divierten y aun encantan: aves del paraíso multicolores. Arranquen ustedes las plumas y hallarán… nada entre dos platos.

Esto, por lo que ve a los artículos; en cuanto a los reportazgos, la cosa es peór aún.

Supongamos que un reportero hábil, hábil ante todo, gana uno cincuenta por columna y se lanza por esas calles de Dios, resuelto a encontrar hasta debajo de la tierra tres columnas para el periódico. Como los sucesos explotables escasean, el hurón del noticierismo anda y anda sin gran provecho. En las comisarías, nada; en el Palacio de Justicia, nada; en el Ayuntamiento, nada. Total y fuerza, tras una mañana de huronear, dos noticias: un homicidio por celos y un rapto, acontecidos entre gente del pueblo. Aquí la cuestión es más difícil: no se trata de buscar asunto, que ya lo hay, sino de vestirlo de tal manera que ocupe lugar amplísimo.

Al articulista le basta con una columna, con menos acaso. El reportero necesita tres; es decir, necesita cuatro pesos cincuenta centavos. Manos a la obra.

Empieza por el rapto:

“La raptada, Fulana de Tal, nació en un pintoresco pueblecillo del Distrito, famoso por sus flores y por su benigno clima; sus padres eran pobres, pero honrados, y ella constituía la dicha del hogar. Se levantaba cantando y se acostaba… cantando también: era muy cantadora. Su casita, blanca y aislada de las otras, levantábase en medio de un campo baldío (por ese campo entra el drama, en forma de Juan Rodríguez o de Pedro García). La familia era dichosa; el padre guiaba la yunta, la madre hacía la comida y la hija iba por agua a la fuente. Ahí, como los hijos de los patriarcas, el tal Juan Rodríguez y la raptada en ciernes se entendieron de maravilla, y el papá de la niña, que no era buey, aunque araba, descubrió el pástel y mandó a México a la enamorada, bajo la vigilancia de la mamá. Aquí la mamá se descuidó, y una noche (el reportero la describe con todos los colores imaginables) Juan Rodríguez o Pedro García, que para el caso es lo mismo, echaron a volar”.

Sigue el reportero describiendo la desesperación de la madre, su queja a la autoridad, las diligencias de ésta, el hallazgo de los “tórtolos” y, por último, la pena que se les aplicará. En seguida hace el cómputo de las cuartillas: dos columnas; magnífico. ¡Si tendrá él buen cálculo!

Después la emprende con el homicidio por celos; otras dos columnas: cuatro pesos cincuenta, y dos o tres asuntos en perspectiva. El reportero enciende un cigarro y va a dar una vueltecita por Plateros.

He aquí el procedimiento de eso que se llama escribir en los periódicos. El público gusta de él, porque al público le disgustan los esqueletos y le seducen las aves del paraíso. ¡Pero que no las desplume!…

Febrero 25, 1896

Los ensayos

México es una ciudad muy vieja. La vieja México le dicen los yanquis, y parece que en esta calificación hay su granito de mostaza de desprecio. Como si dijeran:

“Es más vieja que el caldo, y no por eso adelanta. Mírese en este espejo: nosotros somos un pueblo de ayer. Nuestra vida empezó con nuestro nacimiento a la libertad, y ya ejercemos la hegemonía en América.

“Abran ustedes la boca ante nuestras grandes ciudades, ante nuestros inmensos progresos, y luego échense una miradita por ese cuerpo raquítico y desmedrado… La vieja México”.

Sí, es cierto, México es muy vieja; pero los americanos no saben una cosa, y es que, a pesar de su vejez, está todavía en el periodo de los ensayos, y esto le da cierta apariencia de juventud.

Aquí toda la vida se nos ha ido en ensayar. Los toltecas hicieron un ensayo de monarquía periódica, y no les dio chispa.

Los aztecas ensayaron el imperio, y Moctezuma acabó por ensayar la autocracia…, sin resultado.

Los españoles ensayaron aquí también el virreinato, y a gritos y sombrerazos lo prolongaron por tres centurias.

Iturbide ensayó de nuevo el imperio, y por todo testimonio de su ensayo dejó un palacio… convertido en hotel.

Santa-Anna ensayó la República aristocrática, y fue ésta tan inestable… como su pierna.

Maximiliano tornó a ensayar el imperio, y a buena hora lo pusieron fuera de combate.

Después se ha venido ensayando la democracia, y todavía andamos en el ensayo…

El Ministerio de Hacienda ensaya la supresión de las alcabalas.

El de Comunicaciones, la moralidad de los empleados.

El gobierno del Distrito, la cesasión de la prostitución, y el Ayuntamiento…, los adoquines.

Primero se ensayó la madera…, y se hinchaba. Después, el recinto, y no había medio de que formase una superficie plana. Más tarde el asfalto, y no dura, y hoy los ladrillos vitrificados, que… ¡quién sabe si den chispa!

¡Y a un país en que se ensaya tanto se le llama viejo!…

¡Ca! ¡Qué viejo va a ser!

¿No ven ustedes que está haciendo tanteos, que busca vados, que echa sondas?

Además, si es viejo y hace todo eso que hace, claro es que cuando realice todo lo que tiene que realizar, aun cuando esté chocho, podremos clamar: “¡Qué cochez tan gloriosa!”

Franklin empezó a estudiar ya maduro, y vean ustedes lo que hizo…

Hay países precoces y países de dura cerviz. Los Estados Unidos han sido precoces. Nosotros, tardos para aprender; pero, eso sí, lección que a fuerza de ensayos logramos meternos en la mollera, Cristo que nos la saque.

Aguarden ustedes a que concluyan los ensayos, y verán…

Junio 30, 1896