Aprendizajes en el Laboratorio Nacional de Soluciones Biomiméticas
Aquel biosensor para detectar SARS-CoV-2 que tanto ayudó…
Durante el confinamiento, la Facultad de Ciencias trabajó en un dispositivo para detectar la Covid-19 de manera barata, rápida y segura

Durante el confinamiento en 2020 un equipo de investigadores y estudiantes de la Facultad de Ciencias (FC) acudió diariamente al Laboratorio Nacional de Soluciones Biomiméticas para Diagnóstico y Terapia (LaNSBioDyT) con el fin de desarrollar un biosensor para la detección del virus SARS-CoV-2 causante de la enfermedad de Covid-19 que fuera accesible, económico, rápido y de alta eficiencia, hecho en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
El primer caso de Covid-19 en nuestro país se confirmó el 27 de febrero de 2020, se trataba de un italiano de 35 años que vivía en Ciudad de México. Desde el 31 de diciembre de 2019, China había anunciado que en la provincia de Wuhan había surgido un brote de neumonías de etiologías desconocidas. Para el 11 de marzo de 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró una pandemia tras el incremento de personas con la enfermedad y casos importados fuera de China.
Pocos días después, el 18 de marzo, en México se registró la primera defunción ocasionada por el nuevo coronavirus y con ello el inicio de una de las mayores crisis de salud mundial de los últimos tiempos.
Según datos de la Secretaría de Salud, durante la pandemia hubo 7 millones 633 mil 355 de casos de Covid-19 confirmados y 334 mil 336 fallecidos a causa de la enfermedad. Sin embargo, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) ocurrieron 801 mil 342 muertes en total.
La OMS dio a conocer que la pandemia acabó en sólo dos años con casi una década de avances en la mejora de la esperanza de vida. Entre 2019 y 2021, la esperanza de vida mundial se redujo en 1.8 años, hasta los 71.4 años (un retroceso al nivel del observado en 2012). De modo similar, la esperanza de vida sana a nivel mundial se redujo en 1.5 años, a los 61.9 años en 2021 (también un retroceso con respecto a 2012).
Al inicio de la pandemia, el equipo del LaNSBioDyT llevaba más de cuatro años trabajando en un sensor versátil de biomoléculas que hacía posible la detección de diversas moléculas como glucosa e insulina –para diagnosticar diabetes–, anticuerpos, hormonas, entre otros, del cual tenían una patente registrada en el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI).
Debido a su versatilidad y ante la emergencia de salud, el equipo encabezado por Tatiana Fiordelisio Coll, investigadora de la FC, decidió trabajar la misma línea en un biosensor que sirviera para detectar este coronavirus de manera barata, rápida y segura, sin necesidad de utilizar los instrumentos y elevados costos que implican otras pruebas como la de reacción en cadena de la polimerasa (PCR, por sus siglas en inglés).
A cinco años del primer caso en México, Fiordelisio Coll, la investigadora que lideró el equipo de más de 30 científicos, habló de los que a su consideración son los aprendizajes y lecciones que dejó la pandemia, refirió los retos y desafíos que la comunidad científica enfrenta y explicó los desarrollos en que actualmente trabajan en el LaNSBioDyT.
En principio planteó que el Covid-19 llegó para quedarse, igual como ocurrió con la influenza. No en la misma escala, pero sí ahora sabemos que se presenta en cada invierno con registros considerables de ambas enfermedades.
Abrir camino
A la fecha, en el Laboratorio Nacional se han realizado más de 45 mil pruebas de detección de SARS-CoV-2 bajo la técnica de RT-qPCR, la cual proporciona resultados en menos de 24 horas a un costo accesible. Los especialistas del LaNSBioDyT hacen la toma de pruebas los lunes, miércoles y viernes en la sede del laboratorio ubicado en la Facultad de Ciencias.
–¿Qué es lo que nos dejó la pandemia de Covid-19?
–Considero que Covid y la pandemia nos dejaron ver, otra vez, como en las tragedias o en los temblores, la enorme capacidad que tenemos como sociedad de organizarnos, de reaccionar, y en este caso le tocó al área científica. Fue enorme la rapidez con la que se generaron vacunas, pruebas de diagnóstico, hipótesis de si era contagiado por aire o no, de si había que usar cubrebocas o no, y se montaron capacidades. Eso nos deja ver que, en realidad, si no tuviéramos una respuesta siempre de reacción ante algo que ya está sucediendo, deberíamos implementar nuestra capacidad de prevención.

De los aspectos más importantes que debemos aprender es que tenemos la capacidad, nada más hay que ejecutar cosas que nos permitan prevenir. En ese sentido, nosotros con el biosensor nos dimos cuenta que, debido a la rapidez con que iban las cosas y las pruebas que iban surgiendo, México tampoco estaba preparado para abrir un camino a la innovación hecha en casa. No nos pasó sólo a nosotros en el laboratorio, sino a la vacuna Patria que llevaba todo el impulso del Estado, del Conahcyt, y que no hemos usado.
También le sucedió a los ventiladores o la vacuna que llevaban todo el impulso estatal; tampoco los hemos usado. ¿Por qué? Como dije en ese momento y lo repito ahora, México no tiene un camino claro para validar y aceptar su innovación. El camino a seguir, la forma en que accedes y transitas por él, resulta más fácil para grandes empresas establecidas o para importaciones de empresas que vienen de otro lado, que para los que estamos intentando hacer innovación mexicana para el país.
El desarrollo de muchas innovaciones, aunque se hagan en empresas nacionales o en nuestro territorio, no está totalmente hecho aquí, menos del 1 % de éstos los desarrollos y las patentes que se hacen en México son de connacionales.
–¿Cuál sería entonces uno de los mayores aprendizajes?
–Lo que aprendimos nosotros es, uno: que tenemos la capacidad de respuesta; dos: que nuestro biosensor sí sirve, que el desarrollo está bien hecho. Lo que ahora estamos haciendo es adaptarlo a otras detecciones, vamos a hacer un biosensor para virus de papiloma humano (VPH), porque en México se mueren nueve mil mujeres de cáncer cervicouterino al año y, otra vez, es algo absolutamente prevenible.
Entonces, qué aprendimos, que podemos reaccionar, que podemos aportar a la sociedad y a México, y en eso trabajamos. Aún hacemos prueba de Covid tres veces a la semana. En total hemos hecho 45 mil desde que empezó la pandemia.
Aprendimos que tenemos que ponernos más las pilas, porque esa capacidad que nosotros montamos para poder hacer estos diagnósticos, la podrían haber hecho muchos, pero no lo hicieron. Y eso nos deja mal como nación, porque en un momento de crisis tienes que responder.
–¿Cuáles son los obstáculos para que un desarrollo se materialice?
–Hay obstáculos que están muy bien ubicados, debemos trabajar en ellos y esto tiene que ver con lo que sucede cuando ya se tiene un prototipo, que es la validación de una idea, pero en un estado que no puede ser consumido por la sociedad; por ello es que para que la gente pueda usar nuestro biosensor hay un camino que nos ha llevado muchos años.
El primer prototipo lo tuvimos en 2016, cuántos años llevamos para que pueda ser usado y para llegar a eso se necesita mucho dinero.
El biosensor que tenemos es muy versátil, el mismo casete que estábamos usando para Covid-19 ahora se está adaptando para VPH, el lector está muy bien. Acabamos de hacer una colaboración con el área de Diseño Industrial de la Facultad de Arquitectura, es algo que no habíamos hecho aquí en la Facultad de Ciencias y que nos faltaba, sobre cómo lo va a usar la gente, cómo será la presentación, la cajita, dónde van a poner su dedo. Justo estamos hoy probando la versión final para uso público.
Para eso tuvimos que involucrar otros actores: diseño industrial, mercadotecnia, modelos de negocio, inversionistas, ése es el camino que no tenemos tan claro y en donde hay mucho por trabajar.
–Como científica, bióloga y como parte de la sociedad, ¿qué es lo que aprendió en esta pandemia?
–Como científica y bióloga creo que no hicimos bien nuestro trabajo, la sociedad necesitaba explicaciones, entender qué estaba pasando, y nosotros seguimos en nuestro dialecto interno. Sí se hicieron algunos esfuerzos, pero fueron tan pocos que la gente pensaba que la vacuna tenía un chip, entre una serie de otras cosas de desinformación. Y no logramos coordinar un esfuerzo central que nos permitiera incidir en la gente, en los mercados y eso es un aprendizaje que hay que tomar en cuenta.
También debemos aprender que muchas de las decisiones que se tomaron se hicieron por miedo a ser juzgados externa o mundialmente. Nosotros siempre dijimos que era mejor hacer muchas pruebas de tamizaje que pruebas de PCR muy específicas, porque además son carísimas, pero no se hizo así y se decidieron hacer pocas muy certeras, y ésa fue una decisión basada en ser juzgados internacionalmente.
Lo demás es que se respondió como se pudo, sobre la marcha, finalmente hay muchos parámetros que sopesar, el económico, el social, el de la salud, pero también dejó ver la crisis que hay en el sistema sanitario: no había camas ni oxígeno.
–¿Cuáles son los caminos que la ciencia debe transitar para mejorar las capacidades de respuesta a eventos como este?
–Todos los problemas que hay actualmente, en todos los ámbitos, no sólo en salud, sino en energía, cambio climático, biodiversidad, etcétera, son asuntos que no van a ser resueltos si no hay interdisciplina, porque tocan diversos temas de muchas áreas. No obstante, también sabemos que la interdisciplina se ha desvirtuado al dividir los expertises en lugar de trabajar juntos. En LaNSBioDyT trabajamos todos, viendo cómo arreglar un problema, por ejemplo, el tema del lector y todos, desde la física, la biología y las matemáticas, abordan el mismo problema con diferentes puntos de vista, y ahí radica lo valioso de colaborar de esta manera, además de que nos da una perspectiva más amplia.
Tenemos la capacidad, pero hay que confiar y ejecutarla, lo que hay en general es un problema de confianza.