Coincidieron académicos y creadores en el CIALC
El arte en Latinoamérica: voz, evidencia y protesta contra las dictaduras
Nuestra región ha dejado evidencia del militarismo, las movilizaciones y la represión: Lucina Itzel Pedrozo Lara, de la FAD

Desde la década de 1960, el arte en América Latina ha sido voz, memoria, evidencia y protesta contra las dictaduras, el terrorismo de Estado y las desapariciones de personas, coincidieron académicos y creadores reunidos en la UNAM.
De Chile a México, nuestra región ha dejado evidencia del militarismo, la represión y las movilizaciones de protesta, según muestran registros de los primeros ejercicios de videoarte realizados en la década de 1960, indicó Lucina Itzel Pedrozo Lara, videasta y académica de la Facultad de Artes y Diseño (FAD) de la UNAM.
Esos materiales visuales reflejan la represión militar o policial contra manifestantes en el México de 1968 o la Argentina azotada por la dictadura militar en la década de 1970; además de expresiones más subjetivas como una cabeza a la que se amarra un alambre recordando a personas torturadas o una boca que se resiste a ser callada, mencionó.
Durante la mesa redonda “Política y memoria en el arte latinoamericano”, organizada por el Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CIALC), Pedrozo mostró ejemplos de un corpus que contiene materiales desde aquellas décadas hasta registros actuales en los que el acceso a las cámaras, los avances tecnológicos y los lenguajes visuales muestran significativos avances.
A su vez, Eric Francisco Rodríguez Salazar, posdoctorante en ese Centro, rememoró casos paradigmáticos de artistas involucrados con activismo político y reivindicaciones sociales, como los poetas cubanos José Martí (fundador del Partido Comunista Cubano) y Nicolás Guillén; los músicos chilenos Violeta Parra y Víctor Jara (torturado por el régimen chileno); los uruguayos Mario Benedetti y Daniel Viglietti, que combinaron literatura y música en canciones de protesta; los muralistas mexicanos David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera; así como la cantante argentina Mercedes Sosa, quien fue exiliada política, entre muchos otros.
“También fue relevante el movimiento musical de la nueva trova cubana, que se extendió de la isla al resto del subcontinente en la voz de los compositores Silvio Rodríguez y Pablo Milanés; y grupos como los chilenos Quilapayún e Illapu que hicieron un rescate cultural y a la vez fueron participantes de protestas políticas”, señaló en el Auditorio Leopoldo Zea del CIALC.
Chile y México, de nostalgia a desapariciones
En el evento moderado por Silvia Soriano Hernández, investigadora del CIALC, también se refirieron a casos más actuales, como el del pintor chileno Wladymir Sasha Bernechea Bravo, egresado de la maestría en Artes Visuales en la FAD, quien nació hacia el fin de la dictadura militar.
“A pesar de ser de una generación posterior a aquel régimen, ese episodio tiene eco en mi obra, quizá porque mi madre y mi abuela fueron presas políticas”, narró.
El artista plástico compartió parte de su trabajo, donde figuras humanas aparecen sin rostro resaltando la invisibilidad de la sociedad civil, e interiores de un departamento en blanco y negro expresan nostalgia y desolación.
El dolor y la melancolía, expresó, han sido motivaciones para imágenes distorsionadas y algunas resignificadas, como una iglesia alemana donde sus familiares permanecieron cautivos.
Por último, la actriz Bárbara Pohlenz de Tavira se refirió a las actuales desapariciones en México, en las que grupos como las madres buscadoras han hecho suyas expresiones artísticas en memoriales, costuras, bordados, intervenciones y diversas representaciones.
Destacó el trabajo colectivo Árbol del Encuentro y la Memoria, ubicado en el Pico del Águila, en el Ajusco, al sur de Ciudad de México, así como el valor simbólico del “resto”, es decir, lo que queda de un cuerpo, sea un hueso, una prenda o una fotografía que parecen mostrar que las personas no desaparecieron del todo.
Explicó que se hacen performatividades frente a la desaparición forzada, y se simbolizan los cuerpos fragmentados, desmembrados y algunos enterrados. “Son como reliquias, fragmentos que aún contienen vida”.
También hay talleres de costura y bordado, donde los nombres de personas desaparecidas y diversos símbolos son formas de duelo político, de búsqueda y de una memoria que parece decirnos “seguimos aquí”, finalizó.