EL DESNUDO COMO UNA DECLARACIÓN IDENTITARIA QUE CUESTIONA LAS FORMAS HEGEMÓNICAS

Nacida en San Gabriel, California, de padres de ascendencia mexicana, fue muy cercana a la comunidad chicana y queer, a la cual retrató constantemente en su obra

Grounded #111, impresión de pigmento de archivo, 2006-2007. Fotos: cortesía del Fideicomiso Laura Aguilar de 2016.

Una roca en medio del desierto se yergue rotunda, rodeada de algunas plantas y una línea alta del horizonte. El sol se adivina escondiéndose en lontananza, otorgando a la imagen una luz equilibrada y de sombras recortadas. El paisaje terroso contrasta con la rosada y tersa piel de Laura Aguilar en este autorretrato. La posición de su cuerpo dialoga con la solidez de la roca. Lo que observamos es una fisonomía femenina distinta a la que se suele representar en el arte canónico. Es un cuerpo de grandes dimensiones. La artista plantea un inteligente juego de correspondencias entre los tonos de la roca y su piel, así como con la forma de ambos. Se coloca en un primer plano interpelando la mirada del espectador, aunque le da la espalda; se impone en el centro del paisaje, pero no reconoce a quien la mira. En un segundo plano se encuentra la roca como segunda barrera a nuestra mirada. Es una de muchas formaciones pétreas del Parque Nacional Joshua Tree, en California.

Aun cuando la artista pretende mimetizarse con la naturaleza, salta a la vista su figura desnuda. Si bien en cuanto a forma, redonda y quieta, podría asemejarse a una roca, sus curvas y la textura que sugiere la fotografía delatan su cuerpo como lo que es. De superficie áspera, la roca se contrapone a la corporalidad lisa y táctil. En la conversación entre ambas yace un cuestionamiento a la idea del desnudo. ¿Es ella visible o invisible? Emula y niega a la vez los géneros de retrato erótico y el paisaje; presenta cuerpos que suelen ser inexistentes en el canon y apunta a fusionarse con la naturaleza como gesto de afirmación subjetiva y apropiación de lo exterior.

En comparación con la roca dura, permanente e inmóvil, notamos el cuerpo no hegemónico de Laura Aguilar como uno suave, dócil, capaz de sugerir movimiento incluso en su inmovilidad. Busca representarse como un elemento natural, como si se tratara de una dimensión poshumana, simbiótica con la tierra. Aguilar no erotiza ni sexualiza su cuerpo desnudo. De manera semejante a su trayectoria, usa aquí el desnudo como una declaración identitaria y una manera de cuestionar las formas hegemónicas. Su búsqueda con la naturaleza es inusual. Lo que nos muestra es un esfuerzo por ser vista como parte “naturalizada” del paisaje. No como un acto de invisibilización o intervención artificial, sino declarándose parte de un territorio que es todo.

Las autoras Dana Luciano y Mel Y. Chen describen la relación de Aguilar con la naturaleza como parte de una conciencia mestiza “that links marginalized subjects to the land, not just symbolically but material (vincula a sujetos marginados con la tierra, no sólo simbólicamente sino de manera material)” (en “Has the Queer ever Been Human?”, GLQ. A Journal of Lesbian and Gay Studies [2015]: 186). Es una artista chicana que se encuentra a sí misma en los paisajes californianos donde creció.

La serie a la que pertenece la fotografía se titula Grounded y fue realizada entre 2006 y 2007, es uno de los pocos trabajos que realizó digitalmente y a color. En ella vuelve a los territorios del Greater Mexico como estrategia de reencuentro consigo misma. En entrevistas cuenta que, a finales de la década de 1990, viajó por los paisajes de Nuevo México con el fin de curarse de una grave depresión y pensamientos suicidas. De este viaje nació la serie Nature Self Portrait.

Three Eagles Flying, impresión en gelatina de plata, 1990.

En Grounded, que en español se traduciría como “conectada a la tierra”, muchos de sus intereses artísticos anteriores son profundizados, como la exploración del desnudo, las disidencias, un entendimiento del cuerpo poshumano y la confrontación al espectador con imágenes no estereotipadas. Hasta antes de esta serie, su trayectoria artística había estado llena de un increíble conocimiento y manejo de la fotografía análoga y la impresión en plata sobre gelatina que, desde sus inicios como aprendiz, le causaron gran fascinación, pues fueron un espacio seguro y de exploración, dado los problemas de aprendizaje que la habían aislado en otros espacios educativos.

Nacida en San Gabriel, California, en 1959 y de padres de ascendencia mexicana, fue muy cercana a la comunidad chicana y queer de California, a la cual retrató constantemente en su obra. En uno de sus autorretratos más emblemáticos, Three Eagles Flying, de 1990, aborda la problemática de ser una mujer sexodisidente y chicana atravesada por la frontera y reprimida tanto por la identidad mexicana como por la estadunidense que se simbolizan en las banderas que constriñen su cuerpo. Tal imagen es una materialización de la “nueva mestiza” que ya narraba Gloria Anzaldúa en su libro Borderlands/La Frontera: The New Mestiza (San Francisco: Aunt Lute Books, 2012). En In Sandy’s Room, del mismo año, nos muestra, en cambio, la libertad íntima y profunda en la que en un día caluroso deja retratar su cuerpo desnudo frente a un ventilador en el cuarto de alguna amiga o amante.

Lo que vemos en Grounded #111 es una construcción autorreflexiva y madura de su propia identidad, atravesada por sus vivencias como lesbiana, chicana, neurodivergente y habitando un cuerpo no hegemónico.

Es en la naturaleza desértica donde Aguilar aprehende el mundo táctil y nos hace una invitación a ver, tocar y sentir lo redondo de la piedra, lo redondo de su cuerpo, y descubrir en ello la textura que existe… una invitación a habitar un cuerpo en un ambiente que no llama a la sexualización patriarcal, pero sí a la exploración de sensaciones.

Aguilar fue galardonada y reconocida con varios premios. Antes de su muerte en 2018, tuvo una exposición retrospectiva en el Vincent Price Art Museum en East Los Angeles College en 2017.

Will Work For #4, impresión en gelatina de plata, 1993.
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