El grito y el silencio, potencia de la voz: 8 y 9 de marzo

Tener voz, hacer voz. ¿Qué puede un cuerpo que habla? Pregunto frecuentemente esto a mis amigas, a mi madre, a mis colegas, a mis alumnas. Pienso con ellas, junto a ellas, estas posibilidades. Decir, desde luego, pero también censurar. Decidir callar o decidir hacer ecos. Renunciar, denunciar. Gritar fuerte, fuerte, o negarse a la voz de otro, de otra. Resonar con otras voces, alcanzarlas, pelear por las que no han podido hablar todavía. O guardar la propia. Idealmente, como voluntad. En nuestro país, como urgencia.

El silencio es un terreno de acción. Hace tiempo que se demostró que no hay nunca un silencio total, porque en él, quiérase o no, aparecen siempre murmullos, los pequeños susurros de las cosas que en el escándalo no se atienden, las voces bajas, las sutiles, las no escuchadas. El ruido del cuerpo en reposo, en espera, en pausa o en recuperación. En el silencio más silencio hay algo siempre que suena. El comienzo de la escucha, se dice de él también. Potencia del grito.

¿Hay algo más potente que engarzar una marcha de voces de miles de mujeres con un paro que va hacia el silencio? ¿Hay algo que formule más unidad, constelación de voces organizadas, que un contraste así, un 8 de marzo gritante, urgentemente gritante, y luego un 9 de marzo silente, radicalmente silente?

¿Cómo abrir, en esta nuestra urgencia, otro espacio posible de escucha de nuestras voces? “Preferiría no hacerlo”, será nuestro paro. Con una latencia anterior importantísima: y cuando lo prefiera, no habrá grito más vivo.

*Directora Casa del Lago Juan José Arreola.

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