El Huapango de Moncayo, poema sinfónico que “suena a nosotros”

Alegre y festivo, al escucharlo te levanta el espíritu: Samuel Pascoe, compositor, pianista y director de orquesta

El Huapango de Moncayo es un poema sinfónico mágico, con ese toque de mexicanidad, que al escucharlo te alegra y te levanta el espíritu.

Es la obra sinfónica mexicana más famosa en el mundo y la más popular en México. Tuvo gran aceptación desde que la Orquesta Sinfónica de México, bajo la batuta de Carlos Chávez, la estrenó en el Palacio Bellas Artes el 15 de agosto de 1941.

No es que el Huapango de Moncayo sea mejor que otras obras musicales, como la Sinfonía India, la más popular de Chávez o las nacionalistas Sensemayá y La Noche de los Mayas, de Silvestre Revueltas.

Pero el Huapango de Moncayo, seas melómano o alguien que no es asiduo a salas de concierto, “te atrapa, más como mexicano”. Es una obra “alegre, que te levanta el espíritu”, dice el pianista y compositor Samuel Pascoe.

Quizá por eso es considerada como el segundo himno nacional de México, distinción que se disputa con la Marcha de Zacatecas.

Más que compositor

Es una desdicha que Moncayo, uno de los grandes compositores nacionalistas, haya vivido pocos años. “Estaba en sus cuarenta” cuando murió, apunta el doctor Pascoe, director de la Orquesta Sinfónica Estanislao Mejía (Facultad de Música-UNAM).

Gran pianista, percusionista, maestro de música, compositor y director de orquesta, José Pablo Moncayo García nació en Guadalajara el 29 de junio de 1912 y murió en la CDMX el 16 de junio de 1958.

En el Conservatorio Nacional de Música, Carlos Chávez fue maestro de composición de Moncayo, quien sería percusionista y pianista de la Orquesta Sinfónica de México.

En las postrimerías del nacionalismo de esos años y a sabiendas del talento de Moncayo, Chávez le encargó que fuera al puerto de Alvarado, Veracruz, para que conociera a detalle el huapango tradicional y creara una obra sinfónica.

Huapango se estrenó cuando Moncayo tenía 29 años.

Después fue becado por el Institute Berkshire de Serge Koussevitzki y asistió a cursos impartidos por Aaron Copland en Tanglewood, Massachusetts, EU, en 1942. Ahí tuvo como como condiscípulos a Leonard Bernstein y a Blas Galindo.

Luego Moncayo escribiría obras de gran relevancia musical (Sinfonía, Sinfonietta, Las mulata de Córdova (opera), Muros Verdes, Pequeño Nocturno…), pero que, por alguna razón, no alcanzaron la fama del Huapango.

Entre huapangos

Moncayo supo captar brillantemente el sentido festivo y alegre de la música mexicana, en específico del huapango de la Huasteca. Basado en sones como Siqui-siri, Balaiú y Gavilancito, asimiló ritmos y melodías y transformó esa cultura musical en una obra sinfónica única que “nos une como mexicanos”.

En Huapango, con brillante orquestación, Moncayo cita melodías transformadas de esos sones, con solos dibuja el copleo de dos cantantes huapangueros cuando se oye el diálogo entre la trompeta y el trombón solista, dice Pascoe, académico de la Facultad de Música.

Académicamente, es una obra genial, por la forma que utiliza la armonía: el arpa, los violines rasgando sus cuerdas con los dedos. De repente, su sonoridad suena a guitarras.

—¿En su Hupango, Moncayo reinventa el huapango tradicional?
“Hay gran riqueza de formas en nuestra música folclórica. Y el huapango, como tal, no necesita ser reinventado. Moncayo entendió la belleza y estructura del huapango en su contexto y asimiló ideas que vertió en un “contexto sinfónico”.

—Entre huapangos, el de Moncayo y el tradicional, ¿cuál es la diferencia?

“Una diferencia es la instrumentación: el huapango que se escucha en la sierra y en toda la Huasteca se toca con requinto, arpa, guitarra, uno o dos violines, jarana… y la voz cantada. En cambio, Moncayo utiliza todos los instrumentos de la orquesta sinfónica tradicional.

“Muchos aspectos de la armonía, de la composición, de los acordes del huapango tradicional, Moncayo los retoma y modifica de manera genial. En su lenguaje armónico hay sorpresas novedosas, maravillosas”.

En ambos huapangos, “el uso melódico es muy audaz”, pero en una obra sinfónica, con una orquesta tan grande, son posibles “mayores contrastes dinámicos”.

Por ejemplo, en la intensidad sonora. Hay secciones que se tocan en forte y el sonido es grandioso. Y en otras, como en la sección media, más lenta y momento reflexivo, el volumen es menos fuerte por el oboe y el arpa. Por eso cuando el ritmo regresa a la parte alegre, tiene “mucha furia”.

—¿Qué otras obras de compositores mexicanos tienen esa genialidad del Huapango de Moncayo?

Desde que Chávez la estrenó en Mexico y luego en una gira por Latinoamérica la tocó con la Orquesta Sinfónica de México, el Huapango de Moncayo “cobro relevancia internacional”.

Hoy otras obras de corte nacionalista que son magníficas, que no han tenido la fama ni la relevancia del Huapango, como las de Silvestre Revueltas. Incluso Moncayo tiene otras grandes obras, pero sin la aceptación en todos lados como su afamado Huapango.

Eso no quiere decir que unas sean peores o mejores: “las obras se van moviendo solitas”; sin embargo, no tiene ese toque, esa magia del Huapango de Moncayo.

Obra sinfónica de gran envergadura, concluyó el doctor Pascoe, el Huapango de Moncayo, arquitectónicamente bien construido y orquestado, “suena a nosotros”. Cuando lo escuchamos, nos identificamos inmediatamente. “Le saca a uno, una sonrisa y nos enchina la piel”.

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