El lenguaje de desecho amenaza la memoria y la literatura

Es necesario leer y escribir para contrarrestar el exceso de cosas banales y sin valor que predominan en las redes sociales

Laura Sofía Rivero y Jorge Alberto Gudiño. Fotos: Cultura UNAM. / Julia Santibáñez. Foto: cortesía Víctor Benítez.
El uso indiscriminado de redes sociales y de correo electrónico implica una excesiva acumulación de palabras banales. Guardamos una gran cantidad de archivos, documentos y registros lingüísticos que muy seguramente no nos alcanzará el tiempo para revisar. ¿Cómo se refleja esto en la literatura? Laura Sofía Rivero y Jorge Alberto Gudiño, ensayistas y narradores mexicanos, conversaron en torno al tema durante la sesión El lenguaje como desecho, que moderó la escritora Julia Santibáñez como parte del II Encuentro Internacional de Cátedras Extraordinarias de Cultura UNAM.

En el Auditorio del Museo Universitario Arte Contemporáneo, Rivero –autora del libro Dios tiene tripas. Meditaciones sobre nuestros desechos– contrastó cómo su vida está mucho más registrada que las de su madre y su abuela. “Me puedo ver a mí misma y darme cuenta cómo era el tono de mi voz en la infancia. En cambio, lo que fue mi madre en su niñez y juventud, ya no digamos mi abuela, se basa en su propia memoria y no en un registro digital. Los bebés de hoy lo tienen prácticamente de cada movimiento que hacen. Vivimos un mal de archivo”.

Gudiño, autor de Historia de las cosas perdidas, tras afirmar que generamos una cantidad impresionante de escritos que son desperdicio, dijo que la memoria se convierte en una amenaza cuando, por ejemplo, a través de las redes sociales son expuestas sin nuestro consentimiento, y con el propósito de ponernos en entredicho, opiniones de hace 10 años o más que resultan opuestas a lo que pensamos actualmente. “En las redes sociales escribimos la conclusión, el aforismo o la ocurrencia, y no el desarrollo de una idea o proceso, lo que limita la reflexión. Se han perdido los argumentos”.

Santibáñez, coordinadora de la Cátedra Extraordinaria Carlos Fuentes de Literatura Hispanoamericana, reforzó los comentarios de sus invitados al señalar que todos estamos dejando una “bestial huella personal” en las redes sociales, entre las que aparecen las contradicciones en que uno va cayendo. Y advirtió: “El lenguaje como desecho se nos puede voltear”.

Huella digital

Rivero estuvo de acuerdo ya que, apuntó, el lenguaje que se deja en la huella digital es en su mayoría basura, pues está falto de contexto y se interpreta de cualquier manera. “Las redes sociales hacen que consideremos el pensar y el escribir como una misma cosa. El que seamos criticados y condenados por personas que ni siquiera conocemos propicia que siempre mostremos nuestra mejor cara. Las redes sociales nos quitan ese ánimo lúdico e imaginativo de plantearnos reglas propias”.

Para ella la literatura es un remanso, ya que le facilita distanciarse de todo lo que se homogeniza en las redes digitales. Con respecto al ensayo en particular, refirió que le permite saber cómo pensar, bajo qué términos y cómo quiere ser leída. “Me pareció interesante recurrir a éste para hablar de temas tabú, asquerosos y que producen repulsión”.

Aquí Santibáñez leyó unos fragmentos de Dios tiene tripas, y enseguida lanzó la pregunta: ¿Cómo estará la gente escribiendo en cien años? Gudiño previó que el problema no va a ser que no haya bolígrafos, sino la falta de papel. Rivero se remitió a lo que le dijo un colega sobre tres escenarios posibles a futuro: uno es el posapocalipsis, donde ya nada existe debido a los estragos del cambio climático; otro, más aséptico, en el que escribiremos con nuestras mentes sin necesitar nada material; y uno último que escenifica un regreso al pasado, idea que ella suscribe, ya que le gustaría en el porvenir que nuestra manera de escribir fuese cada vez más arcaica.

Durante la sesión de preguntas del público, Rivero reiteró que las redes sociales propician que todos usemos las mismas palabras y que, en contraposición, la literatura nos ayuda a encontrar un lenguaje poco usado, así como a reflexionar cómo esa disponibilidad del lenguaje va cambiando nuestra sensibilidad.

“Vale cuestionarnos para qué se escribe. Si lo hacemos para el consumo o para crear una experiencia o un contacto diferente… Me parece espantoso que ahora se utilice el producir contenido como si la idea fuera llenar, no dejar ningún espacio vacío, para evitar aburrir al lector”, consideró.

Julia Santibáñez refrendó lo dicho por la autora y se dijo convencida de que la literatura es un repositorio de la memoria y un espacio de no homogeneidad. Mencionó que sigue leyendo y escribiendo por ir en contra de ese exceso de cosas banales y sin valor que predominan en las redes sociales.

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