El primer número de Diánoia

Hace 70 años apareció el primer número de Diánoia, que nació como un anuario en 1955 y desde mayo de 2001 se publica como una revista semestral. En ocasión de este aniversario, quisiera ofrecer algunas breves reflexiones acerca de su fundación.

El primer número de Diánoia salió de la imprenta el 5 de marzo de 1955, lo que nos permite suponer que sus materiales se recopilaron desde 1954. Su tiraje fue de 2000 ejemplares y la edición estuvo a cargo del poeta Alí Chumacero. El sello editorial en el que apareció fue el Fondo de Cultura Económica. Sin embargo, Diánoia se presentó como una publicación del Centro de Estudios Filosóficos de la Universidad Nacional Autónoma de México. En aquel entonces, el director del Centro era Eduardo García Máynez (1908-1993) y sus seis investigadores eran Luis Recanséns Siches (1903-1977), Antonio Gómez Robledo (1908-1994), Leopoldo Zea (1912-2004), Elí de Gortari (1918-1991), Miguel Bueno (1923-2000) y Adolfo García Díaz (1928-1995). Aunque Eduardo Nicol (1907-1990) no era investigador del Centro, aparece como el director fundador de Diánoia. El primer número cuenta con 412 páginas e incluye textos de los siguientes autores: Eduardo Nicol, Eduardo García Máynez, Antonio Gómez Robledo, Leopoldo Zea, Elí de Gortari, Adolfo García Díaz, José Gaos, Robert S. Hartman, Francisco Miró Quesada, Humberto Piñera Llera, Alfred Schütz, Christian Brunet, Agustín Basave Fernández del Valle, Anton Filippo Ferrari, Juan Torchia Estrada, Luis Villoro, Abelardo Villegas y Jorge Portilla. Esta lista representa autores de diversas nacionalidades y generaciones: el de mayor edad, el vienés Alfred Schütz, contaba con 56 años y el más joven, el mexicano Abelardo Villegas, aún no llegaba a los 20.

Nicol es el autor de la presentación del anuario que es un documento de singular importancia para la historia de la filosofía en México en el siglo XX. Afirma que el propósito principal de esta publicación es dar a conocer los trabajos de los investigadores del Centro y las investigaciones que se llevaban a cabo dentro de los Seminarios de la Facultad de Filosofía y Letras. En una segunda sección, el anuario publicaría estudios monográficos de “toda índole y procedencia”. Sin embargo, aclara que habrían de tener en común con los artículos de la primera sección el carácter de “investigaciones rigurosas y no el de ensayos más libres o literarios”. El director explica este requisito de la siguiente manera: “El nivel que ha alcanzado la filosofía en México, y en la comunidad de los países de habla castellana, es suficiente ya para crear las condiciones de posibilidad de un nuevo estilo propio de la investigación científica”. Nicol señala que en nuestras naciones ha predominado el cultivo de la filosofía como ideología, cuya forma de expresión ha sido el ensayo. Algunos habían llegado a afirmar que esa predominancia era resultado de “una peculiar e ingénita conformación de la mente hispánica, por la cual fuera ella incapaz de creación teórica y de rigor científico”. La falsedad de este supuesto se aprecia –continúa diciendo Nicol– en el nuevo ambiente filosófico en estos países, donde no sólo se adopta un rigor metódico, sino que se realiza la labor teórica propia de la investigación científica. La razón de ser de Diánoia, sostiene Nicol, es brindar su apoyo a la filosofía científica en lengua española. Dice así: “Por primera vez están establecidas las bases –y establecidas precisamente en México– para crear un órgano especializado de filosofía en plan científico y con carácter internacional”. No se trata, subraya Nicol, de hacer una escuela de filosofía, sino de “promover y acreditar un estilo de trabajo”, de formar una comunidad de filósofos con las mismas aspiraciones. El primer número del anuario incluía, además, una parte dedicada a debates y noticas, otra a revista de revistas y, por último, una de reseñas bibliográficas.

Cualquiera que conozca algo de la concepción de Nicol de la filosofía encontrará en la presentación de Diánoia la huella inconfundible de su pensamiento. No obstante, también debemos tomar en cuenta las coincidencias que había entre la concepción de Nicol acerca de la filosofía y la de Eduardo García Máynez, el director fundador del Centro. Ambos pensaban que la filosofía mexicana y, en general, la filosofía en lengua española, podía y debía ser una filosofía rigurosa, metódica, teórica, científica y con carácter internacional. No tenía que limitarse a ser una filosofía ideológica, política, literaria, ensayística y de carácter local como, según ellos, había sido hasta entonces. Este proyecto común de García Máynez y de Nicol le daba su orientación al anuario, por lo que el texto de presentación del primer número se puede entender como un manifiesto filosófico. Lo que se ofrece es lo que podemos describir como un ambicioso proyecto modernizador de la filosofía mexicana.

Más allá de cual haya sido la orientación del anuario, es indiscutible que el primer número, el de 1955, tuvo una calidad extraordinaria. Nunca antes en México alguna publicación periódica había alcanzado ese nivel filosófico. Podría decirse, por lo mismo, que el número uno de Diánoia marca un antes y un después en la historia del pensamiento mexicano. Lo que resulta evidente en ese volumen fue el hecho de que la filosofía mexicana había alcanzado –ya desde tiempo atrás, aunque ahí se hiciera patente de manera incuestionable– una altura, una calidad, un profesionalismo que todavía al día de hoy sigue resultando admirable.

Entre los artículos que aparecieron en ese número podemos destacar “Lógica del juicio jurídico” de Eduardo García Máynez, “Teoría de la deducción jurídica” de Francisco Miró Quesada y “La fase deductiva del método materialismo dialéctico” de Elí de Gortari porque en esos tres textos se utiliza el recurso del formalismo lógico matemático para defender sus hipótesis y formular sus propuestas. Por lo mismo, podríamos encontrar, en estos tres artículos, algunos de los primeros pasos de lo que años después se llamaría la corriente analítica de la filosofía latinoamericana.

Un antecedente de Diánoia fue la legendaria revista Filosofía y Letras de la Facultad del mismo nombre de la Universidad Nacional Autónoma de México. Esta revista, cuyo primer director fue Eduardo García Máynez, fue fundada en enero de 1941. La revista era trimestral y publicaba artículos de filosofía, historia, letras y las demás disciplinas cultivadas en la Facultad. La revista Filosofía y Letras es una de las publicaciones periódicas más importantes del siglo XX mexicano. En sus páginas reunió a las plumas más destacadas de las humanidades mexicanas, incluyendo, por supuesto, a las de los profesores españoles que se habían exiliado en México por causa de la guerra civil. La revista se debe entender como un instrumento en el proceso de profesionalización del cultivo de las humanidades en México. Ya no era una revista literaria o un suplemento cultural, sino una revista de carácter estrictamente académico. Cuando García Máynez funda esta revista fungía como director de la Facultad, cargo que ocupó por un par de años. Los siguientes directores de la Facultad, en especial Samuel Ramos, quien ocupó el puesto de 1945 a 1953, siguieron apoyando la publicación de la revista. Sin embargo, cuando Salvador Azuela asume el cargo de director de la Facultad, la revista comienza un periodo de declive y se cierra en 1958 cuando el director era Francisco Larroyo. Es en esa circunstancia, en 1955, ya en las instalaciones de Ciudad Universitaria y con la estructura institucional que adquirió el Centro, que se plantea la publicación de Diánoia.

Si bien Diánoia nació como una publicación del Centro y no de la Facultad, el lazo con ésta no se rompía del todo. Es por ello que en el primer número del anuario aparece una sección dedicada a los seminarios de la Facultad que, en este caso, fueron dos, el seminario de Metafísica antigua, dirigido por Eduardo Nicol, y el Seminario sobre Hegel, dirigido por José Gaos. En el número dos, de 1955, sólo apareció en la sección de seminarios la colaboración del seminario de Gaos y no el de Nicol, por razones que explicaremos más abajo. La sección de seminarios desaparece pronto de la revista y queda únicamente la sección de los artículos de los investigadores del Centro, la de estudios monográficos de otros autores y la de noticias, comentarios y reseñas bibliográficas. De esa manera, se puso fin a la relación institucional entre Diánoia y la Facultad de Filosofía y Letras.

El primer número. Foto: Instituto de Investigaciones Filosóficas.

Nicol se cuida de aclarar que Diánoia no surge como el órgano de una corriente filosófica y, por lo mismo, de una capilla. No se pensó como una revista al servicio del neokantismo o de la fenomenología o de la axiología objetivista o del formalismo jurídico o del materialismo dialéctico o del pragmatismo o del positivismo lógico o de la filosofía analítica anglosajona, corrientes que ya se cultivaban o estaban por cultivarse en México. Sin embargo, resultaba evidente que en sus páginas habría espacio para estas corrientes que, de diversas maneras, propugnaban por una filosofía de carácter científico. Por el contrario, la revista marcaba su distancia de otras corrientes, como el historicismo, el perspectivismo, el existencialismo francés, el materialismo histórico, la filosofía latinoamericana, la filosofía de lo mexicano, la filosofía escolástica y el ensayismo al estilo de Caso y Vasconcelos, en México, y de Ortega y Unamuno en España, corrientes que se cultivaban en México y, en particular, en los salones de la Facultad de Filosofía y Letras.

Quien supiera leer entrelíneas la presentación de Diánoia escrita por Nicol se daría cuenta que ahí marcaba una distancia con la concepción de la filosofía en lengua española de José Gaos. En su libro Pensamiento en lengua española, de 1945, Gaos había afirmado que el ensayismo era característico de la filosofía en nuestros países y que eso la distinguía de la filosofía practicada en otros sitios. Como ya se vio, Nicol no concordaba con esa apreciación. Él pensaba que la filosofía en lengua española podía ser tan científica, tan rigurosa y tan metódica como la mejor filosofía alemana o inglesa. El origen de la enemistad entre ambos filósofos se remonta a dos reseñas críticas que escribió Gaos en 1951 del libro de Nicol Historicismo y existencialismo, publicado un año antes. En ese libro, Nicol había argumentado en favor de la filosofía sistemática frente al perspectivismo de Ortega y Gasset, a quien trataba de sofista. En su reseña, Gaos había entrado al quite y había defendido a su maestro Ortega y a su concepción de la filosofía, con la que él comulgaba. Nicol respondió a los artículos de Gaos. La amistad entre ambos acabó para siempre, quedando Nicol muy ofendido con Gaos. Las diferencias filosóficas entre Nicol y Gaos vuelven a salir a la luz en la sección de reseñas en la que el primero escribe una recensión sobre el libro del segundo Filosofía mexicana de nuestros días. La reseña es negativa y acaba con un párrafo que merece ser citado íntegramente en el que Nicol expresa con todas sus letras su opinión acerca del trabajo filosófico de Gaos: “El profesor Gaos está excepcionalmente dotado, por sus capacidades personales y por su preparación, para escribir estudios de filosofía con el dominio técnico, el rigor metódico y la agudeza analítica que exhibe en sus cursos y seminarios. Para ello, no se requieren capacidades literarias excepcionales. Pero es un hecho que la mayoría de los trabajos de Gaos se orienta precisamente hacia el sector más literario de la filosofía; y no deja de ser desconcertante la decisión que ha tomado, y que ha mantenido durante años, de descuidar en sus escritos aquella parte de su trabajo que es más valiosa filosóficamente y en la cual se manifestarían mejor sus calidades intelectuales”.

Si bien Diánoia se presentaba como un anuario que fomentaría la filosofía científica y, por eso mismo, al ser el anuario del Centro de Investigaciones Filosóficas, se entendía que la vocación del Centro coincidía con la del anuario, hay que señalar que la idea que se tenía de una filosofía científica era suficientemente amplia para incorporar formas de hacer filosofía que tenían muy poco en común. Si a Nicol se le hubiera pedido entonces que diera un ejemplo de esa filosofía en lengua española con carácter científico e internacional, él hubiera ofrecido el de su propia obra. En sus libros y artículos publicados hasta ese momento, Nicol ya había hecho un examen de los problemas más importantes de la metafísica occidental de acuerdo con una metodología rigurosa y una aproximación sistemática. Sin embargo, hay que señalar que el supuesto de que en los países de habla española y, sobre todo, en México, se hacía ya filosofía científica también formaba parte del ideario del Centro de Estudios Filosóficos y, después de muchas décadas y tomando en cuenta diversos matices, ese ideal sigue inspirando el proyecto académico del Instituto de Investigaciones Filosóficas. Si en 1955 le hubiera pedido a Eduardo García Máynez un ejemplo de la filosofía científica mexicana, él también hubiera podido haber mostrado su libro Los principios de la ontología formal del derecho y su expresión simbólica, de 1953, en donde formulaba un sistema de lógica deóntica formalizado con el simbolismo de los Principia Mathematica de Bertrand Russell. Entre la filosofía con pretensiones científicas de Nicol y la de García Máynez había un mundo de diferencia. Sin embargo, había la suficiente coincidencia para que ambos adoptaran el concepto de “filosofía científica” como una bandera común.

Con el paso del tiempo, lo que Nicol entendía por una filosofía científica dejó de tomarse en el Centro como un ejemplo de ella. Esto puede deberse a que para Nicol la filosofía científica debía ser metafísica, mientras que, en el Centro, la idea de que la metafísica podía ser científica dejó de resultar aceptable por la influencia de autores como Ayer, Carnap y Quine. En el número uno de Diánoia Nicol hizo una breve reseña del libro de Hans Reichenbach La filosofía científica, cuya traducción al español había aparecido en el Fondo de Cultura Económica. Ahí Nicol deja muy en claro que lo que él entiende por filosofía científica no era el cientificismo, entendido como la supuesta filosofía que hacen los científicos sin partir de premisas filosóficas. Aunque la crítica iba dirigida en lo particular a Reichenbach, podemos suponer que Nicol la hubiera extendido a los demás miembros de movimiento del positivismo lógico, como Carnap, Neurath y Hempel. Sin embargo, otros filósofos cercanos al Centro, como Luis Villoro y César Nicolás Molina Flores, poco después publicaron en Diánoia artículos en los que daban a conocer esa corriente. Podría decirse que, si bien Diánoia no fue una publicación de lo que luego se conocería en México como filosofía analítica, fue el espacio natural en el que dicha corriente se diera a conocer, en la década de los años sesenta con las publicaciones de Alejandro Rossi y otros de los pioneros de esa escuela en México. La distancia entre la manera en la que se fue entendiendo la filosofía científica en el Centro se fue alejando cada vez más de Nicol, pero incluso de otros investigadores como García Máynez y Elí de Gortari que no comulgaban con las nuevas corrientes de la analítica anglosajona.

El segundo número de Diánoia se acabó de imprimir el 28 de febrero de 1956 y trajo la sorpresa de anunciar un nuevo director: Eduardo García Máynez. A partir de entonces los directores del Instituto fungieron como directores ex oficio de Dianóia hasta 1999. De Nicol no se decía nada. Gaos, en cambio, siguió publicando de manera regular en el anuario hasta su muerte. Nicol tampoco volvió a tener relaciones con el Centro y luego con el Instituto. No obstante, en el número de 1958 del anuario, Antonio Gómez Robledo hizo una larga reseña de Metafísica de la expresión. Ahí, Gómez Robledo le hacía algunas críticas y como para curarse en salud –quizá temiendo una reacción negativa de Nicol– recordaba que, cuando asumimos que la filosofía es una disciplina científica, debe aceptarse que, como en las demás ciencias, se reciban las críticas con el mejor afán de alcanzar la verdad. Con la llegada de la filosofía analítica al Instituto a mediados de los años sesenta, la filosofía de Nicol resultó demasiado metafísica para los jóvenes investigadores del Instituto, a pesar de que aquél subrayara la importancia del lenguaje para entender los problemas tradicionales de la filosofía.

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