El Segundo Sexo y la libertad

En la brillante luz del sol sentí el deseo de pasear con vestidos de muselina completamente empapados de mi sudor, de estirarme en la hierba sin mayor reparo, de refugiarme en este placer sensual, en mi cuerpo que no depende de nadie.

Esto escribía en su diario en 1927 una joven parisina que, pocos años después, se convertiría en uno de los referentes más importantes de la filosofía y el activismo feministas. La precocidad, la curiosidad y la avidez del pensamiento de Simone de Beauvoir se nutrió, desde muy temprano, de ese hábito por la autorreflexión sobre los condicionamientos sociales que recaían sobre ella por ser mujer y sus implicaciones en el ejercicio complicado de la libertad y el deseo siempre en contraposición con la vigilancia y la prohibición.

No es pues de extrañar que la libertad sea uno de los temas centrales en su obra cumbre, El Segundo Sexo. Si bien la libertad puede pensarse en términos harto abstractos, Beauvoir contribuye a dar un giro epistemológico al hablar de la manera en que las mujeres, en tanto representan la Otredad, viven bajo condiciones específicas que les impiden ser libres para sí mismas en lugar de simplemente tener que ser para los demás.

La pregunta “¿por qué la mujer es la Otredad?” revela un nivel profundísimo de cuestionamiento no solo personal, o de la realidad concreta del día a día de muchísimas mujeres, sino de la manera en que las estructuras sociales producen, reproducen e invisibilizan la instauración un orden social en donde unos -los varones- suelen ocupar posiciones de poder, prestigio y trascendencia en detrimento de otras -las mujeres- quienes suelen ocupar posiciones de inferioridad, desprestigio e inmanencia.

Los cuerpos de las mujeres son vistos como cuerpos de hembras, reduciéndolos a ese algo otro de lo humano y en el sitio donde se depositan significados varios y contrapuestos. Por un lado, están aquellos significados de castidad y pureza asociados con la virginidad y la maternidad; mientras que, por otro, están los significados de abyección y perversión asociados con la maldad y la promiscuidad. Todos los significados, empero, suponen prácticas que vigilan y castigan a quienes no se ajustan a los mandatos de la feminidad, a quienes, como Beauvoir, se niegan a seguir el camino que les está destinado y nadar a contracorriente para forjarse el propio.

Ahora bien, ¿El Segundo Sexo nos sirve para algo más allá de una referencia obligada, pero pasada de moda, a la memoria del pensamiento feminista del siglo veinte?, ¿qué relevancia pueden tener las reflexiones, sí eruditas sí reveladoras, de una filósofa francesa, para un contexto como el nuestro?, ¿es posible encontrar respuestas en El Segundo Sexo para los problemas específicos que enfrentan las mexicanas, en particular, las que estudian y/o trabajan en las universidades?

Existen pocos espacios de interacción social que no se encuentren marcados por el género o, en otras palabras, donde los mandatos de la feminidad y la masculinidad no estén presentes. Las aulas universitarias no son la excepción. En los últimos años se ha vuelto común escuchar protestas en forma de marchas, tendederos y scratches por parte de alumnas en contra de la violencia y el acoso.

Antes de siquiera aventurar un cuestionamiento de la legitimidad de esas prácticas, hay que pensar que todos los días las alumnas nadan a contracorriente para apoderarse de espacios hasta hace poco inaccesibles pero que siguen viéndolas y tratándolas como intrusas por el simple hecho de ser mujeres. Todos los días, ellas crean estrategias (qué ropa utilizar, cómo sentarse, qué lugares evitar, a quién sonreír y de quién sospechar) para sortear su llegada a salvo a clase y un retorno sin accidentes a casa. Todos los días la libertad y los deseos se ven condicionados por restricciones y amenazas.

Si bien hace setenta años el mundo era muy diferente para las mujeres en tanto que hechos y derechos irrestrictos que hoy tomamos por sentado suponían más bien actos revolucionarios (la entrada en las universidades, el sufragio, el acceso a los anticonceptivos, la posibilidad de no contraer matrimonio y no querer tener hijos o hijas), sigue existiendo una idea de las mujeres como representantes de la otredad y, en consecuencia, como seres cuyo fin es servir a otros. En este sentido el trabajo de Beauvoir continúa vigente en los deseos de libertad de millones de jóvenes que, pese al número de oportunidades a su alcance, aún enfrentan limitaciones estructurales marcadas por el género.

Finalmente, la obra y la vida de Beauvoir plantean todas esas posibilidades para las mujeres no imaginadas ni, hasta entonces, teorizadas con tanta fineza, escrutinio y pasión. Asimismo, si pensamos que el feminismo es un proyecto que busca humanizar a los sujetos que son vistos y tratados como no humanos, la apuesta de Beauvoir a favor de la libertad es parte de ese proyecto. Pero no se trata de una libertad perfecta ni total. La libertad no es un puerto de arribo, es una práctica, un devenir y, por lo tanto, no está exenta de ensayo y error, de contradicciones, de transgresiones y de posibilidades infinitas.

*Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la UNAM

Referencias bibliográficas

  • de Beauvoir, Simone (1999). El Segundo Sexo, Ediciones de Bolsillo.
  • de Beauvoir, Simone (2006). Diary of a Philosophy Student, Volume 1, 1926-27, edited by Barbara Klaw, Sylvie Le Bon de Beauvoir and Margaret A. Simons, University of Illinois.
  • Kirkpatrick, Kate (2019). Becoming Beauvoir. A Life, Bloomsbury Academic