¿EL ÚLTIMO RENOVADOR DE LA PINTURA MURAL?


Arnold Belkin. Foto: INBAL.
No es descabellado afirmar que Arnold Belkin (1930-1992), artista canadiense naturalizado mexicano, pudo ser el último gran renovador de la pintura mural en nuestro país. Belkin revitalizó la tradición muralista en un momento en que ésta parecía perder vitalidad, resonancia social y era desplazada por otras propuestas artísticas. Como se verá a continuación, las contribuciones de este artista al muralismo se concentraron en tres grandes derroteros: experimentación técnico-formal, teoría y concepto, y práctica pedagógica.…

Las innovaciones técnicas introducidas por Belkin se relacionaron directamente con su formación en sus primeras décadas en México. Proveniente de Calgary, Alberta, llegó a México en 1949 para matricularse en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda. Inspirado por los grandes nombres del muralismo, su afán era aprender a realizar obras de gran formato, aspecto que lo motivó a tomar clases con maestros como Carlos Orozco Romero, Andrés Sánchez Flores y Agustín Lazo. Tal interés lo llevó también a formar parte del Taller de Ensayos y de Materiales Plásticos del Instituto Politécnico Nacional, dirigido por José L. Gutiérrez, donde experimentó con una variedad de recursos y materiales que después puso al servicio de la producción de un arte mural cada vez mejor sistematizado y de bajo costo. Fue además asistente de David Alfaro Siqueiros en algunos murales de principios de los años 50 del siglo pasado, como Patricios y patricidas, ubicado en la antigua Real Aduana, hoy parte de la sede principal de la Secretaría de Educación Pública, y en los paneles Tormento y Apoteosis de Cuauhtémoc en el Palacio de Bellas Artes. La experimentación con materiales y la utilización de herramientas tecnológicas –como la fotografía, el proyector de cuerpos opacos, el cine y el aerógrafo– caracterizaron su práctica mural y dialogaron con una visión interdisciplinaria del muralismo como la del propio Siqueiros o la de la integración plástica, corriente en boga a mediados de siglo, donde arquitectura, pintura y escultura eran concebidas integralmente, tal como ocurre en muchas obras del campus central de Ciudad Universitaria (CU). Una de las contribuciones más rotundas de este artista al muralismo fue el perfeccionamiento de murales portátiles a partir de soportes ligeros y una técnica que permitió reducir tiempos y costos.

Conceptualmente, Belkin fue un artista prolífico en la generación de teoría del arte y textos autorreflexivos sobre los alcances estéticos y sociales de las producciones culturales. Abrazó de forma radical la convicción en el arte como un medio de transformación social y de expresión comunitaria. Inspirado por una filosofía neohumanista, basada en el libro del escritor Selden Rodman, The Insiders: Rejection and Rediscovery of Man in the Arts of Our Time (1960), concibió un arte figurativo con compromiso político que lo llevó a deconstruir temas de la historia y el arte desde incisivas lecturas del mundo de posguerra. A partir de las ideas de Rodman, Belkin y el también pintor Francisco Icaza escribieron el manifiesto Nueva Presencia: el hombre en el arte de nuestro tiempo (1961), el cual rechazaba el arte abstracto y la noción de un arte por el arte. En su lugar, propusieron un arte representacional centrado en lo humano y en el acontecer social contemporáneo. El movimiento se prolongó durante varios años, y a lo largo del tiempo formaron parte del mismo artistas de distintas generaciones, como Rafael Coronel, José Luis Cuevas, Leonel Góngora, Nacho López, José Hernández Delgadillo, Oliverio Hinojosa, Carlos Aguirre y Gabriel Macotela. A ellos se les conoció como el grupo “Nueva presencia” o “Los Interioristas”. A diferencia de muchos de sus compañeros que avanzaron en otras direcciones, Belkin no abandonó el interés por el neohumanismo. De hecho, fue el énfasis en lo humano lo que, hacia la década de los años 70, lo llevaron a repensar el muralismo en México y América Latina como una pintura histórica de proporciones épicas, donde las paráfrasis de iconografías célebres del arte occidental, de los héroes y las masacres pasadas o recientes, le sirvieron como escenarios y personajes de un mundo teatralizado al que los espectadores de sus pinturas podrían desmantelar críticamente. Inspirado por la teoría del teatro épico y el distanciamiento de Bertolt Brecht, Belkin se sumergió en la historia para descuartizarla, haciendo una deconstrucción del presente con fines didácticos, políticos y sociales.

Desde una dimensión pedagógica adelantada a su época y consonante con algunas teorías de la emancipación pedagógica del sujeto desde América Latina, Belkin concibió el muralismo como un espacio de creación grupal, formación artística y productor de comunidad. Hasta su temprana muerte en 1992, con sólo 61 años, produjo alrededor de 30 murales que implicaron a una variedad de colectividades. A partir de los años 80, Belkin fue progresivamente alejándose de temas estrictamente históricos o de crítica política para abrazar lo que la especialista Dina Comisarenco ha llamado “el triunfo de la utopía”. Dos grandes temas despuntan en esta última etapa. Por un lado, el aspecto educativo-comunitario, pues la mayoría de las obras las realizó en conjunto con estudiantes y asistentes, siendo la producción mural una extensión del aula, al tiempo que los temas representados eran concertados de forma cercana con las instituciones o comunidades auspiciantes, considerando las necesidades de los potenciales públicos. Por otro lado, es notorio el peso que Belkin otorga en esta fase a la representación de la tecnología y la ciencia al servicio de la sociedad, las cuales eran, en su visión, espacios forjadores de mejores futuros. No es casual que muchos de los murales de esta época se encuentren en centros educativos o profesionales, como el Colegio de Ingenieros Mecánicos Electricistas, el Colegio Madrid o la Universidad Autónoma Metropolitana, entre otros.…

Belkin fue además un integrante activo de nuestra casa de estudios: primero como director del Museo Universitario del Chopo, de agosto de 1983 a enero de 1985, y después como profesor de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, hoy facultad de Artes y Diseño, donde en los años 80 fundó el célebre Taller de Perfeccionamiento y Producción de Mural, desde donde concibió el mural que se describe a continuación.

Alegoría del poder transformador de la tecnología

En 1990, durante la rectoría del Dr. José Sarukhán Kermez, Arnold Belkin es invitado a realizar un mural para el vestíbulo de la en ese entonces recién inaugurada Biblioteca Enzo Levi del Posgrado y del Instituto de Ingeniería, en el tercer circuito de CU. El mural fue patrocinado por egresados. En la placa conmemorativa que acompaña la obra se leen distintas agrupaciones: Generación de Ingenieros 1954, la Sociedad de Exalumnos de la Facultad de Ingeniería, la Asociación de Ingenieros Universitarios Mecánicos Electricistas y el Colegio de Ingenieros Civiles de México, AC. Ubicado en lo alto del vestíbulo de la biblioteca, frente al módulo de atención al público, Belkin realizó este mural de formato apaisado de 45.5 m2, con la colaboración de cuatro jóvenes mujeres artistas, pertenecientes a su taller de la ENAP: Maribel Avilés, Leonora González, Susanne Junge y Patricia Quijano.…

Titulado Inventando el futuro, el mural despliega, de izquierda a derecha, una narrativa alegórica sobre las contribuciones de la ingeniería a la humanidad. Prevalecen los colores vivos y el tratamiento de formas y cuerpos robóticos, segmentados por figuras y capas de color que subrayan las posibilidades transformadoras de la materia y nos hacen conscientes de las estructuras y sistemas que hacen posible la vida. Ambos aspectos fueron característicos de la última etapa creativa de Belkin, marcada por el optimismo y las utopías. La aplicación del color en capas muy finas es resultado del uso de pintura acrílica mediante aerógrafo. El bastidor es de triplay de cedro, lo que asegura una buena conservación y un peso ligero.

La composición se divide en cuatro secciones, cada una dedicada a un elemento de la naturaleza junto a una etapa de la historia de México y algunas maravillas de la ingeniería civil, eléctrica o mecánica. La primera sección, en tonos ocres, es dominada por un androide de pie en el plano medio, que representa al elemento de la tierra. Mirando hacia afuera del mural, la figura asemeja la de un agrimensor en el acto de medir los ángulos del terreno con un teodolito. A su izquierda, se observa una vista tridimensional de la pirámide del Sol de Teotihuacan. El corte tridimensional enfatiza la estructura modular de esta maravilla de la ingeniería civil del México antiguo. En la parte baja de esta sección, se presentan dos ingenieros operando computadoras y otro más trabajando en un circuito eléctrico.

La segunda sección se dedica al fuego. Arranca con la representación de un profesor, en el plano medio, que explica cuidadosamente un plano del Palacio de Minería, antigua sede del Real Colegio de Minería, desde donde se comandaron importantes adelantos técnicos que hicieron posible el perfeccionamiento de los métodos de explotación metálica del territorio desde finales del siglo XVIII. A sus costados, se distingue la estructura de un telescopio y una figura femenina operando una grúa eléctrica. Esta mujer bien podría ser una profesora universitaria. Si tomamos en cuenta que en la realización de este mural participaron cuatro mujeres artistas, cuyas firmas, en el ángulo inferior izquierdo del mural, aparecen de forma autónoma a la de Belkin, puede sugerirse que Inventando el futuro busca señalar la necesidad de incrementar la presencia de mujeres en los ámbitos universitarios, creativos y desde luego, en las ingenierías. La parte superior de esta sección la corona la alegoría del fuego, encarnada en un Prometeo que porta la llama civilizatoria para entregarla a la humanidad.

La mirada de Prometeo, hacia la derecha, nos dirige a su contraparte, un androide que simboliza el agua. La tercera sección la dominan los tonos fríos y está dedicada a la energía hidráulica. Rodeado por intrincadas tuberías y cortinas de una presa, el autómata manipula con su mano derecha una válvula que hace emanar un líquido multicolor. A su derecha, se representa el puente Tampico, orgullo de la ingeniería civil mexicana, inaugurado en 1988.…

La cuarta y última sección es la del aire. Ahí aparece un aeronauta alado a cuyas espaldas se dejan ver el espacio exterior y componentes de un satélite. En el plano medio se presenta una tríada de hombres interactuando, respectivamente, con una impresora, un teléfono y una pantalla desde donde se opera uno de los satélites Morelos, que México puso en órbita entre 1985 y 1988. A la extrema derecha, otro ingeniero aparece sentado manejando una antena de telecomunicaciones. La parte inferior y de mayor tamaño de esta sección, la domina un personaje sentado en un escritorio, se trata de un joven dedicado diligentemente al estudio; es el reflejo de las y los estudiantes que contemplan este mural en su visita a la biblioteca.

Inventando el futuro conjuga las tres dimensiones (técnica, conceptual y pedagógica) que interesaron a Belkin en su labor de actualizar la tradición mural e insistir en su preeminencia para el México contemporáneo. Es un ejercicio de prospectiva histórica de talante utópico, que señala hacia el futuro, al tiempo que reconoce los legados del pasado, especialmente los de las ingenierías. Los avances científicos se encadenan a lo largo del tiempo para servir a una humanidad consciente, respetuosa y pacifista, de ahí que no figuren en el mural los inventos bélicos. El dominio de la tecnología se deposita en las universidades y no en los gobiernos o las milicias. Para Belkin, son las instituciones educativas baluartes de una enseñanza crítica y responsable desde la que se construyen futuros y esperanzas.

Inventando el futuro (1990), Arnold Belkin. Detalle. Foto: Juan Antonio López.
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