En medio de la tormenta, una batalla de todos los días

La mayoría recurre a la familia y a sus amigos, pero en algunos casos se guardan para sí mismos lo más íntimo.

Juan* nunca se imaginó llorar en público, en medio de gente desconocida. Ese día no había recibido ninguna noticia trágica. Nadie había muerto, nadie le había roto el corazón por WhatsApp o inbox. Sólo no podía contener las lágrimas.

Pero no era el único. Juan* se asombró cuando el hombre que estaba sentado junto a él, en ese Starbucks de Insurgentes Sur, también lloraba. Era alto, de barba abundante y descuidada. Observaba un video en su pantalla y no paraba de llorar. Juan sonrió y, recuerda, se sintió acompañado por ese desconocido. Nunca le habló ni le preguntó cuál era su pena. Lo único que sabía era que se trataba de un hombre solo, en medio de una tormenta.

Gaceta UNAM conversó con varios hombres para indagar cómo lidian con sus problemas personales. La mayoría recurre a la familia y a sus amigos, pero en algunos casos se guardan para sí mismos lo más íntimo.

Diversas maneras de fugarse

Pablo* cuenta que se fuga viendo la tele. Cuando se divorció ingirió mucho alcohol. La música lo ponía más triste y se ahondaban su resentimiento y tristeza. Por lo general, dijo, le cuesta confiar en la gente, ya que lo han traicionado. Confía mucho en su madre, pero le da vergüenza contarle lo que le pasa a sus hermanos.

Alfredo* señala que por lo general cuenta sus problemas. “Ha sido un trabajo constante poder decir la verdad. Soy de las personas que dejan todo cuando están deprimidos. Si tengo problemas no puedo hacer nada, incluso un mes no trabajé. Me vuelvo completamente dependiente de mis emociones”.

Por lo general, concluye Alfredo, “mis tristezas van encaminadas a que me siento fracasado o poco libre en lo que hago”.

Pedro* siempre ha sido inflexible con sus ideas. “Son los valores con los que me educó mi padre”, acota. La mayoría de sus amigos están vinculados al alcohol y algunos de sus peores accidentes –una herida en la frente y una fractura en el cráneo– están relacionados con ellos.

Sus problemas personales se los guardaba, sólo hablaba de futbol y de algunos temas de su familia. Hasta que llegó el cáncer de próstata. En esos momentos sintió una gran necesidad de contar todo su proceso. Pero su grupo de amigos se burlaba de él o rehuían el asunto. No querían saber nada sobre una enfermedad que podía acecharlos.

Para Pedro todo cambió cuando conoció a Roberto, un conserje que se volvió su amigo; por fin había alguien con quien podía platicar sobre sus preocupaciones, su pueblo de origen y los sueños de sus hijos. Pasaban horas conversando. Hasta que llegó la Covid. Roberto no sobrevivió y Pedro de nuevo tuvo que guardarse sus problemas, mirar en silencio las fotos viejas de sus padres e intentar que el alcohol se mantenga lo más lejos posible. Es una batalla de todos los días y, a veces, pierde.

El temor de ser juzgado

Cuando el matrimonio de Javier* se resquebrajaba no quiso contárselo a nadie. Temía ser juzgado por sus padres, hermanos y amigos. Y en una de las tantas discusiones con su esposa decidió salirse de su casa y caminar por las calles. Caminó hasta que se cansó. No tenía dinero para quedarse en un hotel y tampoco iría a casa de sus papás. “El león vive sus heridas en silencio”, repetía siempre.

El único lugar a la mano, con las puertas abiertas, era el Hospital Darío Fernández. Así que se sentó en la sala de espera y cerró los ojos. Cuando casi conciliaba el sueño alguien le habló: “Mi mujer lleva varios días hospitalizada. Fue un accidente grave, pero me dicen que es una luchadora, que todo va a salir bien”.

Era un hombre como de 50 años. En su mirada había esperanza, y agregó: “¿Usted por quién viene?” Javier tuvo que mentir: “espero que me digan cómo le fue a un tío”. Y lloró en silencio, deseando que amaneciera para irse a su trabajo. Aún nadie preguntaba por él, era 1998 y no había teléfonos inteligentes.

José* tenía muy claro que quería matarse. Dejó una carta, no habló con nadie y contrató a una sexoservidora. Así pasaría su última noche. Sólo quería platicar con ella y cuando terminara la hora contratada se mataría. Ella le pidió que no lo hiciera, le bailó y le contó algunas historias. Al final de la noche, después de reírse de todos esos relatos, José decidió posponer, un día más, su suicidio.


* Los nombres fueron cambiados para conservar el anonimato de los entrevistados.

También podría gustarte