Epitafios, frases contra el olvido

¿Qué nos vuelve eternos? La memoria, dice Itzi Deni Palomares Ávila, de la ENES Morelia.

El olvido constituye la muerte verdadera, completa y definitiva, apunta Philippe Ariès, uno de los grandes historiadores del siglo XX, autor de El hombre ante la muerte.

Desde la antigüedad, los griegos lo sabían. De ellos viene el nombre de esa inscripción sepulcral contra del olvido: el epitafio,

Epitaphum, en latín, está compuesto por dos voces griegas: epi, sobre y taphos, tumba

En verso, tradicionalmente, o en prosa, la palabra grabada en tumbas es una forma de recordar al difunto querido.

Foto: Erik Hubbard.

Cuando el epitafio es escrito con cierto refinamiento, se le considera un subgénero literario lírico, como sucedáneo del poema de lamento: la elegía

Un buen epitafio es uno que es memorable (“Es más digno que los hombres aprendan a morir que a matar”, Séneca) o que por lo menos llame a la reflexión (“Cada uno es dueño de los demonios que lleva dentro”, se lee en la tumba de Jim Morrison, el Rey Lagarto de The Doors).

Y los mas cortos (“Feo, fuerte y formal”, dejó escrito John Wayne) son mejores, para que el visitante al panteón o al cementerio (la Iglesia los controlaba y llamaba campo santo en el Nuevo Mundo), pudieran leerlos al pasar por la tumba.

Itzi Deni Palomares Ávila, de la ENES Morelia-UNAM, los clasifica en amorosos, descriptivos, dolorosos, elegiacos, epidícticos, fórmulas religiosas, aquellos que invocan a Dios, reflexiones sobre la vida y los de trascendencia.

“Parece que se ha ido, pero no”, dejó dicho Cantinflas. El Marqués de Sade apuntó: “”Si no viví más es porque no me dio tiempo”. Nostradamus sentenció: “ No envidiéis más la paz de los muertos”. Bach: “Desde aquí no se me ocurre ninguna fuga”. Y para rematar el párrafo, esta frase de Melvin Jerome Blanc: “Eso es todo amigos”.

No solo poetas, filósofos, políticos, músicos… sino también personas o familiares sin escritura como oficio han compuesto su propio epitafio, el de un amigo o el de un difunto querido, incluso —dice Palomares Ávila— hay “prefabricados”, frases estandarizadas que van incluidas en las lápidas que los familiares de los difuntos compran, como ocurre en el panteón civil municipal de Morelia, cuya entrada nos recibe con la frase: “¡Postraos! Aquí la eternidad empieza y es polvo aquí la mundanal grandeza”, atribuida al poeta José Trinidad Pérez.

Foto: Erik Hubbard.

Tradición antigua, la epigrafía se generalizó hasta mediados de sigo XIX, como expresión de las aspiraciones de ciertos grupos sociales deseosos de escapar al entierro anónimo y de hacer visible su presencia en el entramado social, señala Alma Victoria Valdés, en su libro Representaciones familiares en los epitafios familiares del siglo XIX.

Los datos del sepultado — agrega Valdés, historiadora de la Universidad Autónoma de Coahuila —se complementaban con octavas, sonetos y otros recursos poéticos que aludían al difunto y a los sobrevivientes que, habiendo ordenado el escrito en honor del fallecido, dejaban un testimonio de sí mismos a través del mensaje.

Para Palomares Ávila, autora de La configuración de la identidad de los difuntos mediante los epitafios y cartas, éstos surgen de nuestra visión acerca del otro. “Las últimas frases tienen más que ver con la manera en que deseamos recordar a un ser querido y cómo queremos que lo vean los demás”.

Es posible —dice la investigadora de la UNAM— rastrear los cambios en el imaginario de una sociedad en los ornamentos, la forma de las lápidas, las ofrendas y las inscripciones que dedican a sus difuntos.

“El texto también genera contexto” ya que el significado que adquieren los elementos de la tumba —cruz, lápida, epitafio (si lo hay) y las flores— se complementa con las palabras que dejaron los familiares al difunto.

“Somos aquello que rememoramos y elegimos decir. Por medio de nuestras palabras invocamos la presencia del otro”.

Signo de nuestro tiempo la Internet, cada vez es más recurrente ver no solo en lápidas sino en sitios web mensajes para o acerca de personas fallecidas. Incluso, Palomares Ávila encontró en el Panteón Municipal de Morelia, una carta o composición de msjs que imitan el estilo de las redes sociales

“Feliz Cumple
Donde quiera que andes de Pachanga!! Nunca olvides que eres el mejor hermano que en la vida me tocó, siempre te voy a agradecer por tocar mi vida y darme una lección de vida, siempre. Te voy a extrañar, no te apures que pa’ olvidarte está muy difícil, solo viviendo en otro mundo, gracias por siempre ser “mi niño”. Te voy a amar por que siempre fuiste mi amor sincero!! Te amo Chipis
#Besos#hasta#cielo”.

A partir de los recuerdos que se guardan de un ser querido, se le dedican palabras que configuran la identidad de un personaje. La disposición de la tumba, el tamaño de la lápida, el tipo de inscripción y los objetos ofrendados suman significado.

¿Qué nos vuelve eternos? —se pregunta Palomares Ávila. La memoria. Los recuerdos de los vivos configuran la identidad de quienes fallecen: “Vencer el anonimato del olvido es la operación imaginaria mediante la cual se mata a la muerte” (A. Constante y L. Flores, Miradas sobre la muerte . Aproximaciones desde la literatura, la filosofía y el psicoanálisis, UNAM, 2008).

Y una forma, no la única (los familiares se esmeran en construir grandes mausoleos o en decorar lo mejor posible las gavetas de sus difuntos) de vencer el olvido, son los epitafios

Así que al grano, como dice Quevedo: “Qué mudos pasos traes, ¡oh! muerte fría, pues con callados pies todo lo igualas”.