Escucharlas, creerles, estar a su lado

La escritora Marcela del Río cuenta una anécdota que hace sonreír a quienes la escuchan. Hay algo de sorpresa e incredulidad en esa respuesta a sus palabras. Esto es lo que cuenta: el caso de una mujer que quería escribir y tenía que hacerlo a escondidas, en secreto. A su marido esto lo sacaba de quicio, hasta que un día de plano tiró la máquina de escribir de su mujer por la ventana. Ocurrió el siglo pasado. ¿O no? Hace poco, mientras veía la película Los adioses, que narra episodios de la vida de Rosario Castellanos, pensé cómo el sonido de los teclazos sobre la máquina aislaba a la autora de Balún Canán. Esa necesidad de soledad, de mundo propio, era lo que el señor celoso quería cancelar. También fue durante el siglo pasado que Virginia Woolf asestó esta enorme verdad: “una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas”.

Mientras tecleo en la computadora, en la UNAM hay espacios tomados por jóvenes universitarias que se han pertrechado para protestar y hacerse escuchar. Pienso en ellas, en sus legítimas demandas, las imagino tras el cerco que ellas mismas han levantado para protegerse. Mucho más que los teclazos, aquí la barrera para apartarse del mundo han sido sus posturas firmes. Esta no es una sociedad que proteja a las mujeres. En todos los ámbitos, en todos los niveles lo hemos padecido, lo sabemos.

Gracias a un reportaje publicado muy recientemente por la agencia de noticias The Associated Press, firmado por María Verza, podemos verlas, comprender qué profundas son sus convicciones y sus heridas, y que cada demanda suya no tiene un rostro, sino muchos. La periodista pudo estar veinticuatro horas dentro de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, sintió cómo cala el frío en la madrugada, cuando varias de las jóvenes estudiantes se sacuden el sueño entre cobijas. Estas guerreras tienen familias, trabajos que atender, tienen preocupaciones, tienen miedos.

Me gustaría que no se sientan solas. Quiero invitar a devolverles la mirada. Creo que no hay otra forma de avanzar, hay que comenzar por eso y seguir por hacer que cada una de las nuevas medidas que la UNAM ha anunciado para garantizar la seguridad de las mujeres en todos sus espacios, sean realidades contundentes. Al tratarse de la mayor universidad pública de México, emerge una extraordinaria oportunidad: que las nuevas políticas se repliquen en otras instituciones. Necesitamos escucharlas. Necesitamos creerles. Necesitamos que se cumplan nuestros derechos.

Hace unos días un amigo español, sorprendido por las cifras de feminicidios que se cometen a diario en México, me dijo: los hombres son portadores del virus de la violencia y las que mueren son las mujeres.

Ni una más.

*Directora General de Publicaciones y Fomento editorial

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