Esquemas para una oda al lápiz*
Nunca agradeceremos suficientemente el genio de Nicolas-Jacques Conté (1755-1805). Además de ser comandante de un batallón de globos de Napoleón Bonaparte, se daba tiempo para inventar instrumentos de precisión y escribir eruditas monografías sobre Egipto. El lápiz es hijo directo de la Revolución francesa. Un año después de la toma de La Bastilla, Conté descubrió que mezclando el grafito con cierta clase de arcilla, y sometiendo ambos elementos al fuego, se obtenía un instrumento de escritura cuya consistencia dependía de la cantidad de mineral que se le pusiera. Conté no vivió para ver la gran industria del lápiz, pero los lápices que aún llevan su nombre sirvieron a Edgar Degas para situar a sus bailarinas en medio de la atmósfera de bruma que las vuelve tan próximas y lejanas.
Pocos instrumentos como el lápiz nos acompañan durante tantos años de nuestra vida. Su presencia está vinculada a nuestras primeras y más profundas sensaciones: el lápiz recién afilado, su madera limpia y generosa en el salón de clases era bálsamo salvador para los lunes. El sonido de los lápices: su música al chocar unos con otros sus maderas en el interior de la mochila. Los tres sabores del lápiz: amargo el de la goma que mordisqueamos durante los primeros minutos del examen; frío y ácido el del metal con que continuamos; cálido y más próximo el del lápiz propiamente dicho. Para los psicólogos infantiles, el lápiz es termómetro de fobias y autocontroles. Habrá que desconfiar del niño que conserve su lápiz sin mordeduras, con la goma a salvo del sacrificio. Será sin duda muy ordenado, escribirá con la mejor caligrafía, preferirá a Descartes sobre Pascal y será sujeto susceptible de ser engañado por su futura esposa.
Una poética del lápiz debe tomar en cuenta los sonidos peculiares de cada uno: diferente es el sonido del lápiz HB sobre papel con fibra de algodón, que el de una puntilla 3H sobre papel albanene. De igual modo, se haría necesario un Manual de gradaciones, que recomiende el tipo de lápiz que debe utilizarse para determinada intención. Martín Luis Guzmán escribía a lápiz porque sentía que ese sonido íntimo del grafito contra el papel no turbaba por completo el silencio de la noche. Quizá por eso su prosa corre con una fluidez dancística que no hubiera dado la marcha (Paul Valéry) dictada por la máquina de escribir. Juan Ramón Jiménez distribuía estratégicamente por toda su casa lápices recién afilados, para atrapar en el aire a la belleza en cuanto esta se dignara a aparecer.
Se recomienda un lápiz HB para los primeros esbozos del poema: todo en el lápiz suave es dócil, como niña que sale a patinar tras la primera helada; es un placer tachar con él la palabra que no encaja, el adjetivo traidor. Se sugiere un lápiz duro para la carta en que demos el amor por terminado: el sonido breve y cortante de cada letra nos dará la sensación de que en verdad creemos en nuestra firmeza, y nos dará el valor suficiente para no borrar las palabras ofensivas, consuelo ilusorio del herido.
Los alemanes perfeccionaron la técnica de fabricación del lápiz, y los artistas franceses de mitad del siglo XIX se apresuraron a hacer con ellos sus respectivos manifiestos: Jean-Auguste Dominique Ingres logra, mediante el lápiz duro, dibujos impecables, en la línea del mejor Holbein. En contraste, Eugene Delacroix se vale del lápiz suave para su trazo libre y nervioso, presagio de la inevitable revolución impresionista. Rector lo mismo del orden riguroso que de la pasión desbordada, el lápiz es “esbelto albañil” del dibujo, como dijo Rafael Alberti del pincel respecto a la pintura.
“Dejar quisiera / mi verso, como deja el capitán la espada: / famosa por la mano viril que la blandiera, no por el docto oficio del forjador preciada”, escribe Antonio Machado en su poema autobiográfico.
Al igual que la espada o la lengua, es posible heredar una pluma, conservarla a lo largo de los años. Se dice la lengua de Cervantes como se cita la buena pluma de Garcilaso. Difícilmente recibimos un lápiz por herencia. Si así ocurre, antes que despreciar su vida efímera, repasemos su historia: pensemos en que su grafito ha tenido que mezclarse con arcilla y agua, y ha sido necesario elevar los ingredientes a temperaturas superiores a los mil grados centígrados; que se han elegido maderas resistentes y al mismo tiempo dúctiles para alojar la puntilla debidamente lubricada; que el gigantesco paso de colocarle una goma en el extremo lo dio en el año 1857 Hymen L. Lipman en la ciudad de Filadelfia, el mismo año en que estalla nuestra guerra de Reforma. Por todo eso, goza su simetría y su peso, huele a su madera y antes de sacarle punta recuerda que un lápiz nuevo es una forma de dicha.
*En voz de Vicente Quirarte, tomado de Descarga Cultura UNAM.