Excavación en la vida de una mujer que vivió el terrorismo de pareja

La protagonista del libro careció del lenguaje necesario para identificar, denunciar y luchar contra la violencia sexista

El 16 de julio de 1990, escribe Cristina Rivera Garza en su libro El invencible verano de Liliana, “Liliana Rivera Garza, mi hermana, fue víctima de un feminicidio. Era una muchacha de 20 años, estudiante de arquitectura”. El libro, acota, “es una excavación en la vida de una mujer brillante y audaz que careció, como nosotros mismos, como todos los demás, del lenguaje necesario para identificar, denunciar y luchar contra la violencia sexista y el terrorismo de pareja que caracteriza a tantas relaciones patriarcales”.

Rivera Garza señala en entrevista que es muy importante notar que la figura del feminicidio entra en el Código Penal en México hasta el 14 de junio de 2012 y con eso nos ha ayudado a aclarar legalmente un lenguaje que ha sido usado de manera estereotípica e indiscriminadamente para culpar a las víctimas y exonerar a los responsables criminales, a los feminicidas. “Como estos son crímenes en los que se mezcla el lenguaje del amor romántico, el lenguaje de las pasiones, ha sido difícil encontrar una manera clara, un lenguaje claro y preciso para identificar los momentos de peligro, los instantes en los que este peligro puede convertirse en un peligro mortal. No es un logro menor, no es algo que pueda pasar desapercibido”.

La autora escribe en el libro citado: “A gran parte de los feminicidios que se cometieron antes de esa fecha se les llamó crímenes de pasión. Se les llamó ¿para qué se viste así? Se le llamó una mujer siempre tiene que darse su lugar. Se le llamó algo debió haber hecho para acabar de esta forma. Se le llamó sus padres la descuidaron. Se le llamó la chica que tomó una mala decisión. Se le llamó, incluso, se lo merecía”.

Indica que escribió este texto justo ahora “porque ahora contamos con una conversación pública en la cual las víctimas de feminicidio no son inmediatamente culpadas por el mismo, aunque todavía hay gente que lo ve así y porque poco a poco nos estamos haciendo de las herramientas para reconocer con presteza y pericia ese tipo de conductas”.

Añade: “Tenemos una historia muy larga de feminicidios y hemos hablado poco del duelo. Hemos perdido a muchas mujeres de manera violenta y el duelo cuando se hace en estas condiciones es un proceso muy difícil y muy perverso, precisamente porque hay un lenguaje hegemónico patriarcal que invita y que obliga a culpar a las víctimas. Es difícil hablar de estas historias en toda su complejidad. Creo que yo me explico así porque ha sido tan difícil en estos años hablar de una historia que para mí es fundamental; es el centro de mi vida y de mis actividades como escritora. Es un libro que había intentado escribir varias veces y que no lo logré hasta ahora. En relación a los 30 años que hacía duelo y a este duelo en particular en que las familias suelen culparse, se inculpan no porque ellas lo deseen, sino porque ahí hay una presión social que inmediatamente culpa a las chicas”.

¿Por qué consultar una carpeta de investigación después de 30 años? “Me tomó desprevenida y me obligó en ese instante a tomar una posición. Para mí fue importante que se hiciera esa pregunta, porque yo, por supuesto, quería saber, quería enterarme. No sólo quiero saber por saber y creo que era la pregunta que la voz me estaba haciendo por teléfono, no sé de quién sería, pero realmente me obligó a ser muy clara y a decir lo que digo en este libro: que quiero justicia”.

La egresada de la FES Acatlán afirma que “el libro de Lili lo había querido escribir como ficción, había hecho varios intentos y ninguno me había gustado. Sabía que no era el libro que yo quería, pero cuando encontré, cuando tuve finalmente el valor de abrir las cajas con sus pertenencias y encontré este archivo que ella había construido sobre sí misma, tan meticulosamente, guardando tanto papelito que escribía o le llegaba me di cuenta que allí estaba su voz y lo que tenía que hacer era seguir su voz”.

Feminismos

Cristina Rivera dice que le debe muchísimo a los distintos feminismos de las movilizaciones, “de que hayan creado un lenguaje que ahora me permite escribir este libro, por muchos años no pude articular una historia compleja, fuera del estereotipo, una historia materialmente cercana a la experiencia y yo creo que eso es algo distinto ahora que tenemos una movilización visible. Todas estas chicas con una rabia tan legítima, que han crecido en ciudades y países que no les garantizan su seguridad, que han vivido siempre como en un estado de guerra y creo que han sido generosas con su tiempo y su energía para demandar justicia”.

La autora escribe: “Ni Liliana ni los que la quisimos, tuvimos a nuestra disposición un lenguaje que nos permitiera identificar las señales de peligro. Esa ceguera, que nunca fue voluntaria sino social, ha contribuido al asesinato de cientos de miles de mujeres en México y en el mundo.

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