Exegi monumentum. Obituario, Federico Silva

De las más de 40 obras que hizo en la Universidad, destacan las de sus espacios públicos

Foto: Gaceta UNAM.

Exegi monumentum. Sirva esta frase de Horacio para celebrar la larga vida de Federico Silva, uno de los más versátiles e innovadores artistas mexicanos del siglo XX, así como un distinguido universitario. Profesor en la Academia de San Carlos a inicios de los años 70, Silva se integró poco después a la Coordinación de Humanidades como investigador: un caso extraordinario, el de la creación del artista-investigador universitario, una figura que redundó en el caso de Silva en una fecunda contribución a nuestra Universidad.

Si Horacio afirmaba que “había erigido monumentos” refiriéndose a su obra poética, su frase se aplica literalmente a la obra que Federico Silva produjo desde 1944 hasta fechas muy recientes. Tan rigurosa como innovadora y experimental, la producción artística de Silva es un riquísimo y complejo universo que transita por la pintura, la escultura y el arte-paisaje; pero que también incluye el cinetismo lumínico, la gráfica digital, el sonido electroacústico y la escritura. De carácter transgenérico, la obra de Silva no sólo resulta innovadora por su conjunción de materiales, procesos técnicos y estrategias plásticas diferentes, sino, sobre todo, por la evolución formal y estética que tal conjunción de recursos produce en los géneros involucrados.

Logró esculpir, a través de una vida plena, llena de intensos acontecimientos, una personalidad artística de fuerte carácter individual”

Pero más que “evolución”, al describir la obra de Silva viene a la mente la pertinencia de utilizar la noción de “revolución”. Este término describe la influencia afectiva, estética y política de David Alfaro Siqueiros y Vicente Lombardo Toledano en la vida y obra de Silva. Pero también sugiere su capacidad de abandonar las formas probadas –en su caso, la pintura mural de vocación política– para explorar nuevas posibilidades de creación material y formal. Heterogénea y transgenérica, el conjunto de la obra de Silva puede describirse como monumental. Y es que incluso en su escala e intención, sus pequeños bocetos o dibujos se piensan desde lo público y lo social: son obras que buscan estar inmersas en el mundo, rodeadas por muchos.

De las más de 40 obras de Federico Silva en la Universidad, destacan aquellas de sus espacios públicos, como Pájaro C y Serpientes del Pedregal (1986, Centro Cultural), Historia de un espacio matemático y Mural escultórico (1980 y 1982, Facultad de Ingeniería), Dino (Biblioteca Nacional) y Canto a un dios mineral (Palacio de Minería); además del Espacio Escultórico (1977), proyecto grupal que promovió y en el que colaboró con Mathias Goeritz, Helen Escobedo, Hersúa y Sebastián. Miembro de la Academia de Artes en la sección de escultura desde 1992, Federico Silva fue nombrado creador emérito del Fonca desde 1993, distinguido en 1995 con el Premio Nacional de Ciencias y Artes, y en 2010 con el doctorado honoris causa por esta Universidad.

Dueño de una enorme sensibilidad y una inteligencia aguda, Federico Silva defendió tanto la libertad con intenciones claras, con el corazón y la pasión por delante. En casi cien años logró esculpir, a través de una vida plena, llena de intensos acontecimientos, una personalidad artística de fuerte carácter individual. De los dibujos a la gráfica digital, de la pintura mural a la rupestre, de la escultura cinética al ambiente sonoro, la obra de Federico Silva exploró exitosamente los caminos antinómicos o ambiguos de la representación. Porque, cómo el mismo recuerda, citando a Lope de Vega, “oscuro el borrador, el texto claro.

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