Francisco Toledo, el artista titán

Para él no había pronunciamiento menor, existían urgencias variadas; Su presencia ha sido tan determinante para la cultura que ahora que nos ha dejado, sentimos un golpe y una vuelta a la realidad que abruma: ¿Quién cómo él?

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Cuando se escucha decir que estamos de luto en la cultura, no se exagera. Del artista Francisco Toledo (1940-2019) muchos teníamos la impresión de que siempre había estado y era difícil imaginar –nos resistíamos- que eso pudiera cambiar. Su presencia ha sido tan determinante para la cultura que ahora que nos ha dejado, sentimos un golpe y una vuelta a la realidad que abruma: ¿Quién cómo él?

En el ámbito de la cultura, Toledo es una de las singularidades más ricas y complejas que ha tenido México; un productor sin parangón cuyo posicionamiento ético-político distinguió todo su quehacer, no solo artístico, sino su amplio quehacer como sujeto en el mundo. Artista de imaginario excepcional, su obra abarca un amplio abanico de materialidades y guiños que toman forma a través de la pintura, el grabado, la escultura, el textil con un lenguaje plástico que solo le perteneció a él. Sin soslayar el campo de posibilidad que ofrece la producción utilitaria, el artífice de antropomorfismos y zoologías únicas nos legó también una antología fantástica de monos y murciélagos que lo mismo aparecen en delicados aretes o peinetas hechas con radiografías reutilizadas, que en pinturas emblemáticas que produjo en distintos momentos de su vida.

Con seguridad muchos lectores conocen su obra pero quizás para un porcentaje importante no sea necesariamente tan conocida la impecable labor activista y filantrópica que distinguió a este excepcional artista. De personalidad más bien discreta pero decidida, Toledo acompañó y se implicó con diversas movilizaciones a lo largo de su vida. Lo hizo tempranamente en 1972 en Juchitán cuando impulsó la apertura de una de las primeras casas de cultura fuera de la Ciudad de México: la Casa de la Cultura Lidxi Guendabiaani (en zapoteco: casa de la inteligencia) que operó como faro cultural del Istmo hasta antes del sismo de 2017, cuando se dañó su estructura. Años después ahí mismo, en Juchitán, se involucró con la Coalición Obrera, Campesina, Estudiantil del Istmo (COCEI) y con una producción cultural situada.

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Para el no había pronunciamiento menor, existían urgencias variadas. Así nos hizo ver cuando nos conminó a reflexionar sobre la importancia del maíz en la economía y en la alimentación versus la comida rápida, congelada y de importación asociada, por ejemplo, a McDonalds, a cuya segunda sede en el zócalo de Oaxaca el artista se opuso decididamente convocando a una tamaliza y llevando la discusión a la esfera pública. Gestos contundentes. También supo acompañar y apoyar en el despunte de la crisis del VIH cuando se implico con la producción de obra que destinó para diversos fines: cedió alguna para la primera velada por los muertos de SIDA en 1994 en el Parque Rio de Janerio en la Colonia Roma, facilitó tantas otras para integrarse dentro del suplemento Letra S y donó obra al Consejo Estatal para la Prevención y Control del Sida (COESIDA) de Oaxaca. Solidario y sensible, su voluntad se manifestó en distintos frentes.

Entre otras acciones que emprendió ante atropellos de derechos humanos están los de la APPO con el Comité de Liberación 25 de Noviembre cuyo objetivo se enfocó en lograr la presentación con vida de las personas desaparecidas y la revisión de casos de aquellas detenidas en forma irregular. Casi una década después, declaró su indignación sobre la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa “Raúl Isidro Burgos”, emergencia mayúscula que dio pie a la producción de los papalotes en papel de china sobre carrizo y el rostro impreso de cada uno de los muchachos que voló en las calles de Oaxaca, en las inmediaciones del Instituto de Artes Gráficas (IAGO), junto con varios niños.

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Un artista que nunca tuvo pudor para pronunciarse ante ejercicios de poder y que nunca sucumbió a tergiversaciones por su fama internacional por el contrario, mantuvo una posición impecable y generosa para impulsar proyectos culturales que pudieran ser de utilidad para las comunidades como lo son el IAGO o el Centro de las Artes de san Agustín (CaSa) entre tantas otras iniciativas y estructuras que proyectó a lo largo de su vida. Su legado es de una generosidad inaudita, esperemos que el Estado esté a la altura del compromiso y que se continúe y blinden estas insustituibles iniciativas.

A pocas horas de anunciarse su fallecimiento apareció un esténcil anónimo en calles de Oaxaca, un retrato de Francisco Toledo con cresta punk y el siguiente encabezado que alude a la inmortalidad de su agencia: “Dios nunca muere”. En efecto, la obra, la impronta y las enseñanzas de Toledo, escaparán de una temporalidad finita. A nosotros nos queda agradecer y velar por su legado.

Sobre la autora:

Sol Henaro es licenciada en Arte, con máster en Estudios Museísticos y Teoría Crítica por el Programa de Estudios Independientes del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona; especializada en historiografía crítica de prácticas artísticas de las últimas cuatro décadas; investiga producciones y artistas al ‘interior del pliegue de la memoria’. Además de muchos otros reconocimientos y participaciones, recibió el Reconocimiento Distinción Universidad Nacional para jóvenes académicos en el campo de creación artística y extensión de la cultura que la Universidad Nacional Autónoma de México otorga. Del 2011 a mediados de 2015 ocupó el cargo de Curadora del Acervo Artístico del Museo Universitario Arte Contemporáneo y es responsable del Centro de Documentación Arkheia.

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