Garibay y la industria del cine mexicano

Homenaje al narrador, ensayista y dramaturgo hidalguense, en el centenario de su nacimiento

Imágenes de la conferencia: Víctor Hugo Sánchez.
El Centro de Enseñanza para Extranjeros (CEPE), por medio del Departamento de Literatura de la Coordinación de Cultura de la entidad universitaria, rindió homenaje al escritor Ricardo Garibay en el centenario de su nacimiento, mediante una serie de conferencias y mesas redondas.

En el encuentro, realizado a distancia, Juan Carlos Campuzano Pérez, titular de la asignatura El Arte del fin de Milenio del CEPE, resaltó la incursión en el guionismo cinematográfico mexicano del narrador, ensayista, cronista y dramaturgo hidalguense Ricardo Garibay (1923-1999).

En su participación en el evento “Diálogos en busca de guiones, Ricardo Garibay y la industria del cine mexicano”, Campuzano Pérez expuso que hubo una manera en la que el autor de La casa que arde de noche (1971) comenzó, de alguna forma, a abrirse camino en la industria del cine, “y que a lo largo del tiempo empezó a odiar, pues se dio cuenta que era la peor manera en que un escritor podía ganarse la vida”.

Sin embargo, dijo, los retos que le impuso esa industria cultural sacaron de Garibay su espíritu combativo, “la casta y el alma del pugilista de las letras. Ahí donde el escritor ponía el ojo, desencadenaba el jab de derecha o el uppercut con retazos de dramatismo y violencia verbal. Él siempre se identificó con el boxeador; fue un fajador de menospreciadas líneas y diálogos para el cine”.

Resaltó que durante la famosa época de oro del cine mexicano no existió noción ni respeto por el guionismo. Había pocas oportunidades para que un argumentista, como Garibay, pudiera abrirse paso, porque nadie estaba dispuesto a darle crédito a un escritor o un continuista; ese término constituía una categoría ínfima que se utilizó en la década de 1940.

Juan Carlos Campuzano evocó una anécdota narrada por el propio Ricardo Garibay en la que con ironía contó que Emilio El Indio Fernández “decía que había que domesticar a los escritores de argumentos y continuistas como a los animales. Garibay hizo y soportó todo: fue redactor, continuista, pasó a ser argumentista, pudo solidificar y con mucho trabajo avanzar en la propia construcción verbal, y que un argumento se convirtiera en guion con el paso del tiempo”.

Indicó que la batalla continua y cotidiana del escritor fue crear sólidos e importantes diálogos que llamó retazos de violencia y dramatismo. Siempre abordó con disciplina sus guiones desde la literatura. Sin embargo, las maneras de resolver las líneas que los actores recitarían ante la cámara le dieron la reputación de ser duro, de manejar la violencia verbal con el tiempo; nadar a contracorriente en una industria en la que el gobierno censuraba el habla del “pelado”, y esa fue la otra especialidad de Garibay, transferir los diálogos de ellos, a pesar de la censura.

Asimismo, indicó que Las glorias del gran Púas –dedicado al boxeador mexicano, Rubén Olivares– fue llevada a las pantallas del cine nacional. “El libro en sí mismo es espléndido, además fue editado en un formato dinámico, fotobook. No obstante, la cinta tuvo muchos problemas”.

Además, dijo, el escritor tuvo oportunidad de colaborar, hombro con hombro, con Ismael Rodríguez, al filmar Los hermanos del hierro, que no fue del agrado de Garibay, pero que más adelante le permitió ajustar y canalizar su talento.

Apuntó que “para Ricardo Garibay hubo tres tareas en el oficio de escribir cine: dar el alma al personaje a través de los diálogos; el trabajo estético, la cacería de la belleza a través de las palabras; y la veracidad del lenguaje original. Por ejemplo, en Los hermanos del hierro se requería oído para saber cómo se expresan los norteños, los huercos”.

Consideró que hubo argumentos del escritor en cuyos guiones tuvo pleno control creativo, que pasó de armar retazos y diálogos estridentes e incendiarios a una obra íntegra; “pero la mayor ironía es que Garibay merecía otra industria, puesto que para finales de la década de 1970 y principios de 1980 el cine mexicano era una ruina. Ricardo se encontró con una industria derrotada, exhausta, en la que los únicos que tenían recursos para filmar, y podían hacerlo, era Televisa”.

Recalcó que los guiones, notas y personajes de Ricardo Garibay merecían en su momento una industria con mejor salud y tecnología, con recursos mucho más maduros. “La fiera inteligencia de Ricardo Garibay se hubiera beneficiado y permitido crear obras maravillosas, tal vez en los 70 y 80, si hubiera trabajado con Jorge Fons, o reencontrarse con Felipe Cazals, después de Canoa, con un tipo de obras que no dependieran de Televisa. También, en un ejercicio de imaginación, un guion de Garibay merecía y merece, la incursión de un actor como Daniel Giménez Cacho”.

Ricardo Garibay dejó obras escritas que bien podrían constituir material para una eventual filmación, que es lo que él merece, mejores condiciones para el lenguaje cinematográfico, finalizó.

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