Hace 70 años, la primera piedra del Estadio Olímpico

Más de 10 mil trabajadores lo construyeron en cinco mil 760 horas; es patrimonio de la Unesco

El accidente geológico que priva aquí es parte de la espectacularidad natural del sitio. Una otrora guarida felina a cielo abierto. Quienes habitaron en la primera mitad del siglo XX, en el perímetro, aseguran que el Puma concolor rondaba en lo que hoy es la avenida vial más grande en Latinoamérica: Insurgentes. Entre productos lávicos y basálticos, cortesía de la erupción de El Xitle (que en náhuatl significa ombliguito), hace 70 años se colocó la primera piedra del ahora Estadio Olímpico Universitario (EOU).

Cumplió sus primeras 25 mil 550 tardes luego de que su construcción comenzó oficialmente, de acuerdo con documentos en poder de la Universidad Nacional, el lunes 7 de agosto de 1950, al mediodía, a la par de los edificios de la Facultad de Filosofía y Letras, y de las entonces escuelas nacionales de Jurisprudencia y Economía, ahora facultades de Derecho y Economía.

Así, en un valle situado en el Pedregal de San Ángel, se colocó la primera piedra de lo que hoy es el EOU. En la obra civil participaron poco más de 10 mil obreros, quienes incluso trabajaron las 24 horas del día; se construyó en ocho meses (5 mil 760 horas), con un costo de 28 millones de pesos.

El 20 de noviembre de 1952 se entregó a la comunidad universitaria, en una ceremonia encabezada por el entonces presidente de México Miguel Alemán, y por el rector Luis Garrido.

Permanente olimpiada cultural

El EOU no sólo constituye un valioso documento pétreo, que recoge, abreva y domina el panorama deportivo mexicano desde mediados del siglo XX, sino además es patrimonio vivo y polifacético.

El gran inmueble forma parte del perímetro declarado como Patrimonio Mundial de la Unesco, ha sido escenario de las glorias de los juegos clásicos del futbol americano, y en el balompié, casa del Club Universidad Nacional, además de gestas atléticas internacionales: los Juegos Panamericanos de 1955 y 1975; los Juegos Centroamericanos y del Caribe en 1954 y 1990; la XIX edición de los Juegos Olímpicos; la Universiada Mundial de 1979 y el Mundial México 1986.

La historia social y deportiva tuvo un lienzo abierto en el EOU cuando Enriqueta Basilio Sotelo, campeona mexicana en los 80 metros con vallas y 400 metros, fue la primera mujer en toda la historia en llevar la antorcha olímpica para encender el fuego del pebetero.

Días después se escenificó la protesta silenciosa atemporal más representativa en la historia de los Juegos Olímpicos, cuando en la entrega de medallas de los 200 metros planos los atletas afroamericanos Tommie Smith y John Carlos, al escuchar el himno nacional de Estados Unidos, agacharon la cabeza y levantaron el puño enfundado en un guante negro, símbolo del movimiento Black Power.

También escenario de películas e incluso repositorio de ayuda durante sismos y desastres, siempre generador de orgullo, hoy el EOU aguarda el regreso de quienes lo ensordecen con goyas, vítores y el himno universitario.

En 1986 Maradona se rindió ante el EOU

Alfredo Martínez Sigüenza, coordinador de Áreas Verdes y Forestación de la Dirección General de Obras y Conservación de esta casa de estudios, es uno de los contados trabajadores que tiene casi cuatro décadas al cuidado de la parte más viva del inmueble: el césped.

“Hace 34 años yo era responsable de esta cancha cuando fue el Mundial México 86. Los preparativos fueron desde seis meses antes.El día que tuvo reconocimiento de cancha la selección de Argentina, a la postre campeona, había llovido muy fuerte, salieron los utileros a preparar los enseres para el calentamiento, y les pedí que de preferencia no lo hicieran con tachones porque había llovido e iban a aflojar el pasto. No me respondieron y resulta que así salieron, pero fue el mismo Diego Armando Maradona quien se acercó a verla, prácticamente se hincó, la tocó y comentó a sus compañeros: ‘¿Saben qué?, vamos por tenis’; para mí fue una gran actitud porque la cancha tuvo la presentación adecuada para el día siguiente y para la historia”, relató.

El 19 de octubre de 1952, la Revista de la Semana, entonces publicada por El Universal, mostró en la página 10 el primer croquis del estadio. El trazo, realizado por el arquitecto Augusto Pérez Palacios, fue resultado del análisis comparativo de diversas estructuras dedicadas a la práctica deportiva y la adopción de las teorías de Gavin Hadden, ingeniero estadunidense, para el mejor acomodo de los espectadores.

El proyecto asignado a Augusto Pérez Palacios, junto con Raúl Salinas Moro y a Jorge Bravo comenzó con las ideas y planos en marzo de 1950 y cinco meses después se colocó la primera piedra.

La edificación fue precursora en el ámbito mundial en el uso de nuevos insumos para la pista: el tartán, y también en instalaciones adecuadas en vestidores, baños y atención médica para los jugadores.

Fue la primera obra terminada del proyecto de Ciudad Universitaria. Fue inaugurado entre asistentes engominados de estricto cuello blanco y casimir, el 20 de noviembre de 1952, en la apertura de los II Juegos Juveniles Nacionales.

En su momento, el arquitecto Carlos Lazo dijo en el meridiano del siglo XX: “En la construcción empleamos el magnífico material que teníamos a la mano, la misma tierra en donde iba a ser levantado”.

El terreno fue seleccionado por tener cierto hundimiento natural, que fue aprovechado para excavar y remover la roca fija, la tierra y el tepetate. Más de cien mil metros cúbicos de estos materiales se movieron para lograr la forma proyectada. A través de los 42 túneles de concreto armado, con una longitud de entre ocho y 60 metros, se atraviesan los terraplenes y se accede a la circulación interior, localizada en el nivel medio de las graderías. El accidente geológico sigue.

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