Hallazgo en aguas profundas del Pacífico: identifican nueve especies

Fue por medio de la expedición DeepCCZ del Museo de Historia Natural de Londres, en la que participó una bióloga egresada de la UNAM: Guadalupe Bribiesca-Contreras

Herramienta para atenazar especímenes a profundidad sin lastimarlos. Foto: cortesía Expedición DeepCCZ/Fundación Gordon & Betty Moore/NOAA.
Aún quedan rincones del mundo por explorar, más si se trata de las profundidades del océano. Así lo demostró la expedición DeepCCZ del Museo de Historia Natural de Londres, en la que participó la bióloga universitaria Guadalupe Bribiesca-Contreras, al encontrar nueve especies nuevas para la ciencia en aguas profundas del Pacífico –a más de cuatro mil metros de profundidad–.

Bribiesca-Contreras cursó la licenciatura en Biología en la Facultad de Ciencias y la maestría en Ciencias del Mar y Limnología en el posgrado del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología de la UNAM, antes de postularse –“fui muy afortunada”– para una plaza posdoctorante en el Museo de Historia Natural con el objetivo de estudiar la zona Clarion-Clipperton (CCZ, por sus siglas en inglés) de unos seis millones de kilómetros cuadrados de extensión, donde se hicieron los hallazgos.

Las zonas profundas del océano, explicó la investigadora, inician a “200 metros de profundidad y pueden llegar hasta 10 kilómetros”, además se caracterizan por “una presión tan grande que es capaz de compactar muchísimas cosas; no hay luz, las temperaturas son bajas –aproximadamente de cuatro grados Celsius– y en la mayoría hay muy poco alimento.

“El estudio fue realizado durante el 2018. Resulta bastante importante porque son aguas internacionales, una zona abisal donde la profundidad varía de cuatro mil a cinco mil metros. Se encuentra entre México y Hawái y es aproximadamente del tamaño de Australia”, detalló y añadió:

“Esa área es famosa ahora porque tiene unas piedras –del tamaño de una papa– llamadas nódulos polimetálicos que contienen zinc, manganeso, níquel, cobalto, básicamente todo lo que se necesita para crear baterías. Hay quienes dicen que para tener esta transición a la energías verdes –solar o eólica– se requiere un montón de baterías y una forma de obtenerlas es extraer estos recursos del mar profundo.”

Poco explorado

La bióloga relató en entrevista para la Gaceta UNAM que los trabajos de investigación se hicieron mediante un vehículo operado de manera remota (ROV, por sus siglas en inglés) que estaba equipado para recolectar especímenes a profundidad sin lastimarlos.

“La expedición del proyecto DeepCCZ –el crucero donde conseguimos los ejemplares– fue para visitar la zona oeste, que está abandonada y muy cerca de Hawái. La idea fue muestrear tres de estas áreas protegidas para ver qué tan similares son a las que ya se han asignado a países o empresas.

“El mar profundo está poco explorado porque es muy costoso hacerlo. Nada más para llegar a la zona donde estamos trabajando son cuatro días y medio de navegación. Son cruceros de 45 días/dos meses que cuestan millones de dólares. Conseguir el recurso es muy difícil, por eso cada vez que hay la oportunidad vas a un área que no se ha explorado nunca; pero cuando ves los puntos en el mapa son todavía muy pocos porque el mar profundo es más de 90 por ciento del hábitat disponible del planeta. No puedes gastar recursos en regresar a la misma zona, todo el esfuerzo son puntitos diminutos en un mapa enorme”, acotó la especialista.

Los resultados del estudio, difundidos por la publicación especializada ZooKeys (https://zookeys.pensoft.net/article/82172/), consignan que “se recolectaron 55 ejemplares de megafauna bentónica de montes submarinos y llanuras abisales”, éstos se han analizado “usando evidencia tanto morfológica como molecular” y “se encontraron 48 morfotipos diferentes pertenecientes a cinco filos, únicamente nueve atribuibles a especies conocidas y 39 especies potencialmente nuevas para la ciencia”.

También se detalla que “los especímenes de megafauna se recolectaron con el manipulador, el muestreador de succión o los núcleos de empuje, de acuerdo con las características de cada espécimen para preservar mejor los caracteres morfológicos. Las muestras recolectadas con el manipulador se colocaron en el receptáculo de la caja biológica, mientras que las recolectadas con el muestreador de succión se almacenaron en una caja de succión”.

Después que el ROV fue recuperado por la expedición, las muestras se transfirieron y mantuvieron en agua de mar filtrada y fría hasta el momento de ser procesadas por el equipo de investigación. Posteriormente, todos los especímenes fueron fotografiados, se les dio una identificación preliminar y les fue asignado un código de comprobante único.

Ese proceso garantizó poder analizar cada uno con minuciosidad, como lo definió la investigadora marina: “Los estudios de la megafauna se han hecho sólo de imágenes. El problema con esto es que no puedes ver características, no puedes agarrar al pepino de mar y voltearlo, contarle cuántos tentáculos tiene o cuántos pies. Necesitas todo ese tipo de información para identificar las especies. Queríamos poder hacer esa comparación”.

“Sí hay muchas cosas, pero la zona es tan extensa que hay que avanzar bastante para encontrar algo. Además, es muy complicado controlar el manipulador, cada muestra tarda una hora en ser recolectada. Suena muy triste que sean sólo 55 ejemplares, pero recolectarlos significaron 80 horas de trabajo muy dedicado.

“Se recolectaron muchísimos pepinos de mar que son bastante abundantes y, parece ser, muy diversos. Hay muchísimas especies diferentes, encontramos varias estrellas de mar, estrellas quebradizas, erizos –había uno increíble que cuando se acercó el robot empezó como a correr, como que se levantó a galopar–, muchísimas esponjas –de las que llaman ‘de vidrio’ o silíceas–, muchísimas anémonas, un gusano poliqueto –que es muy bonito, le llaman ratón de mar–, y diferentes grupos de lirios de mar”, subrayó.

La falta de estudios en la zona –a pesar de que fue explorada por primera vez en 1875– ha complicado el avance de los exámenes realizados por la expedición. Como lo explicó la investigadora: “uno de los grandes retos fue que casi todo esto se hizo durante la pandemia. El otro problema con los animales de mar profundo es que hay pocas expediciones a la misma zona, es difícil recolectar estos especímenes y muchos de ellos son muy frágiles. Imagínate si pones una red, haces un arrastre y sacas, a todos los pepinos frágiles no se les va a ver nada.

“Hay muy poco material para comparar. Sin embargo, tenemos nueve que sí, seguro son nuevas especies. La gran ventaja fue que teníamos video de cómo se veían ahí abajo, el manipulador del ROV los agarra con cuidado, los pone en una cajita y entonces están en mucho mejor forma; podemos ver varias características que, a lo mejor, se perdieron en los ejemplares que se usaron para hacer las descripciones originales. Ahora estamos en el dilema de ‘se parece a esto, pero hay caracteres que no cuadran’, no sabemos si es porque hay tan pocos ejemplares recolectados que no logramos identificar qué tanto es como nosotros, que hay ojos de un montón de colores, formas de nariz, o sea, cuánto es variación entre la morfología de la misma especie y qué tanto cambio ya lo hace otra”, argumentó.

Bathymetrina incertae, especie totalmente nueva. Foto: cortesía Expedición DeepCCZ/Fundación Gordon & Betty Moore/NOAA.

Ecosistema en peligro

Guadalupe Bribiesca-Contreras alertó que como su equipo, muchos otros alrededor del mundo están trabajando contrarreloj, ya que diversas empresas mineras buscan comenzar a explotar comercialmente la zona CCZ para el 2024 sin tener estudios extensos sobre el impacto que podría tener la actividad minera en dicho hábitat. De momento, la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos (International Seabed Authority, en inglés) no ha autorizado concesiones de explotación comercial en el área.

Las compañías interesadas argumentan, de acuerdo con la especialista, que a diferencia de la minera terrestre, la que se realiza en aguas profundas no implica un gran impacto para el ecosistema marino.

“Dicen que las rocas están en la superficie y, en parte, es cierto, pero las máquinas que están utilizando para pruebas son como un tanque de guerra con una banda que va aplastando todo y, al frente, son como un montón de aspiradoras. Casi todos los animales que viven ahí son muy chiquitos, las máquinas aspiran todo –los nódulos grandes los dejan, los chiquitos los mandan a la superficie–. El sedimento comprimido se va quedando, los animales que vivían en ese sedimento se mueren”, afirmó la investigadora.

Subrayó que otro problema es que “estas rocas tardan millones de años en formarse, quitar una de las pocas fuentes de sustrato sólido en la zona será un problema, las especies que dependen directamente de los nódulos ya no tendrán hábitat. Cuando procesan los nódulos en el barco en la superficie, regresan como polvo y no ponen un tubo de cuatro mil metros hasta abajo, lo ponen a mil metros. Esto puede ser tóxico para los organismos que viven en la columna de agua.

“No sabemos las consecuencias que podría tener esto, porque todo sucede a cuatro mil, cinco mil metros hacia abajo. En la columna hay muchas otras cosas que tienen un impacto directo en la sociedad, se podría afectar a las pesquerías, por ejemplo. Puede ser catastrófico para el ecosistema. No tenemos la información necesaria todavía”, alertó y concluyó:

“Ahora hay muchísimos grupos en el mundo que estamos trabajando a contrarreloj para tratar de describir los ecosistemas de la mejor manera posible y entender un poco las interacciones con otros ecosistemas en zonas aledañas. Se trata de proteger lo más que se pueda dentro de la zona y entender los posibles impactos de la minería, ojalá pudiéramos tener un plan de manejo adecuado en los siguientes dos años.”

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