“Hay libros que se leen durante años con o sin premio”: Christian Peña

El ganador de la edición 2019 del Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer por Expediente X.V. , donde aborda una ficticia investigación para esclarecer el fallecimiento del escritor mexicano Xavier Villaurrutia

La carrera del poeta Christian Peña ha estado llena de reconocimientos. En 2008 obtuvo el Premio Nacional de Poetas Jóvenes Jaime Reyes por el texto De todos lados las voces. Un año después, el Premio Nacional de Poesía Amado Nervo gracias a El síndrome de Tourette. Ese mismo año llegó el Premio Nacional de Poesía Joven Francisco Cervantes Vidal por Janto. Luego, en 2011, el Premio Nacional Clemencia Isaura por Libro de pesadillas y el Premio Ramón López Velarde 2011 por Herakles, 12 trabajos.

A esos se sumaron el Premio Enriqueta Ochoa en 2012 por El amor loco & the advertising. El Premio Efraín Huerta por Veladora cuando el calendario marcaba 2013 y un año después el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes por Me llamo Hokusai. El más reciente, el Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para obra publicada, apareció unas semanas antes de cerrar el 2019 gracias a la edición de Expediente X.V., haciendo de Peña uno de los poetas más laureados del país.

Expediente X.V. propone un libro de poemas que puede leerse “como una novela policiaca o como un perfecto teatro de sombras. En estas páginas el poeta es una suerte de Sherlock Holmes que, atormentado por su propio pasado, investiga la muerte del poeta mexicano Xavier Villaurrutia. Todos los sospechosos son llamados a declarar. Las pistas y documentos que el autor encuentra durante su investigación conforman una suerte de expediente policiaco”, detalla Vaso Roto Ediciones en la contraportada de la edición.

Para el autor, egresado de la Facultad de Estudios Superiores Aragón, el mayor reconocimiento se da cuando un premio acerca a los lectores a su trabajo. “Los premios son como un buen aliciente, se agradecen. Me interesa la posibilidad de publicar los libros para que la gente lea lo que escribes. La poesía tampoco aspira a una gran cantidad de lectores, ni a los estadios”, apunta.

La poesía “es un oficio de gente sola. Tanto para quien escribe como para quien lee. Te exige una lectura más interior. Me dio gusto el Pellicer porque este libro aborda el mundo de Villaurrutia y Pellicer también era de los contemporáneos. Si el lector ve que el libro ganó un premio, depende más de cómo se aproxime a la lectura, a cualquiera. Lees porque te interesó el tema del libro, no necesariamente precisas que haya sido reconocido con un estímulo. La palabra final sobre si una obra vale o no la pena, creo, es del jurado del tiempo. Hay libros que se leen durante años con o sin premio”.

Peña señala que, como lectores, lo ideal es intentar acercarse a un libro sin prejuicios de ningún tipo, sin imposiciones sobre lo que es o podría ser, para permitir que la obra hable por sí sola y no a través de sus premios. “Cuando me toca ser jurado me aviento también esa aventura: llegar sin prejuicios. Es eso que dice Pascal Quignard, el lector es un vagabundo y debes llegar a un libro con la intención de perderte en el texto”.

No obstante, según su apreciación, las redes sociales han provocado que esta aventura de descubrimiento se acote, más en el caso de la poesía, un género que exige de sus lectores. Así lo expone: “No es el mismo contenido un snack digital, un pensamiento o un tuit, que un texto mucho más inmersivo. Nos exponemos a una gran cantidad de mensajes, lo mismo el check-in de alguien que fue a ver una película, un poema o un meme. Las redes se leen de esa manera efímera, no son poemas para que la gente se quede. Puedes leer una novela de 300 páginas en una semana y, tal vez, un libro de poemas de 80 páginas te puede llevar mucho más. Las redes sociales no sólo han creado muchos poetas, sino pensadores, filósofos y pintores en el mismo grado de exigencia que la red les demanda.”

“No me interesa tanto el resultado, sino el proceso creativo”

El becario de la Fundación para las Letras Mexicanas (generación 2005-2006 y 2006-2007) y del programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) afirma que a diferencia de otros autores, dedicados por completo a la creación de una sola obra, siempre ha tenido la capacidad de trabajar en varios proyectos al mismo tiempo, facilitando el proceso de creación.

“Escribo casi todo en mi teléfono, no me da tiempo de tomar una pluma y un página. Trabajo con notas de voz mientras camino. Me adentro en el proceso. Eso es lo que me interesa más de los libros. No me interesa tanto el resultado, sino el proceso creativo detrás. Cómo llega, puede que el texto no sea increíble, pero su arquitectura me llama la atención”.

A esto añade que nunca ha sido su “caso el de llevar un libro y luego pasar al siguiente. Puedo tener abiertas distintas ventanas. A lo mejor hay un libro que me toma escribir más tiempo que otro. Por ejemplo, cuando escribí Herakles, 12 trabajos me tomó cuatro años, a la par escribí Me llamo Hokusai en cuatro meses. Se trabajaron a la par. Quizá si no está el trabajo de Herakles, no llego a Hokusai. Hay proyectos que se van alternando”.

El caso de Expediente X.V. fue muy similar, ya que éste nació del abandono de otra idea. “surgió de un libro que tenía concluido y no me había gustado. Tocaba distintos temas, algunos prehispánicos y entre ellos había cinco o seis poemas sobre Xavier Villaurrutia. Un día los volví a leer y leí otra vez a Villaurrutia, además me estaba aficionando a las novelas policiacas. Un día platicando con un amigo, le pregunté: ‘¿por qué no hay poemas de terror en español?’ Y él contestó: ‘cómo no, ahí está Villaurrutia’.”

Esas palabras dieron pie a una revisión de la obra de Villaurrutia de parte del poeta. “Al volver a Villaurrutia, terminé tirando todo ese libro que tenía, incluso los cinco poemas. Si lo que quería contar era sobre Villaurrutia, no tenía porqué imponer al libro una densidad y una carne que no tenía. A partir de ahí se fue escribiendo muy rápido”.

“Quería escribir una historia con tintes policiacos, que el tono de la voz poética tuviera esa carga de novela negra y la jerga en que hablara la voz poética. Es un tono pesimista que se construye alrededor del personaje. Un hombre que se divorcia, deja de beber y, de pronto, siente cierta afición por la obra de Villaurrutia. Es una afición más que una lectura porque el libro no pretende ser un ensayo. Lo que está buscando son las pistas de un fantasma”, refiere.

Peña aclara que no intención no era hacer una monografía o una biografía sobre la vida de Xavier Villaurrutia, sino explorar uno de sus temas predilectos: la muerte. Un juego donde la afición por una figura literaria se conjuga con la creación de una ficción, con el retrato psicológico, físico, emocional del personaje central.

“En el caso de la poesía, con el lirismo y el yo poético, se piensa que si el poeta desarrolla un libro es una crónica de sus sentimientos y pensamientos. Las cosas que ocurren en el libro, no necesariamente me ocurren o suceden en cierta dosis. Hay todo un imaginario para llevarlo a la ficción, incluso pueden ser experiencias de alguien cercano y lo meto a la arquitectura del libro. Tiene mucho de ficción.”

De esa búsqueda creativa surgió la estructura de la publicación, similar a la de un expediente policiaco. Donde el lector puede sumergirse, adelantar unas páginas o regresar sobre fragmentos del caso, creando su propia estructura. Un juego de la ficción poética.

“Quise integrar documentos que fueran posibles pruebas, como si abrieras un archivo, tomas una carpeta y vas sacando los distintos folios. Tampoco tiene un orden cronológico, son fragmentos y tú decides en qué punto de la investigación te vas adentrando. Es la estructura del libro, no lo asumí como un libro de poemas, sino como un expediente policiaco.”

Y sentencia: “son folios, no intenta aclarar nada. No pretendo echar luz sobre cómo es que murió Xavier Villaurrutia. La imprecisión del hecho histórico es la que permite el vagabundeo. El fin no es el motor del libro, es el deambular por las pistas de cosas que fui leyendo sobre él encontrar eso que quería contar. Los momentos de desazón, soledad, pesadez. Siempre con un aura de sombra, un territorio muy de Villaurrutia.”

Este juego ha permeado la obra de Christian Peña. Por ejemplo, en Me llamo Hokusai (otro libro que nació después de “tirar” una novela), el poeta buscó recrear las fichas de una exposición dedicada al pintor japonés Katsushika Hokusai, conocido alrededor del mundo por sus pinturas de olas y mares embravecidos. La “exposición” se mezclaba con la historia de un enfermo terminal de cáncer y el destino de un cargamento de juguetes.

“No imaginé un libro de poemas. Traía la búsqueda de los cuadros de Hokusai, vi una nota de unos patitos de hule que habían naufragado y llegaron a otro lugar. Me pareció interesante. ¿Qué pasaría si tuviera que curar una exposición de Hokusai? Entonces, tomé cinco cuadros y escribí el catálogo razonado de la exposición. Como si terminas de verla, te vas y checas qué dice el catálogo. Es más ese trabajo crítico de una obra, más allá de la mirada poética.”

La renuncia del poeta y la enciclopedia de las obsesiones

El espíritu de desprendimiento es clave para entender el desarrollo de la carrera del ganador del Premio Carlos Pellicer. “El oficio poético tiene mucho de renuncia”, asegura, “Si te casas con el primer verso que arrojas o el primer poema que vas andando, quizá no se logre.”

Peña asegura que los poetas deben abandonar una y otra vez lo escrito, lo imaginado, sólo así es posible llegar a los versos deseados. “Habla de la capacidad de síntesis del poema, has renunciado a una gran cantidad de cosas para poder escribir puntualmente lo que pretendías decir. No es que la poesía sea economía del lenguaje, es una economía de la renuncia, donde los silencios operan preponderantemente”.

Su obra forma así una “enciclopedia de mis obsesiones”, comenta, “en realidad, creo que estoy escribiendo un solo libro… siempre estoy escribiendo sobre lo mismo. Son distintos libros que para mí son una sola obra. En todo proceso hay un acto de renuncia, dejar a un lado algunas cosas. Hay que ir ligero de equipaje, no puedes cargar con todo. A la hora de hacer un viaje debes ir con lo justo para disfrutar del destino.”

“Quizá por cómo se publican o aparecen, se podría pensar que son distintos procesos, aun cuando es una sola obra. A lo mejor un libro que escribo en cinco, seis años nace al mismo tiempo que otro. No sé si quien se entrega a una obra de largo aliento, en el tiempo, mientras la lee se da cuenta de la transición o de cómo cambió la voz de la narración. ”

“Me pasa esto con muchos poetas. Algunos son de libros y otros de poemas. Puedes leer a Eliseo Diego, para mí un poeta de poemas, y ver cómo en los primeros libros tiene un poema sobre un payaso y seis más adelante regresa al payaso, modificándolo. Si lo pensamos, es la misma obra que se escribe todo el tiempo. En el caso de Octavio Paz, un poeta de libros, puedes pasar por Pasado en claro y decir tremendo libro; luego llegar a Árbol adentro y pensar que es un libro de acumulación de poemas; a lo mejor lees Blanco y no te provoca mucho. Al final es un largo proceso”, subraya.

“Me doy cuenta, conforme avanza el tiempo, y me doy espacio entre un libro y otro de leer lo que he escrito, hay temas que se repiten: el padre, la paternidad, la muerte, el tiempo, la soledad. Temas que Borges menciona como que siempre estás escribiendo. A veces piensas que estás escribiendo un libro y el tema es elaborado. Termina por reducirse a eso: un libro sobre el tiempo, la soledad, dios, la muerte, la infancia. Son temas que siempre rondamos, los vestimos de otras cosas pero siempre están ahí. Tal vez cada autor hace una enciclopedia de sus obsesiones y sus temas recurrentes.”

Peña concluye que en el futuro seguirá encauzando esas obsesiones, después de un libro dedicado a Ramón López Velarde (Veladora, lleno de “endecasílabos, musicalidad, esdrújulas lopezvelardeanas”) y otro a Xavier Villaurrutia, tal vez sea momento de sumergirse en la obra del tercer miembro de su “trinidad” de la poesía mexicana: Octavio Paz. Un grupo que ve como una serie de sucesiones, “mis tres voces de la poesía mexicana: Ramón López Velarde, luego un heredero directo en Xavier Villaurrutia y luego Octavio Paz.”

“Me llama esta triada de la poesía mexicana. Velarde, Paz, Villaurrutia son poéticas que siempre me han interesado. Suelo ser no un autor, sino una persona de manías. Ahora pienso, me falta el libro sobre Paz. Son de las obras a las que más vuelvo: López Velarde, Villaurrutia, Paz.”

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