IMPULSO DE RENOVACIÓN DEL ARTE Y LA CULTURA

Rivera pinta el mural La creación. Foto: José María Lupercio / Mediateca INAH.

La creación, el primer mural de Diego Rivera, marca el cambio de sensibilidad en el arte mexicano, un impulso de renovación del arte y la cultura.

El verano de 1921, Rivera regresó a México después de vivir más de una década en París. Tenía 35 años, había participado de cerca en el cubismo y conoció de cerca las vanguardias europeas, así como el regreso a la figuración que ocurrió después de la Primera Guerra Mundial. Antes de su retorno, a inicios de 1921, viajó por Italia para estudiar el arte mural del pasado, analizó con lucidez e imaginación los murales italianos y la manera en que intervenían en la percepción de la arquitectura, aprovechaban la iluminación solar para poner en tensión el espacio arquitectónico y el pictórico.

Apenas unos meses después, en marzo de 1922, Rivera pondría en práctica sus aprendizajes europeos cuando comenzó a pintar su primer mural en el Anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria. Contrató a cuatro talentosos pintores como asistentes: Carlos Mérida, Jean Charlot, Xavier Guerrero y Amado de la Cueva y creó un taller inspirado en los gremios antiguos. El taller generó prácticas compartidas, la molienda de pigmentos, la investigación tratadística, el interés por las habilidades manuales y la creación colectiva, que desembocaría en la formación del Sindicato de Obreros Técnicos Pintores y Escultores. Rivera eligió la técnica de la encáustica, la pintura a la cera cauterizada con fuego, técnica de raigambre griega. También usó un complejo esquema geométrico inspirado en la sección áurea para anclar ópticamente la superficie pictórica a la arquitectura.

La temática del mural, que alude tanto al Génesis o la creación del mundo, como a la creación intelectual y artística, porta la huella del monismo estético de José Vasconcelos, rector de la universidad, secretario de educación y comitente de La creación. Para dar cuerpo a la estética vasconcelista Rivera recuperó esquemas pictóricos neoplatónicos del primer Renacimiento. Propuso una iconografía idónea para un espacio dedicado a la discusión académica y la interpretación musical.

En La creación, la luz solar actúa como metáfora de la energía cósmica, la sustancia única o mónada que desciende escalonadamente sobre la humanidad, una energía que el hombre puede transformar en belleza y conocimiento.

La escena ocurre en el momento de la aurora, indica el amanecer de un nuevo tiempo y el inicio del mundo. Rayos de luz dorada surcan el azul del cielo, un arcoíris circunda la bóveda celeste. Desde su sitio terrenal la mujer observa el fenómeno lumínico, disfruta de las artes. En el otro extremo, el hombre dialoga con musas enfocadas en el conocimiento y las letras. Las musas reposan sobre el monte Parnaso. En un plano celeste, en poses más estáticas se encuentran, próximas a la mujer, las virtudes teologales, y cercanas al hombre, las virtudes cardinales. Dos figuras aladas, alegorías de la Sabiduría del lado femenino y la Ciencia del lado masculino, meditan en posturas yógicas sobre nubes que dan paso a la aurora.

Al centro de la composición, queda huella del cambio de rumbo de la propuesta pictórica de Rivera, que abandonaría los modelos italianos por los exvotos populares, la pintura de pulquerías y el aduanero Rousseau. Sobre el nicho que forma la concha acústica, un hombre con los brazos abiertos emerge triunfante de una exuberante vegetación, su cuerpo adquiría continuidad con un órgano que hoy se ha perdido. Lo acompañan el buey, el león, el águila y un querub de rasgos indígenas, símbolos de los apóstoles que dan sentido de Cristo en Majestad o Pantocrátor a la figura central. Rivera añadió un tetramorfo mexicano sobre los paramentos laterales del nicho: una garza, un águila tropical, un puma y un jaguar.

Esa sección central da cuenta del cambio de rumbo estético de Rivera en la sencilla manera en que fue pintada. Evoca un lugar exótico y paradisiaco, da cuenta del encuentro y de la pasión que Rivera sintió por el Istmo de Tehuantepec y el giro que daría su propuesta pictórica primero hacia el primitivismo y después, sobre los muros de la Secretaría de Educación Pública, hacia el indigenismo.

La imagen final no es armónica, es una obra de tesis, cargada de experimentación, guiños al arte del pasado, superficies cubiertas de oro, y dos proyectos estéticos en tensión. La creación escandalizó a la sociedad conservadora por sus innovadores planteamientos estéticos, las enormes y rotundas mujeres imponían nuevos cánones de belleza, visibilizaban los rasgos de mestizas e indígenas que nunca habían ocupado un lugar central en el arte y mucho menos como representantes de ideas alegóricas. También entusiasmó a buena parte de las élites intelectuales que consideraron que se iniciaba una nueva era, acicateó a los pintores que entraron en un fructífero debate y competencia sobre los propios muros de la Escuela Nacional Preparatoria. A fuerza de provocaciones, en conferencias, entrevistas, pero especialmente por medio de sus innovaciones en la pintura, Rivera fue cabeza de la primera vanguardia, propuso un nuevo punto de partida para renovar el arte mexicano. Creó una manera de pintar que surgía del choque de elementos contradictorios antiguos y modernos, universales y locales, bizantinos y cubistas, con el fin de inaugurar una nueva tradición.

Mi tesis está consultable en línea en tesiunam: Sandra Zetina Ocaña, “Pintura mural y vanguardia, La creación de Diego Rivera, México, UNAM, 2019: http://132.248.9.195/ptd2019/junio/0790256/Index.html.

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